“El cáncer no fue mi culpa”

Hay una creencia subterránea y muy extendida sobre el cáncer, en especial el de mamas: que sería provocado por estar muy estresada, por guardarse la pena o la rabia, por haber vivido una gran pérdida o no haberla gestionado bien. Un mito brutal y dañino para quienes transitan la enfermedad.




—Lo siento. Lo siento muchísimo.

Eso fue lo que inmediatamente le dijo el ginecólogo a Paola Lizana cuando abrió el sobre que contenía el resultado de su mamografía. Paola, que tenía 35 años y se había palpado una pelotita en su mama izquierda hacía un par de semanas, no entendió bien por qué el doctor lo sentía tanto o, más bien, pensó que él estaba exagerando. Pero al otro día, a las 7 de la mañana, cuando de urgencia le practicaron una biopsia, un oncólogo le dijo: “Paola, aquí no hay ninguna duda. Estamos haciendo la biopsia porque hay que hacerla para lo que viene, pero tú tienes cáncer de mama, tu tumor es grande y tendremos que sacarlo”.

Sacar ese tumor era, en su caso, extirpar su mama izquierda. Por completo. Y así se hizo dos semanas después. Pero antes de esa cirugía, Paola debió dejar suspendido cualquier plan, pedir licencia médica en su trabajo, hacerse decenas de exámenes para ver si el cáncer estaba ramificado en los huesos o en el hígado o donde fuera, contarle a sus padres que tenía cáncer, contarle a sus amigas más cercanas y, sobre todo, hacerle frente al pánico que la invadió desde el minuto uno: el miedo a morirse.

Llegó a la cirugía, que fue tremendamente invasiva, tratando de asumir que debía perder una parte de su cuerpo ─su mama izquierda─ para seguir viviendo. Volvió a su casa en medio de catéteres, drenajes y elementos postoperatorios, y comenzaron a llegar las visitas. Entre ellas, una amiga que le dijo:

—Pao, ¿tú sabes por qué te pasó esto, no? Te enfermaste porque no supiste abordar bien tu divorcio, porque sufriste demasiado, adelgazaste, no supiste enfocar el dolor. Y esa pena acumulada se quedó ahí, por eso te dio cáncer.

Paola se quedó helada, en silencio, no rebatió. “Ni siquiera se me ocurrió consultarle después a mi médico. Estaba tan asustada, me sentía tan vulnerable, que simplemente lo creí y asumí que era así, y desde ahí que no pude sacar esa idea de mi cabeza. De que la culpa había sido mía. Lo pensaba a diario, me despertaba diciéndome a mí misma que yo no había querido hacerlo, que no había sido mi intención. Volví a escuchar muchas veces más ese reproche de que yo me había provocado la enfermedad, y de muchísimas personas diferentes”, recuerda Paola, hoy de 46 años, y a nueve años de haberse recuperado del cáncer tras un largo tratamiento que, además de la mastectomía, incluyó quimioterapia, radioterapia y terapia hormonal.

Una creencia feroz

Los comentarios que recibió Paola, sobre la supuesta vinculación que la mala gestión de sus emociones habría provocado su enfermedad, provienen de una de las creencias más extendidas cuando hablamos de mitos en torno al cáncer que, por cierto, hoy es la primera causa de muerte en Chile, según las estadísticas vitales del INE.

La psicooncóloga Daniela Rojas, máster en Bioética y en Comunicación científica, ha estudiado el tema a fondo: “Es muy común que pacientes con cáncer reciban este tipo de comentarios, basados en creencias de que las personas que reprimirían la rabia o la tristeza; que han tenido duelos complejos; que no han sabido salir a tiempo de una relación de pareja conflictiva; que no se han recuperado de ciertas situaciones traumáticas, serían aquellas que enfermarían de cáncer. Y esa es una creencia que está fundada en los valores que nuestra sociedad enarbola: el control emocional, el exitismo, el triunfalismo, la autosuficiencia, y la exaltación del mérito personal no sólo en el ascenso social, sino también en la buena salud”, dice esta experta, quien además es directora ejecutiva de la Corporación Yo Mujer.

“Es muy complejo. Además de no tener ninguna evidencia científica, es una tremenda carga para los pacientes que terminan culpabilizándose y atemorizándose de su propia vivencia emocional”, añade Rojas, a quien muchas pacientes le han dicho, angustiadas, que creen que si transitan el cáncer con rabia o pena no se van a recuperar. “Otras me han preguntado: ¿si no le encuentro sentido a esta enfermedad, no me voy a mejorar? O aquellas que han sanado: ¿Si no aprendo una lección, la enfermedad va a volver? Es brutal”, cuenta.

