Histórico

Por qué no debe avergonzarse de sentir vergüenza

Hagamos un pequeño rewind hasta 1776. Benjamin Franklin, considerado padre de la patria estadounidense y uno de los redactores de la primera constitución de ese país, las oficiaba de embajador en Francia. Hablamos de un intelectual, escritor, pensador, inventor, educador y político, un tipo reconocido como sabio por el mismísimo Voltaire.

Un día se encontraba tranquilamente disfrutando de un tecito y unos crepés en el Café Procope de Saint-Germain-des-Près, cuando de la nada irrumpe el joven e impulsivo abogado Georges Danton, gritando para que todos lo escuchen: "El mundo no es más que injusticia y miseria. ¿Dónde están las sanciones?". Dirigiéndose a Franklin le preguntó inquisitivamente: "Señor Franklin, ¿por detrás de la declaración de independencia norteamericana, no hay justicia ni una fuerza militar que imponga respeto?".

Franklin dejó su taza en la mesa y con toda calma contestó: "Se equivoca, señor Danton, detrás de la declaración hay un inestimable y perenne poder: el poder de la vergüenza".

Franklin hablaba de la vergüenza como el represor del impulso a violar las leyes. El freno a la voluntad de corrupción. Rebobinando un poco más, Aristóteles afirmaba que la vergüenza y el rubor eran indicios inequívocos de la presencia del sentimiento ético.

Tiempo presente. Y el sentimiento de vergüenza, de ponerse rojo, manos sudadas, mareo y 'trágame tierra' sigue siendo motivo de interés, intriga, de búsqueda de respuestas. La sensación de tener una plancha caliente encima de la cara tiene una raíz sicosocial profunda. No es llegar y decir '¡qué plancha!'.

Recientes estudios del Departamento de Sicología de la Universidad de Berkeley, California, liderados por el profesor Dacher Keltner, ponen linterna en este oscuro misterio. El trabajo reveló que las expresiones de vergüenza tienen una función conciliadora, cuyo efecto sería ayudar a reconstituir las relaciones cuando se ha violado una norma.

Como cuando uno olvida el nombre de la persona con la que está hablando, se cae en la calle o suelta un gas en público. Ponerse como tomate es una forma de decir "Conozco las normas de conducta. Las pasé a llevar. Les pido disculpas", actitud que a la vez provocaría en los receptores sentimientos de perdón.

Keltner explica que la vergüenza tiene un origen evolutivo y las investigaciones del primatólogo Frans de Waal, de la Universidad de Emory, lo confirman. El ha dedicado miles de horas a estudiar lo que diferentes primates hacen para reconciliarse después de pelear. En pleno conflicto, el animal derrotado se aproxima al resto con la cabeza gacha y gruñidos de sometimiento, lo que en segundos genera en los otros gestos como caricias y abrazos.

JÓVENES VERGONZOSOS
De ahí que una forma de castigo, de provocar arrepentimiento, sea inducir a la vergüenza. '¡Debería darte vergüenza!' '¡Eres un sinvergüenza!', etc. Es por ello que las actitudes de timidez y vergüenza, usadas en su justa medida, son una eficaz táctica de flirteo. Pues son muestras de respeto al otro y provocan empatía.

Asimismo, el estudio reveló que las personas con más capacidad de autocrítica, menos proclives a la violencia y con mejores herramientas para hacer las pases, son las que demuestran vergüenza con mayor facilidad  en, o después de, su acto erróneo.

Recuerdo como si fuera hoy una anécdota que, pese a lo autorreferente, sirve de ejemplo. Segundo medio. Paseo de curso a un campo del colegio que casi queda reducido a escombros luego de una irresponsable y hormonalmente descontrolada juerga, que terminó con piezas inundadas y un compañero al borde del coma etílico.

A la mañana siguiente, el curso entero está ad portas de la expulsión. La profesora da un reto lapidario. Todos en silencio. Hasta que Matías -conocido como 'tomatías'- se levanta, prende su cara como semáforo en rojo y comienza un sentido discurso que hasta el día de hoy es para nosotros casi tan importante como el martin-luther-kingereano I have a dream. Comienza así: "Miss Turner, se me cae la cara de vergüenza...". El resto no importa. Lo que importa es que zafamos sin más que un pequeño castigo.

Ray Crozier, profesor de Sicología en la universidad inglesa de East Anglia, autor del libro Blushing and the Social Emotions, plantea en su obra que el sentirse avergonzado y el sonrojarse fácilmente, es signo de una inteligencia emocional superior, de una capacidad de leer situaciones sociales y de saber ponerse en el lugar del otro.

Ahora, lo más interesante a considerar es el estudio de Sarah Jayne Blakemore, del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Londres, donde se definió que los jóvenes usan más la corteza prefrontal medial -que controla la alerta conductual y por ende, el sentimiento de vergüenza- que los adultos, al pensar. Lo que significa que los adolescentes experimentan este sentimiento de manera mucho más profunda que los adultos. De ahí que usted se tope con que los jóvenes puedan ser más vergonzosos, pero a la vez, menos sinvergüenzas que algunos adultos.

GESTOS TÍPICOS
Apartar la mirada: Es un comportamiento tendiente a cortar la acción que ocasiona vergüenza. Funciona como una luz roja.

Bajar o girar la cabeza: Varias especies, incluyendo cerdos, conejos y palomas, usan esta táctica para apaciguar la furia de sus pares. Esta acción hace que el cuerpo de avergonzado se vea más pequeño y expone áreas vulnerables (el cuello y la vena yugular, en el caso de los humanos), lo que implica mostrar humildad. 

La sonrisa avergonzada: Cuando los primates se ven derrotados ante sus pares, intentan reconciliarse esbozando una sonrisa que muestra los dientes. En el hombre, la sonrisa avergonzada incluye labios apretados, que es un signo de inhibición para generar empatía con el otro.

Tocarse la cara: Es una forma de tranquilizarse a uno mismo cuando hemos cometido un error (acariciarse repetidamente el cabello de la zona de la nuca), pero también funciona como una cortina en un escenario, cerrando una escena y abriendo el siguiente.

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