Opinión

La izquierda semileal

La izquierda semileal Javier Salvo/Aton Chile JAVIER SALVO/PHOTOSPORT

Analistas y políticos han debatido acerca de la conveniencia (o no) de que el país sea gobernado por una militante del Partido Comunista. De un lado, se ha expresado el peligro que, para la democracia liberal y el respeto a los derechos humanos, supondría dicha situación. Del otro, se ha sostenido que la candidatura de Jeannette Jara formaría parte de una coalición más amplia, por lo que, en la práctica, estaría limitada por esa alianza.

Sin embargo, ninguna de las posturas anteriores ha puesto el acento en que la preservación de la democracia no guarda solo relación con evitar el quiebre de la misma, mediante golpes de Estado o revoluciones; o, incluso, a través del tránsito —desde adentro— hacia regímenes autoritarios. El punto, por tanto, no se vincula al hecho de si los comunistas sean capaces de derrotar de plano a la democracia burguesa y construir, así, la dictadura del proletariado. El punto, más bien, tiene que ver con la circunstancia de si el ascenso de una militante comunista al poder, y nada menos que a la primera magistratura en el marco de un régimen presidencial, mejorará o empeorará las condiciones de la democracia realmente existente. Piénsese en la fragmentación, la polarización, la intolerancia y el populismo, que se enseñorean sin tapujos en el Chile de hoy.

Pero hay un segundo problema, que ha sido poco discutido, y que se vincula a la lealtad con la democracia. Normalmente, al pensar en la crisis de la democracia se tiende a considerar la existencia de fuerzas desleales con ella, que estarían representadas por las derechas e izquierdas radicales. Se trata de fuerzas que ven la democracia de manera instrumental y que conciben la vida política como un conflicto entre “amigos y enemigos”; o, para usar un término más reciente, como una “batalla cultural”. Pero las crisis democráticas no admiten ser explicadas, únicamente, por la acción de las fuerzas contrarias a la democracia, sino también —y, quizás, sobre todo— por el modo en que las fuerzas democráticas le dan “carta de ciudadanía” a las primeras, al incorporarlas en alianzas políticas, darles cupos parlamentarios y, finalmente, apoyar sus candidaturas. El error (o ingenuidad) de las fuerzas leales con la democracia es pensar que podrán “controlar” a las fuerzas desleales, cuando en la práctica terminan siendo “vagones de cola” de ellas.

Por lo mismo, aunque pueda ser verdad que el país no se vea hoy enfrentado a un quiebre democrático total, si las fuerzas leales con la democracia pactan con las fuerzas desleales, las leales —siguiendo a Juan Linz— terminan convirtiéndose en semileales. Y no solo por el hecho de no ser capaces de aislar a las segundas, sino sobre todo por horadar aún más la democracia en crisis. Para el caso de la candidatura de Jara, esas fuerzas semileales no son otras que aquellas que, en el pasado, conformaron la Concertación: el actual Socialismo Democrático y la vieja Democracia Cristiana. Es importante tenerlo presente.

Por Valentina Verbal, historiadora

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