Columna de Milan Ivelic: Roser Bru (1923-2021)



Ella llegó al puerto de Valparaíso en septiembre de 1939 en el ya legendario barco pesquero Winnipeg, de origen canadiense, rentado por el gobierno del Frente Popular. Fue reacondicionado para embarcar a alrededor de 2.000 refugiados que dejaban España cuando terminaba la Guerra Civil y asumía el poder el dictador Francisco Franco. Junto con ella viajaban en el barco el artista José Balmes y sus padres, todos de origen catalán. Pablo Neruda, cónsul para la inmigración española en París, organizó el viaje a Chile. Balmes recuerda el persistente olor a bacalao que los acompañó durante toda la travesía. No debe haber sido fácil el trayecto si se considera que la nave tenía originalmente apenas una docena de camarotes. Si bien se reacondicionó, el hacinamiento fue imposible de evitar.

Roser, de 16 años, rápidamente ingresó a la Escuela de Bellas Artes, siguiendo cursos libres y discípula, entre otros, de Israel Roa y Pablo Burchard. Fruto de esos estudios y, sobre todo, de su intensa vocación por el arte, expresada en un permanente trabajo con la pintura, el dibujo y el grabado, pudo dedicarse por completo a esas actividades. Tuvo estrecho contacto con el Taller 99 -dedicado al grabado y fundado por Nemesio Antúnez- hasta los últimos años de su vida.

Esta artista chileno-catalana, Premio Nacional de Arte en 2015, nos deja un corpus de obras que tienen como principio fundante una atmósfera cromática (pintura), lineal (dibujo) y seriada (grabado), que se orientan hacia la exhumación de la memoria, reactivar el recuerdo, recuperar el pasado para evitar la amnesia colectiva. Al mismo tiempo, situada en el aquí y ahora, no omitió el acontecer nacional y el internacional. Tampoco omitió la vida privada encarnada en su serie Las mesas como, igualmente, el protagonismo de la mujer en la mayoría de sus obras, con clara conciencia de su dignificación.

Sin duda, la vida y la muerte están en su itinerario artístico. Por eso, aquella exhumación de los cuerpos, desde Inventario de Vallejo en recuerdo del poeta peruano César Vallejo, a la pintora mexicana Frida Kahlo, a su serie sobre Las Meninas de Diego Velásquez, al Homenaje a Zurbarán, a Gabriela Mistral en La letra con sangre entra. Cuando le preguntaron de dónde venían todas estas imágenes, Roser respondió: “Todo viene del pensamiento y del poder de la imaginación”.

El escritor Enrique Lihn sintetiza muy bien la obra de la artista: “Roser Bru ha pintado tan abundante e insistentemente que lo hace con una mano de ángel (pegada al ojo de la cerradura del infierno), con una especie de rara felicidad”.

* Milan Ivelic, académico UC, exdirector del Museo de Bellas Artes.

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