Soledad Grunert, psicóloga: “En pareja se detonan muy intensamente las heridas no resueltas de la niñez”

La mirada del amor desde el enfoque de apego adulto, que propone la terapeuta Soledad Grunert, desmonta una serie de mitos en torno a los vínculos de pareja. ¿Quién es esta psicóloga que siguen más de 144 mil personas en Instagram, cuyos talleres se llenan y que tiene una larga lista de espera en su consulta?




“¿Sabes lo que más ha cambiado después de la terapia que hicimos contigo? Que ahora, cuando discutimos con mi pareja, soy capaz de ver en ella a la niña herida que aparece ahí, defendiéndose. Entonces, no me tomo las cosas personalmente y logro entender por qué dice lo que dice. Y que lo que yo hice le está doliendo”.

Eso le comentó un paciente, hace poco, a la psicóloga clínica Soledad Grunert, especializada en apego adulto, buen-amor en pareja y trauma, a quien sus pacientes suelen enviar mensajes de agradecimiento, ya sea por sus terapias, por los cursos que realiza de forma online, o por el contenido que comparte en su cuenta de Instagram @psicologa.solegrunert. Hace unos meses, por ejemplo, una pareja la llamó en plena celebración de su matrimonio, para compartir ese momento con ella y saludarla.

“Es que entender el enfoque del apego adulto puede cambiar vidas. Llevo años en esto y todavía me emociono al ver el impacto que produce el comprender las relaciones de pareja desde esta mirada. Porque veo cómo tantas personas se identifican y experimentan un gran alivio. A veces, cuando escribo mis post en Instagram me dicen: ‘Siento que me lees la mente, que me estás hablando a mí’. Pero no soy yo, es este enfoque”, dice.

Pero lo cierto es que no sólo es el enfoque del apego adulto, también es ella: por algo ha logrado construir una comunidad con más de 140 mil seguidores en Instagram, tiene su agenda copada y una gran lista de espera, y sus cursos online se llenan. Probablemente se deba, en parte, a su carisma y agudeza, que la llevan a explicar en simple temas profundos y transversales como, por ejemplo, por qué las reacciones que tenemos en pareja provienen de lo que aprendimos en la primera infancia; de dónde viene el amar en alerta constante; o por qué para crear un vínculo seguro necesitamos aprender a recurrir y a responder sensiblemente.

Soledad Grunert tiene 26 años de ejercicio clínico y, aunque vive en Santiago actualmente, su carrera no la inició en la capital, sino en La Serena, donde vivió hasta hace tres años. Trabajó en el sistema público por mucho tiempo, en temáticas de violencia intrafamiliar, abuso sexual, violencia política y todas las esferas asociadas al trauma. Se especializó en psicotraumatología, estuvo a cargo por 10 años del Centro de Atención a Víctimas de Delitos Violentos de la Cuarta Región, y siempre mantuvo también su consulta particular, especialmente con parejas. Así, de manera muy intuitiva empezó a trabajar con las historias de trauma de estas parejas y a comprender cómo lo que se vive a temprana edad impacta en las relaciones presentes.

En una búsqueda incesante por seguir aprendiendo, se formó en el enfoque de apego adulto, a través del Método EFT y Developmental Model. “El enfoque de terapia basado en el apego adulto es algo que no se enseña en la escuela de psicología. Es relativamente reciente en la historia de la investigación y en Chile no hay formación especializada al respecto”, cuenta.

Se suele escuchar principalmente del apego en la niñez. ¿A qué se refiere el apego adulto?

El apego es la necesidad de conexión con ciertas personas privilegiadas de nuestro entorno, para contar con ellas como recursos de apoyo. Es una necesidad cableada en nuestro cerebro más primitivo, que se activa de manera natural y saludable en todos los seres humanos, en momentos de estrés y que no se extingue jamás. Sólo que nuestras figuras de apego van cambiando a lo largo de la vida. Esas figuras tienen el poder de impactar en nuestra neurobiología, tanto positiva como negativamente. Las figuras tempranas de apego ─nuestros padres, madres o cuidadores─ son fundamentales, pues la calidad de sus respuestas emocionales en momentos de estrés, van a determinar nuestras formas de enfrentarnos a los estresores de la vida.

¿En qué sentido?

El apego se relaciona con la capacidad del otro de calmar nuestro estrés y regular nuestro sistema nervioso. Cuando somos bebés, no tenemos ninguna posibilidad de autorregularnos. Necesitamos de un otro que regule nuestros procesos fisiológicos y psicoemocionales: que nos alimente cuando tenemos hambre, que nos abrigue cuando tenemos frío, que nos calme cuando sentimos miedo, que nos reconforte cuando sentimos dolor. La especie humana es la especie más vulnerable y dependiente, necesita de otros para sobrevivir, es así de vital. Esas experiencias tempranas se incorporan a nuestro saber más implícito, a nuestra memoria corporal.

Un aprendizaje que se queda grabado a fuego…

Claro, se trata de circuitos neurales. Pues dado que el cerebro necesita hacer eficiente nuestra energía, opera en base a la anticipación para garantizarnos la supervivencia. Por ejemplo, si yo experimenté que ante la expresión de mis necesidades a mis cuidadores, no había respuesta ─o esa respuesta siempre era una crítica, un rechazo, un reproche─ entonces mi cerebro aprendió que es inútil recurrir a un otro. Porque la sensación que se experimenta cuando recurro y no encuentro respuesta, es muy amenazante y desestabilizante.

