Por Francisco Pérez Mackenna¿Las personas o las cosas?

Chile tiene todas las condiciones para volver crecer. Tiene cobre, hidrógeno verde, litio, tierras raras, alimentos…”. Esta frase, especialmente en época de campañas electorales, puede atribuirse a casi cualquiera que participe del debate público y quiera aportar con la receta para que el país retome la senda al desarrollo. Si bien es correcta, es insuficiente.
Cuando se habla de políticas públicas para generar crecimiento siempre se parte por mencionar los recursos naturales, infraestructura o a las empresas productivas y su inversión en maquinaria, plantas y equipos. Rara vez, muy rara vez, se pone el énfasis en las personas.
Sin embargo, el éxito que alcanzan las naciones radica más en el capital humano que en esos recursos, la tecnología de la que se alimenta y la interacción entre ambos. Es decir, son las personas más que las cosas las que permiten dar el salto cualitativo. Como bien dijo el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Juan Carlos de la Llera, en el último Enade: “Lo único que le cambia la vida a una sociedad es el conocimiento”.
El crecimiento del ingreso per cápita, en términos simples, equivale al aumento de la productividad multiplicado por un factor que depende del inverso de la participación de la fuerza laboral en el PIB de un país. Para Estados Unidos, en los últimos 100 años el factor que multiplica se acerca a 1,5 y el aumento de la productividad a algo más de 1,2, lo que se ha traducido en un sostenido incremento del PIB per cápita entre el 1,5% y el 2%. En el caso de Chile, ese multiplicador es parecido, pero el problema está en que, por un largo periodo, desde hace casi 20 años, la productividad se ha estancado. La clave, entonces, para explicar la diferencia en el ingreso per cápita de ambas naciones radica en comprender de qué depende el alza de la productividad y su sostenibilidad.
Para los países con más alto ingreso per cápita, la respuesta depende de la expansión de la frontera del conocimiento y del alto stock de capital humano que han podido acumular. En cambio, para los países como Chile que aspiran a estar en ese club pero que aún deben transitar un largo camino, ello depende de otros componentes. Depende de la tecnología que pueden importar de los líderes, y del conjunto de conocimientos, habilidades y experiencia que las personas que viven en su territorio puedan reunir.
Las políticas públicas y las condiciones del punto de partida separan en dos grupos a los países: aquellos que logran el desarrollo sostenido y se acercan a la frontera tecnológica y aquellos que se estancan lejos de ella. Las diferencias de ingresos entre los que avanzan y los que se estancan son enormes (hasta de 40 veces), dando origen a la principal fuente de desigualdades del planeta.
El capital humano, como su nombre lo indica, es fruto de un esfuerzo de inversión en el que participan cada persona y su núcleo familiar. Como de inversión se trata, entender que el legítimo retorno de aquel es fundamental para que existan incentivos para desarrollarlo internamente y atraer aquellos talentos que están dispersos en el mundo y que ni siquiera tienen a Chile en el radar como un potencial destino para residir.
Gary Becker, premio Nobel de Economía en 1992, planteó que las naciones pueden esperar un “golpe de suerte” que les dé un impulso hacia el desarrollo, pero para que éste genere un cambio de tendencia se requiere que se dé en un timming que permita aprovechar la oportunidad. Ello, en parte, depende de la inversión en las personas.
La formación de capital humano se da básicamente en cuatro instancias: la familia y el entorno social, la educación, la formación en el lugar de trabajo y las sinergias positivas de estos tres elementos (los denominados “spillovers”). Por su parte, la atracción de talentos requiere de incentivos en materia de educación (calidad y accesibilidad), salud, seguridad y tasas marginales de impuestos que compensen las carencias relativas en comparación a destinos de primer orden, como sería hoy Silicon Valley, por ejemplo.
Si nuestras políticas públicas no sintonizan con estos desafíos nos podemos ir olvidando del crecimiento sostenido. Cuando se trata de entender las claves del desarrollo humano definido como mejor bienestar material per cápita, centrarse en las personas es el camino correcto. Cosas hay en todas partes y nuestro país las tiene. Pero concentrar en esos recursos toda nuestra esperanza de un mejor futuro es una ilusión. Crear un necesario ambiente de “sueño americano” debe partir por poner a las personas en el centro. Y eso no lo estamos haciendo.
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