Paula

Erradicando a la machista: El fútbol es cosa de hombres

Hace un mes nos cambiamos de casa con mi familia. Tengo un hijo de 7 años y una hija de 5. Es la primera vez que ellos viven en una casa, antes siempre estuvimos en departamento. Y junto con descubrir la maravilla de tener un patio, hace poco ellos conocieron algo que para mi fue habitual cuando chica, que es la vida de barrio y la posibilidad de jugar con los vecinos en la calle. La casa donde nos cambiamos queda en un pasaje cerrado en el que todas las tardes varios niños salen a jugar a distintas cosas. Uno de ellos, que es fanático del fútbol, cerca de las 4 p.m. sale con su pelota y dos arcos chicos a los que con suerte les queda la mitad de la red, pero que instala con entusiasmo en cada esquina de la calle.

De a poco, el resto de los niños se empiezan a sumar. Hasta la semana pasada mis hijos miraban esta escena desde la ventana, ya que como son ‘los nuevos’ no se atrevían a acercarse, pero el otro día le pregunté al mayor si quería jugar con los otros niños y le ofrecí que yo podía preguntarles si lo invitaban si él no se atrevía a hacerlo. Le cambió su carita, corrió a ponerse zapatillas y salimos en la misión de hacer nuevos amigos. Primero nos pusimos en la orilla de la cancha a mirar, y de a poco fuimos haciendo comentarios, hasta que terminamos preguntándole el nombre a algunos y pidiendo permiso para sumarse.

Obvio que la respuesta fue que sí. Incluso uno de los papás que estaba en la orilla, sentado en una silla mirando a los niños, gritó: ‘Ahora sí que parece pichanga de barrio’, porque antes de que llegara mi hijo, había tres en un lado y dos en el otro. Y estábamos en eso, cuando vi que mi hija chica estaba amurrada en una esquina. Fui rápido a ver qué le pasaba y ahí recién entendí que en todo ese rato nunca vi: que ella –que encima de su ropa tenía puesto un vestido de princesa– se había arremangado la falda y también tenía las zapatillas puestas para jugar. Pero yo jamás pensé en incluirla.

Me sentí muy mal, pero de verdad lo hice sin pensar. Lo triste es que me pasa habitualmente. No sé si es por la manera en que fui criada o por otra razón, pero me he visto haciendo diferencias entre mi hijo y ella varias veces. Con los juguetes también me ha pasado. Cuando vamos juntos a comprar y les digo que elijan algo, suelo darle opciones distintas a él y a ella, algo que no necesariamente tienen que ver con sus gustos, sino con una división de género.

Sé que no está bien, pero a ratos me sale naturalmente. Y con el tema del fútbol mucho más. Recuerdo miles de veces en la sobremesa de la casa de mis papás que los hombres iban a ver partidos a la pieza, mientras mi madre y mis tías se quedaban recogiendo la mesa y lavando los platos. También recuerdo perfectamente la frase “el fútbol es cosa de hombres” cuando alguna de mis primas intentaba sumarse a ellos u opinaba del partido.

A mí la verdad es que nunca me ha llamado la atención el fútbol, pero sí veo que esa división entre lo masculino y lo femenino es dañina y retrógrada. Porque, además, no pasa tanto en otros deportes. Y lo que veo más grave es que el fútbol es el deporte que concentra mayor poder y donde se mueve más dinero, y curiosamente es el único que han tratado de mantener alejado de las mujeres. Obviamente esa relación no es gratuita. Es un mundo en el que se perpetúan –y de manera exagerada– los estereotipos de género que ponen a la mujer en un lugar de inferioridad. Es cosa de ver los cánticos en los que todas las ofensas hacen alusión a lo femenino: madre, zorra, monja, etc. Y también las dinámicas que se generan socialmente en torno al fútbol, como lo que ocurría en las sobremesas de la casa de mis papás.

Por suerte de a poco eso se está acabando. Cada vez son más las niñas que piensan en jugar y ya no sienten vergüenza por hacerlo. Porque cuando yo era niña la compañerita que jugaba a la pelota en los recreos era tildada de ‘ahombrada’. Ahora pienso en que quizás cuántas tuvieron ganas de hacerlo, pero se reprimieron por eso. Creo que es importante que entendamos que esto no se trata solo de juego y por tanto de un tema sin importancia. La reflexión hay que hacerla un poco más allá. Porque puede ser que nuestras hijas jamás quieran jugar a la pelota y todo bien, el tema es que ellas tienen que saber que pueden elegir libremente qué deporte practicar o a qué juego jugar, porque todos son para hombres y mujeres. Mantener esa división es seguir perpetuando los estereotipos que tanto daño nos han hecho.

Es lo que no vi el otro día cuando llevé a mi hijo a la pichanga con los vecinos y a mi hija no. Ella, sin decir una palabra, me dio una gran lección. Y ahora tengo la posibilidad de dársela a otras madres.

María José Villarroel tiene 43 años y es asistente social.

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