
Para Mónica

Por Irene Bronfman, periodista y ex embajadora de Chile en Israel
Por alguna razón que no logro dilucidar, el gran paso de mi amiga Mónica Jiménez por la embajada de Chile en Israel no aparece publicado en ninguna de las informaciones acerca de su deceso, el martes 25 de agosto recién pasado. La declaración oficial que le dedicó la DC, su partido de toda la vida, termina su carrera en la embajada de Chile ante la Santa Sede. De sus últimos años al servicio del país, como embajadora del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet en Israel, nada. Y fueron años importantes, no solo porque, al residir yo en Israel, durante ese tiempo nuestra amistad se agrandó y fortaleció, sino porque su labor en ese país, pese a lo corto de su gestión, fue intensa, estrechando lazos y dejando huellas profundas en quienes la conocieron con su inteligencia, calidez, sensibilidad y tacto. No me sorprendió el cariño y respeto que le expresaron las autoridades de la Santa Sede, incluido el Sumo Pontífice, así como de sus colegas diplomáticos, cuando su misión fue interrumpida por razones difíciles de entender.
Físicamente presente, Mónica alcanzó a estar solo un año como embajadora en Israel, desde junio de 2016 a junio de 2017. Ese último año, la persistente tos que la incomodada crecientemente terminó siendo el síntoma de un mal mayor. Mónica optó por iniciar su tratamiento en Chile, al lado de los suyos. En marzo de 2018 se anunció el fin de su gestión, dado que su delicado estado de salud la imposibilitaba para regresar.
Pero ese breve paso por Israel no pasó inadvertido. Espíritu inquieto y curioso, sedienta de información y conocimiento, desde que pisó Tierra Santa, Mónica no paró nunca de tratar de entender, con objetividad, la compleja realidad israelí, tanto en su entorno vecinal y regional como en la que exhibe la extrema diversidad de su sociedad.
Se movió de capitán a paje para aprender y entender. Y capitanes y pajes, ya sea de altas esferas o de las bases sociales, todos la recuerdan y aprecian.
De profunda convicción cristiana, lo que le daba la certeza de contar con el apoyo del Dios de sus creencias, al conocer su diagnóstico, Mónica intentó fervientemente comprender lo que le sucedía y por qué. “Te das cuenta, Irene, lo que me está pasando”, me dijo cuando, juntas, recibimos del médico la información concreta de lo que tenía. Me lo dijo sorprendida: “como si no fuera yo, mi cuerpo, ahí en esa pantalla”. Elevó la vista al cielo y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Poco después, sus queridos hijos Macarena y Fernán llegaron para acompañarla de regreso a Chile. Desde entonces, cada vez que viajé a Chile la fui a visitar y me llené de su amistad y su cariño; de la lucidez y la inteligencia de sus análisis. No tuve la oportunidad de despedirme. La pandemia me lo impidió.
Vamos a extrañar a Mónica Jiménez. Gran mujer, gran profesional, gran defensora de los derechos humanos. Gran amiga.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.
4.