Horse girl: Un viaje a los límites de la mente
La película, estrenada en Netflix este año y dirigida por Jeff Baena, nos invita a conectar en la subjetividad de una mujer, ser parte de sus deseos y penas y sumergirnos con ella en su realidad psíquica.

Sarah –protagonizada por la actriz y co guionista de la película, Alison Brie– a pesar de ser una chica ordenada, tranquila, funcional que todos los días va a su trabajo en una tienda de textiles y paquetería, que en las tardes hace zumba con otras chicas y en sus ratos de descanso ve una serie de televisión, tiene un lado salvaje guardado.
Su máximo deseo es poder volver a estar junto al caballo que cabalgaba cuando era niña y dentro de toda su aparente normalidad, el animal ocupa gran parte de sus pensamientos diarios, como si ahí estuviera la respuesta a su libertad. El caballo es un deseo, una pulsión que representa más que solo estar con él, porque los seres humanos nunca deseamos una sola cosa en un momento determinado: deseamos un conjunto de elementos y sensaciones asociadas a afectos.
La protagonista desea su caballo y anhela volver a ser la niña que lo cabalgaba. Extraña a su abuela y su madre, quiere volver a sus vivencias infantiles, a los juegos. Quiere sentir el viento, el paisaje moviéndose, los pies desprendiéndose del suelo y alejándose de todo. Quiere devenir en el caballo, ser parte de sus movimientos, vivir la experiencia de ser animal, incorporar todos los códigos de este ser y abandonarse en él.
Todas estas pulsiones corren de forma paralela a su vida normal. Hace poco falleció su madre y Sarah vive el duelo sola, sin padre, sin familiares –excepto por un ex padrastro que le da dinero– y sin personas cerca que puedan acceder a cómo se está sintiendo. Su compañera de piso –una chica que representa lo normal, el cómo las cosas deberían ser– tampoco es un apoyo, porque está más preocupada de su trabajo y de la relación con su novio que de observar con empatía y comprensión a Sarah.
La protagonista vive sola y en silencio un angustioso proceso, que comienza con problemas de sueño y desorientación en el tiempo. Se refugia en su serie de televisión, cuyos personajes y situaciones comienzan a hacerse parte de su vida, y en las fotografías de su abuela muerta. Las mujeres de su vida son esenciales en la historia y poco a poco se van develando las conexiones entre ellas.
Horse girl es una película que nos invita a observar y sentir como la protagonista, conectarnos con su mundo y salirnos de las representaciones –aquellas imágenes culturales que tenemos arraigadas en nuestro pensamiento– y de las identidades fijas, para pensar desde las singularidades, intensidades y afectos de una mujer cuya mente conecta con vivencias, sensaciones y emociones que no pueden fácilmente ponerse en palabras. Como espectadores solo tenemos acceso a una pequeña parte de ella, que es lo poco que la protagonista logra comunicar. Pero todo lo demás es desconocido, porque cuando la subjetivización se despega a puntos inalcanzables, la producción dentro de la mente se vuelve frenética, imparable, con códigos inclasificables y pensamientos que no tienen que ver con cosas terrenales, sino con profundidades sobre la vida, el universo y otras formas de existir.
“Creer en el poder interior del deseo para engendrar su objeto, aunque sea bajo una forma irreal, alucinatoria o fantasmática, y para representar esta causalidad en el propio deseo. La realidad del objeto, en tanto es producido por el deseo, es una realidad psíquica”, dicen Gilles Deluze y Guattari desde la filosofía y el psicoanálisis, análisis que calza con la invitación de esta película: entender desde la singularidad de cada persona los deseos y su capacidad de producir realidades. Y a pesar de no ser parte de ellas, es posible validar esas producciones, sumergirnos en ellas, tratar de conectar con las sensaciones y afectos que las rondan.
El sistema actual en el que vivimos, con conductas opresivas, donde hay miembros de la cadena que son más importantes que el resto y constantemente se están desarmando los flujos sociales, reprimiendo las singularidades y las subjetividades de sus miembros, empuja hacia los bordes de la locura. Y luego se anulan esos modos de subjetividad: se apartan y restringen para que esas mentes no interfieran en lo que se ha establecido como normal. La represión, la falta de integración y comprensión de las mentes no hace más que agudizar los desórdenes psíquicos.
¿Pero puede haber en esas subjetividades, en esa producción de pensamientos disparatados y sin referentes conexiones nuevas, profundas y otros entendimientos sobre nuestra existencia? ¿Es posible que nuestras mentes accedan a una producción de vivencias, contenidos y realidades fuera de todo lo que hemos establecido como normal? ¿Y qué tan interesante puede ser llegar a explorar esas texturas?
Me pregunto qué sería de Sarah en una sociedad distinta que acompañara desde el amor, que comprendiera la existencia de otras subjetividades y las intentara integrar. Una sociedad que le permitiera explorar esa producción más disparatada y salvaje . Y cómo seríamos si aprendiéramos más de la mente y sus complejos acertijos, sin tratar de encasillar todo en los parámetros de lo sano y lo normal.
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