Pero no, estar estresado no aumenta directamente el riesgo de cáncer. Así de literal lo señala el sitio web de Cancer Research UK, la organización independiente de investigación del cáncer más grande del mundo: “Los estudios de mejor calidad han seguido a muchas personas durante varios años. No han encontrado evidencia de que aquellos que están más estresados tengan más probabilidades de contraer cáncer. Algunas personas se preguntan si el estrés provoca cáncer de mama. Pero en general, la evidencia de esto ha sido pobre. Y un gran estudio de más de 100.000 mujeres en el Reino Unido en 2016 no mostró evidencia consistente entre el estrés y el cáncer de mama”, proclama la página. Mientras que el Instituto Nacional del Cáncer, de Estados Unidos, señala que el estrés puede causar una serie de problemas físicos de salud, pero que es débil la evidencia de que pueda causar cáncer.

Tampoco hay una sola respuesta a la hora de preguntarse qué provoca el cáncer, porque son muchos factores a la vez, aunque hoy está bien documentado que para que se produzca es necesario que el ADN esté dañado en algunos puntos claves que regulan la proliferación. “Pero, además de eso, deben haber simultáneamente alteraciones y mutaciones en los genes que impidan el funcionamiento de los genes supresores, que son como los frenos para la multiplicación celular. Este es un proceso esencialmente biológico y los estados de ánimo no tienen ninguna forma de influenciar de manera directa a los genes que están involucrados en estos procesos”, explica el oncólogo Jorge Gallardo, especialista en cánceres digestivos, de mama y de ovario, quien es presidente de la Fundación Chilena para el Desarrollo de la Oncología y coordinador de Oncología en Clínica INDISA.

Mientras que el ginecólogo y mastólogo Carlos Rencoret del Valle, especialista del Centro Oncológico Oncovida, aporta otro dato clave: que el cáncer se demora entre 10 a 15 años en desarrollarse. “Jamás nadie tiene esta enfermedad de un día a otro; se necesitan muchos años para que una persona ─desde el desarrollo de una célula anormal atípica─ termine teniendo un cáncer propiamente tal. ¿Cómo la rabia, la pena o el sufrimiento podrían permear las células durante todo ese tiempo? No hay ningún dato científico que apoye esa tesis. Se ha llegado a decir incluso que los sentimientos negativos contra terceras personas son capaces de producir un cáncer, o que si es en la mama izquierda tiene un significado distinto al de la mama derecha. Eso es un error, una hipótesis brutal, un mito que se mantiene porque todo el mundo quiere tratar de explicar lo que no tiene explicación, que es el hecho de que no sabemos claramente por qué se produce el cáncer. Son muchos factores”.

Una cosa muy distinta es la que podemos ver en otro tipo de conexiones mente cuerpo, como lo que pasa con algunas enfermedades inflamatorias. “Se sabe que un organismo estresado puede disminuir la capacidad de protección inmunológica frente a un virus o una bacteria. Pero ese es un cuadro agudo, no se puede comparar a una patología crónica de muy larga data y de complejísimos procesos como lo es el cáncer”, añade el doctor Rencoret.

Asumir el azar

“Hay gente que fuma toda su vida y no se enferma de cáncer al pulmón. Hay personas que viven mucho estrés y no van a tener cáncer nunca, y otras que sí, ya sea habiendo vivido o no un dolor. Creo que no hay una sola causa que te lleve a desarrollar cáncer, sino que hay miles: desde tu exposición al microplástico, tu carga genética, o cómo fue la alimentación de tu madre mientras te gestaba y cómo eso impactó en tu microbiota. Son tantas causas, que ligarlo al tema emocional es finalmente vincularlo a la culpa”, dice la periodista científica Paulina Sepúlveda, quien tuvo cáncer ─linfoma no hodgkin de células grandes b─ desde 2014 al 2020, cuando recibió el alta final.

“La creencia está súper extendida y yo la viví: que si tienes cáncer es porque pasaste una pena muy grande, que eres una persona ansiosa, que tuviste una gran pérdida, que no pudiste manejar el estrés. Te lo dicen mientras estás lidiando con tratamientos invasivos y con el miedo de morir; en mi caso hubo un momento en que me hablaron de que tendría tres meses de vida. Que te culpen se transforma en una carga que es realmente violenta”, dice Paulina, para quien el tema es mucho más profundo. “Tiene que ver con la dificultad de aceptar la enfermedad como parte de la vida y que no está en nuestras manos, muchas veces, el evitar estas cosas. Tampoco podemos controlar el color de nuestro pelo ni la forma de nuestras manos. Somos un organismo vivo y, por mucho que meditemos y que vivamos en calma, igual nos vamos a enfermar. Esto tiene que ver con la naturaleza de la vida”.

