Seduciendo a las mayorías silenciosas

Convención Constitucional


Por David Altman, director del Instituto de Ciencia Política, Universidad Catolica de Chile

Ha existido una lluvia de ideas sobre el futuro de Chile y, como estaba previsto, cada agrupación y cada colectivo se encuentra pujando por su combinación institucional preferida en el proceso constituyente. Bajo la suposición de que es ahora o nunca, cada quien defiende su propuesta como si estuviésemos en el minuto 90 del partido. Creo que es un grave error.

En vez de concentrarnos en reformas específicas y sus combinaciones, creo que el verdadero desafío será lograr que efectivamente alcancemos una reforma constitucional en un futuro, algo que al día de hoy es, lamentablemente, incierto. Muchos de los éxitos constitucionales se dan donde las constituciones son lo suficientemente flexibles como para permitir ajustes manteniendo niveles de estabilidad. No hay combinación institucional perfecta que perdure en el tiempo, por una simple razón: la gente, las necesidades y sus soluciones cambian con el mismísimo tiempo.

Por otra parte, en la medida que el borrador constitucional sea excesivamente ambicioso (es decir, incluya fundamentalmente cambios estructurales), baja la probabilidad de triunfar en el plebiscito de salida. Es aquí donde yace una paradoja: cuanta más innovación, menos cambio. Las personas son más propensas a asumir riesgos cuando se sienten perjudicadas por el statu quo y son más adversas al riesgo si perciben que las cosas no están tan mal. Asimismo, la evidencia sugiere que, frente a la obligación de tomar una decisión, un porcentaje significativo de la población tiende a preferir las cosas como están un poco más que al cambio (de ahí el dicho “más vale diablo conocido que diablo por conocer”).

Dado que el plebiscito de salida deberá ser ratificado con voto obligatorio, se está incluyendo “al otro 50%”, a quienes probablemente no participaron del estallido, del plebiscito de entrada, de las elecciones de convencionales, legisladores y de la presidencial. No “escuchar” a estas personas silenciosas, no organizadas, y muchas veces bastante conservadoras, puede ser un error letal. Cada cambio relevante incluido, por definición, “le pisa los callos” a un grupo de personas e intereses, de lo contrario no sería importante. Y estos votantes serán, en general, más fáciles de persuadir sobre los riesgos del cambio que aquellas que anhelan transformaciones.

Entiendo la tensión que tiene la Convención entre ampliar la base social de las propuestas, satisfaciendo las demandas de sus votantes, y simultáneamente diseñar instituciones razonables y no la envidio. Es precisamente en este juego, el de resistencia a los impulsos maximalistas, donde se podrá desplegar la elegancia política de los convencionales. El gran desafío es, quizás, atemperar las propuestas, centrarse en los mecanismos de reforma constitucional y aumentar la probabilidad de un triunfo antes que ir con una propuesta bellísima, pero con los días contados.

Son entonces dos los retos que enfrenta la Convención. Por un lado, deberá construir un texto que logre seducir no solo a quienes anhelan una nueva Constitución, sino también a las y los chilenos que esta vez estarán obligados a hacerlo. Por el otro, deberá ser capaz de arribar a una Carta Magna flexible, que le permita a la ciudadanía introducir ajustes para adaptarse a la sociedad del mañana. Sin mecanismos de corrección, podemos terminar fácilmente en otro estallido.

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