Vivir con un trabajador del delivery: "Cada vez que tose pensamos en el contagio"

"Antes de esta pandemia, mi marido tenía dos emprendimientos, uno de redes sociales y otro de producción de eventos. Por la crisis de octubre ya veníamos mal, y aunque en enero y febrero nos empezamos a recuperar, la llegada del coronavirus nos hundió. De un día para otro. A penas se empezó a vislumbrar que la manera de combatirla era evitando el contacto, se suspendieron inmediatamente todos los eventos. Incluso no le pudieron pagar algunas platas que estaban comprometidas. Y perdió el 90% de sus clientes de redes sociales.
Tenemos dos hijos, de 6 y 4 años. Ambos asmáticos. La Rafaela cuando tenía un mes y medio de vida tuvo otra cepa de coronavirus que la mantuvo en la UCI diez días. Después de eso, quedó con los pulmones reactivos hasta ahora. Para ella, cualquier resfrío simple se puede transformar en una bronquitis obstructiva. Y Piero -el mayor- tuvo su primer ataque de asma hace dos años, uno que lo mantuvo en tratamiento intensivo con oxígeno durante dos semanas. Ambas fueron experiencias muy fuertes. Por eso, cuando una muy buena amiga que vive en Italia me contó lo que pasaba allá para tratar de hacerme consciente de lo que venía, lo primero que pensé fue en ellos.
Ese mismo viernes que se habló por primera vez de toque de queda y cuarentena, yo decidí encerrarme en la casa con los niños, pensando en no salir más. Tuve la suerte de que la empresa donde trabajo me permitiera hacer mi trabajo a distancia. Pero mientras nos armábamos nuestra burbuja familiar, sacando cálculos, nos dimos cuenta de que la plata no nos alcanzaría ni siquiera para cubrir los gastos del mes.
Nos sentamos en la mesa una noche a conversar con Mario, mi marido. Pensamos en opciones y se nos ocurrió que una posibilidad era trabajar con mi hermana que es dueña de un minimarket. Como ya estaba instalada la necesidad de la gente de recibir productos en sus casas para no salir, se nos ocurrió que él podría armar un emprendimiento de delivery y repartir las cosas. Mario siempre ha dicho que por nosotros es capaz de hacer cualquier cosa, no le da asco el trabajo, y aunque no sabíamos cuánto podríamos ganar con esto, cualquier ingreso que entrara nos iba a ayudar al menos a pagar las cuentas básicas. Así que se activó rápidamente, pidió los permisos y partió.
En esa misma conversación le dije que tenía miedo. Que estábamos abriendo la posibilidad de que se rompa la burbuja habíamos creado para proteger a los niños. Pero necesitábamos salvar la situación, no nos quedaba otra.
Empezamos con un sistema de seguridad. Conseguimos mascarillas y guantes lavables. Él usa solo un par de zapatillas que tiene para salir y las deja siempre a la entrada de la casa. Cada vez que vuelve se desviste en la entrada, queda solo con calzoncillos y pasa directo al baño a darse una ducha. Y desde entonces el auto lo ocupa solo él.
Es extraño vivir así. Cuando lo vemos llegar nadie lo toca ni lo saluda hasta que está totalmente higienizado. Es como que se pierde la calidez. De repente me dan ganas de mandar el protocolo a la punta del cerro, pero no puedo. Ahí pienso en los niños, revivo el momento en que la Rafa estuvo hospitalizada. Recuerdo cuánto le costaba respirar y siento el mismo miedo y angustia.
La cuarentena es un privilegio y me da mucha rabia cuando la gente alega, porque nadie piensa en ese trabajador que tiene que ir a trabajar como sea, porque es el único ingreso que tiene. Ese trabajador que se expone en un metro lleno o en una micro, con empleadores que no toman ni siquiera las medidas básicas para cuidarlos. U otros que trabajan en rubros que no pueden parar, como la cajera del supermercado o el recolector de basura.
Recuerdo que cuando partió todo esto decidí ir a la farmacia para renovar todos los medicamentos de mis niños porque sabía que después iba a ser más difícil. Ninguna de las personas que atendían estaba con medidas de seguridad. Le pregunté al jefe de tienda y no me dio ninguna explicación. Es más, fue una de las mujeres que atiende -que ya me conoce porque siempre compro ahí-, la que me sopló que no las dejaban usar mascarillas para que los clientes no entraran en pánico.
Entiendo que hay rubros que tienen que seguir funcionando, pero las empresas tienen que cuidar a su gente. Porque no hay sueldo que valga el que expongan tu vida.
Para nosotros esta experiencia ha sido muy angustiante. Cada vez que alguno tose o le duele la cabeza pensamos que estamos contagiados. Es como vivir en un estado de alerta constante. Pero es lo que nos tocó. Y dentro de todo, tenemos que dar gracias porque nuestra familia está sana".
Paola Arevalo, 41 años.
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