Columna de Claudia Cruzat: Salud mental, un desafío comunitario
Cada 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, que nos invita a reflexionar sobre su significado y cómo lo abordamos. Este concepto, lejos de ser individualista, se construye en nuestras interacciones. A menudo, al hablar de salud mental, nos centramos en el malestar emocional o en diagnósticos clínicos, pero esta visión limita la profunda interconexión entre el bienestar de las personas y su entorno. Debemos ampliar la mirada, reconociendo factores individuales y socioculturales que modelan la salud mental en nuestras comunidades.
La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como un estado de bienestar en el que las personas pueden realizar su potencial, afrontar tensiones, trabajar productivamente y contribuir a su comunidad. Esto va más allá de la ausencia de trastornos mentales; implica el sentido de propósito y pertenencia, la capacidad de relacionarse y la experiencia subjetiva de bienestar.
Para una salud mental plena, necesitamos un enfoque integral que considere tanto políticas públicas como habilidades personales. El Estado tiene un rol esencial en crear entornos que favorezcan el bienestar, invirtiendo en educación, vivienda, empleo y salud.
Es fundamental recordar que la salud mental no puede separarse de las condiciones materiales. Sin vivienda digna, empleo seguro o derechos fundamentales, hablar de bienestar psíquico se vuelve retórico. La justicia social y la equidad son pilares en cualquier agenda de salud mental. Asimismo, la cohesión social es crítica; en un país con desigualdades, la fragmentación social dificulta la construcción de salud mental colectiva. Sentirse parte de una comunidad y tener relaciones significativas es un antídoto contra el aislamiento y la desesperanza que incluso se asocia a mayor expectativa de vida.
A nivel personal, la resiliencia y las estrategias de afrontamiento ante la adversidad no son innatas, sino que se desarrollan a lo largo de la vida, fortalecidas por el apoyo social. El ser humano es inherentemente social, y nuestras conexiones nos permiten enfrentar las dificultades con mayor capacidad de recuperación. Contar con el soporte de otras personas nos facilita cuidarnos. La evidencia muestra que quienes se sienten parte de un grupo, con redes de apoyo afectivo, enfrentan menos estrés y tienen mayor satisfacción con la vida.
Además, la gratitud y el sentido de propósito juegan un papel clave en la promoción de la salud mental. Practicar la gratitud ayuda a reorientar la atención hacia lo positivo, promoviendo bienestar emocional y fortaleciendo los vínculos sociales. Del mismo modo, tener un propósito claro en la vida genera motivación, estructura y resiliencia ante los desafíos.
La salud mental es una construcción colectiva que involucra a toda la sociedad. Promoverla requiere fortalecer tanto los recursos internos de las personas como los externos, con políticas públicas justas, redes de apoyo sólidas y un sentido de comunidad. Solo así enfrentaremos los desafíos actuales y futuros de la salud mental con una visión inclusiva y centrada en el bienestar común.
Por Claudia Cruzat, decana Escuela de Psicología UAI