La psicooncóloga Daniela Rojas, añade que concebir al cáncer como una enfermedad que no es provocada por la gestión de las emociones, no quiere decir que se subestime el bienestar de los pacientes o que se niegue la relación entre el cuerpo y la mente: “Efectivamente somos un todo integrado entre nuestro cuerpo y nuestra mente, pero estas interpretaciones psicologicistas de algunas patologías establecen una supremacía de la mente sobre el cuerpo. Y eso no es lo mismo de la comunión mente cuerpo. Esta corriente del poder de la mente, que la mente todo lo puede, que podemos controlar todo, es una respuesta a la negación que tiene nuestra sociedad a la fragilidad de nuestra biología y a la fragilidad de la vida. Como lo que quedó dramáticamente evidenciado con la pandemia de Covid. Hay una resistencia a entender que no está todo bajo nuestro control y que existe el azar”.

“El estrés sin duda es importante manejarlo, pero no porque sea una causa lineal del cáncer, sino porque la salud mental es un bien en sí mismo, porque las mujeres merecen estar bien. Por otro lado, se ha visto que quienes están bajo estrés pueden tener más tendencia a incurrir en conductas que sí son de riesgo, como fumar, beber alcohol en exceso, dejar de ir controles. Pero no podemos cargar a las pacientes algo que no es real y que además es muy dañino”, agrega Daniela Rojas.

Algo en lo que concuerda Badir Chahuan, jefe de Cirugía Oncológica y reconstructiva de mama, de Fundación Arturo López Pérez (FALP): “Las pacientes tienen el derecho de sentir pena o rabia. Somos seres humanos y tenemos emociones, y todos tenemos el derecho de sentirlas y de vivirlas de forma libre, pero no por eso tendremos más riesgo de desarrollar un cáncer. No se asocia por ningún motivo”.

Dejar la culpa

Cuando ya se había hecho su mastectomía y estaba en plena quimioterapia, Paola Lizana estaba angustiada y deprimida. Se sentía culpable, tenía un miedo constante a las reacciones que podría tener su organismo al recibir las drogas, a si podría estar lo suficientemente “fuerte” para el siguiente ciclo de quimios, y le rondaba el pánico a enterarse de que el tratamiento no estuviera haciendo efecto. Hasta que decidió que necesitaba apoyo y fue a una reunión grupal de Yo Mujer, corporación de cáncer de mama en Chile que trabaja por educar a las pacientes sobre la patología, así como sobre la importancia de la detección precoz, y con ello contribuir a la disminución de las tasas de mortalidad por cáncer de cama: que, en efecto, es la primera causa en mujeres.

Fue en una de las primeras reuniones cuando Paola escuchó que otra de las mujeres estaba comentando que se sentía muy culpable, porque ella había pasado por una situación dura emocionalmente y se había enfermado por eso. Entonces, una de las especialistas le respondía a otra paciente: “No, el cáncer no fue tu culpa, tú no te lo provocaste. Hay muchos factores que contribuyeron, pero no fue la pena que pasaste”. Ese fue el momento en que Paola descansó. “No sé si puedo transmitir en palabras la sensación que tuve, como si me hubieran sacado un peso de encima. Me sentía liviana, me cambió la cara. Fue un antes y un después, y hasta hoy se los agradezco. También me ayudó mucho conversar con otras mujeres que estaban pasando lo mismo que yo, recibir el apoyo de las que ya llevaban un tiempo ahí, y luego yo apoyar a quienes llegaban. Porque jamás paran de llegar mujeres nuevas”, dice.

En efecto, en Chile cada 3 horas una mujer es diagnosticada con cáncer de mama, según cifras de la Sociedad Chilena de Mastología. En un día, además, mueren tres mujeres por la misma causa. De ahí que la prevención sea fundamental, porque más del 90% de los diagnósticos tienen buen pronóstico, cuando son detectados tempranamente. Paola fue una de ellas. “Aunque me recuperé del cáncer, en el cáncer de mama no se habla de que te den un alta médica, porque lamentablemente puede volver muchos años después de haberlo superado. Hoy, cuando a veces paso por una situación de estrés, la gente todavía me dice: Paola recuerda que tienes que cuidarte del estrés, porque tuviste cáncer. Pero hoy sí lo rebato. Hoy yo sé que el cáncer no fue mi culpa”, finaliza.

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