Cuando como padres construimos de manera distinta la relación con nuestros hijos




Como papás y mamás tratamos de mantener un sistema parental coordinado y aunado frente a los hijos e hijas. Con la pareja se conversa, - si no es así se debería hacer- en relación a cuáles son las expectativas sobre la enseñanza que se quiere entregar a los hijos/as, muchas derivadas de los modelos de los propios padres y madres. A veces tratamos de replicarlo y otras de evitarlo conscientemente, sin embargo, se quiera o no repetimos de manera inconsciente los ejemplos de los progenitores.

Estando en pareja o no, la enseñanza, los límites, las normas y los hábitos son elementos importantes de discutir en el rol de cuidadores para así llegar a acuerdos y hacer que exista un sistema parental claro y predecible para los hijos e hijas.

Hay un aspecto que muchas veces no se discute y que empieza a tomar fuerza sin que uno se de cuenta, impactando en todo el sistema familiar: la manera en que cada progenitor construye su propio vínculo con cada hijo e hija. La manera en que demuestra afecto, la atención que les da, su cercanía, comunicación. Finalmente, el tipo de relación que crea de manera individual, algo a mi parecer mucho más complejo ya que generalmente como padres y madres no dialogamos sobre cómo se quiere abordar el mundo emocional de los hijos/as, las expectativas y cómo se pretende generar una relación sana con ellos y ellas. Y esto no solo dependerá de las intenciones, sino también del estilo personal en que cada uno ha ido configurando sus relaciones afectivas a través de su historia, lo que hará más difícil llegar a consenso por estar sostenido por las propias experiencias infantiles de apego, personalidad y temperamento individual. Hay personas que consideran importante y a las que les es fácil expresar cariño físico mientras otras le dan relevancia a la expresión de afecto verbal o a pasar tiempo jugando con los niños. Algunas prefieren conversar, otras son más introvertidas y serias. Hay una diversidad de formas que impactan en el tipo de relación que se va construyendo con los otros.

Pero, ¿qué pasa cuando esos “otros” son nuestros hijos e hijas y con la pareja o ex pareja se tienen formas distintas de relacionarse o creyendo que una es mejor que la otra? Puede suceder que como mamás y papás utilicemos distintas acciones, formas y expresiones para relacionarnos con los hijos e hijas, lo cual impactará directamente en el tipo de apego que se construya de manera individual. Muchas veces se puede pensar que la pareja o ex pareja no está haciendo lo adecuado para construir una relación de apego con los hijos e hijas y eso lo basamos en el propio punto de vista, que puede o no estar errado. Por ejemplo, puede suceder que se piense que no le destina el tiempo suficiente, que no lo/la escucha, que debería propiciar más espacios lúdicos, que debería conversar más, que debería enseñarles deportes, que debería decir palabras afectivas, que debería abrazar más y así podría haber una lista interminable.

Frente a esta situación los problemas son varios: Primero, el querer controlar terceras relaciones es muy complejo ya que hay elementos psicológicos profundos que están presentes y que dan motivos para crear un cierto tipo de relación. Si bien la intención de modificar esa relación puede ser positiva, la mirada crítica que se tenga sobre ese padre o madre impactará irremediablemente de manera negativa en la relación con sus hijos e hijas, ya que habrá una presión por hacerlo distinto pero sin saber cómo o porqué se está mal, cayendo en errores generados por forzar algo desde afuera. Se puede también caer en subvencionar ese vacío que se observa, haciéndose cargo de todo aquello que no se está realizando, lo que genera que uno de los progenitores comience a tener una carga emocional y mental mayor, ya que no solo debe construir su propia relación con sus hijos/as, sino también preocuparse de cómo “arreglar” la otra relación. Hay que tener cierta prudencia en esto, ya que a ojos de uno puede haber deficiencia en el vínculo del otro cuidador, pero ¿basado en qué? ¿en la experiencia e historia personal o en lo que reportan los hijos e hijas? El hecho de querer intervenir sobre la relación de otros de manera forzosa genera aún más tensiones, ya que presiona para que aparezcan características que por sí solas no aparecen, creando una relación de fantasía y fundada sobre presiones que no podrán sostenerse por mucho tiempo. Cuando uno de los adultos está constantemente criticando la manera de relacionarse del otro, es una profecía autocumplida, debido a que los hijos e hijas inevitablemente se centrarán en lo negativo más que en lo positivo.

Es importante tener presente que esta diferencia de mirada en cómo se construyen las relaciones entre cada progenitor con sus descendientes puede aparecer también con cada uno de ellos. Es decir, que cada padre y madre puede vincularse y expresar sus afectos de manera distinta con cada uno de sus hijos e hijas, ya sea por afinidad de carácter, personalidad, alguna situación especial, intereses en común, entre otras cosas. Puede suceder que con uno de ellos salgan más naturales las expresiones físicas de cariño, que sea más difícil con algunos la expresión verbal o que sintamos que podemos conversar más con uno que otro. Y es que las relaciones afectivas serán distintas para y con cada ser humano. En ellas hay muchos factores presentes que las hacen únicas e irrepetibles y por eso es importante ser cautos en el momento de querer intervenir o reemplazar un tipo de relación, ya que sin querer se puede anular a la otra persona, que es igual de importante para la configuración de la identidad de los hijos e hijas.

Con todo esto no quiero decir que no se puedan conversar y expresar las inquietudes que se tienen con respecto a cómo el padre o madre de los propios hijos e hijas se vincula y relaciona. Claro que es importante hacerlo. Así como se conversa de límites y normas se debe pensar y dialogar sobre la manera en que se están construyendo las relaciones con ellos y ellas, evaluar la propia historia para repetir lo positivo y evitar aquello negativo. Pero la solución no es subvencionar al otro porque en nuestra mirada hay errores. Se tiene que comprender que la relación de cada hijo e hija con su padre y madre es única y que si bien en ciertas ocasiones podría no ser la mejor, es la que han logrado construir bajo la verdad. A veces se puede querer evitar que sientan dolor causado por el tipo de relación que tienen con uno de los progenitores, pero no sirve hacerlo creándoles un mundo manejado por nosotros, sino confiando en que desarrollarán herramientas para que puedan evaluar y construir vínculos sanos.

Es importante que los progenitores, estén juntos o no, conversen sobre cómo están construyendo sus relaciones con cada hijo/a en particular, llegar a acuerdos y esforzarse en generar espacios de confianza y afecto. Digo esforzarse porque no todos tienen la facilidad de expresar sus sentimientos hacia los otros y la conciencia de cómo su historia impacta en las relaciones que construyen. Es un trabajo que requiere de mirarse e indagar en el mundo interior para evolucionar en pos de sus hijos e hijas, logrando así construir relaciones afectivas sanas.

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel.

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