Cuando a un niño reiteradamente le han dejado llorar en la cuna o se asusta y no recibe una respuesta sensible, ese niño en algún momento deja de pedir, deja de llorar, deja de recurrir. Pero no deja de necesitar a otros, sólo aprende a desconectarse de sus necesidades, porque necesitar y no contar con otro en un momento de estrés, es terrorífico para su sistema nervioso. Es leído por su cerebro más primitivo como un peligro vital. Nuestra amígdala cerebral sigue leyendo lo mismo que en épocas prehistóricas: “si no soy acogida, si soy marginada, estoy fuera de la manada y esto es una sentencia de muerte porque quedo expuesta a los depredadores”.

¿Cómo se manifiesta ese aprendizaje en la vida adulta?

Ese aprendizaje se traduce en un saber implícito, no cognitivo y en un patrón adaptativo. En terreno vincular, cuando ese niño se encuentra con alguien con quien forja una relación, él ya tiene incorporado que no puede confiar, que no puede abrirse, que no puede contar con la otra persona. Entonces tenderá a no expresar lo que siente, a replegarse, tomar distancia y suprimir la conexión con sus necesidades. Así se configura el patrón de apego evitativo, que surge cuando se ha desarrollado una certeza: no cuento con otro.

Por el contrario, si una persona cuando pequeña ha recibido respuestas pero de modo ambivalente ─a veces esa persona estuvo para mí y otras veces no─ desarrollará incertidumbre y desconfianza. No sabrá si cuenta o no con el otro, ni en qué momento puede o no recurrir. Entonces se instala una sensación de alerta y más tarde, en pareja, esa persona estará en extremo atenta a las señales del otro. Y cuando esa pareja esté disponible, tampoco será capaz de tomar lo que le ofrece ni de calmarse con sus palabras o sus gestos de amor, porque no los creerá o anticipará que esa persona tarde o temprano encontrará a alguien mejor y le dejará. Estará en esa relación en alerta, pondrá a prueba constantemente al otro, pues el miedo al abandono estará siempre latente. Ese es el patrón de apego ansioso.

Es decir, ¿la relación que tuve con mis padres o cuidadores es determinante en mis relaciones de pareja?

Es crucial, pero no es una sentencia de vida. Pues afortunadamente para muchas personas, tras la temprana infancia, van apareciendo otras figuras de apego que, en la medida que les regalan nuevas experiencias vinculares seguras, tienen el poder de reparar las heridas que pudieron generar los vínculos primarios. Es decir: podemos haber crecido con heridas y no haber sido bien amadas ─y por ende no haber aprendido a amarnos─ pero a lo largo de nuestra vida nos vamos a encontrar con personas que nos ayudan a recablear nuestros patrones insanos y a ganar una nueva seguridad. Esas personas pueden ser un familiar, un profesor, un amigo, un terapeuta o una pareja.

En tus redes sociales te dedicas a desmitificar algunas consignas que dan vueltas. Por ejemplo, que para amar o tener una buena relación de pareja, primero hay que amarse a sí mismo.

Sí, esa es una concepción que ha sido muy difundida y tremendamente peligrosa que nos puede llevar a privarnos muchas veces de construir vínculos seguros y permitirnos vivir un buen-amor. Porque el amor propio es una dimensión intersubjetiva y el camino de amarnos involucra el espacio vincular con un otro. Las heridas de apego se sanan siempre en espacios vinculares, en el encuentro profundo, íntimo y seguro con otro. Por lo tanto, claro que podemos aprender a amarnos en la medida que nos sentimos bien amados. Además, la necesidad de crear esas relaciones profundas siempre está, pero lamentablemente recibimos mensajes contrarios que premian la autosuficiencia y castigan la vulnerabilidad. Y un vínculo sano se construye particularmente en la conexión vulnerable.

¿Hay otra consigna que desmitifiques?

Sí, la consigna de la espontaneidad, de dejar fluir el amor, o que “si no nace, ahí no es”. Porque cuando simplemente decimos: voy a dejar fluir esta relación, lo que emerge ahí es lo más automático y defensivo de nosotros, es decir, nuestra niña o niño herido es quien toma el mando. Por eso, todo el tiempo vemos historias de dos niños heridos que, a pesar de amarse de manera profunda, se lastiman constantemente. Construir un vínculo de apego en la adultez requiere trabajo, conciencia e intención sostenida y muchas veces haremos cosas, no porque nos nazcan, sino porque nutren nuestra relación y hacen feliz al otro. Los gestos de amor no espontáneos tienen un inmenso valor en ese sentido.

Pero siempre hay un límite…

Por supuesto. No se trata de forzar los sentimientos, sino de no quedarnos en la idea limitada de ‘amar a mi manera’. Además, una cosa es el esfuerzo y otra distinta es el sacrificio. Es importante poner mi cuota de energía y trabajo, pero jamás si aquello transgrede mis propias necesidades en la relación. Ese es el límite.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.