Actualidad: El poder
Desde el primer momento, el gobierno se apropió de la tragedia de los 33 mineros, y con obstinada eficacia consiguió convertirla en una epopeya de alcance mundial.<br>

Recién el lunes pasado comenzó a darse vuelta la página del episodio de los 33 mineros, por lo menos en su versión de utilidad política inmediata. Después de una ceremonia menos pretenciosa de lo temido -aunque también menos profunda de lo requerido-, los mineros jugaron un partido de fútbol enfrentando al gobierno. Por supuesto que el gobierno ganó. Y el presidente metió el primer gol de su equipo. No podía ser de otra manera.
Durante esta historia no ha dejado de aparecerse en mi memoria la reflexión de David Grossman en su libro "El Viento Amarillo", a raíz de la participación de representantes gubernamentales en los funerales de las víctimas judías en atentados palestinos. Son hechos completamente distintos, es obvio, pero tienen un trasfondo similar: la transformación de las vidas privadas en propiedades de uso público. Tras el funeral de una niña, Grossman mira a sus familiares y se pregunta: "¿Qué pueden sentir cuando su ser querido se convierte en un instrumento de un cínico juego político? ¿Por qué tiene que haber un representante del gobierno en un evento tan trágico? ¿Es la muerte parte del dominio del gobierno? ¿Por qué los políticos no descubren cómo hacerse escasos y con la cara llena de vergüenza se retiran del lugar del dolor y la tristeza de los cuales, en su propia impotencia, han sido también causantes?".
Puede parecer injusto aludir ahora a circunstancias aparentemente tan ajenas, pero la verdad es que lo ajeno son sólo las circunstancias, no el fondo del asunto. Desde el primer momento, el gobierno se apropió de la tragedia de los 33 mineros, y con obstinada eficacia consiguió convertirla en una epopeya de alcance mundial. Sólo la grandeza de los hechos evitó que el abuso fuera más ostensible. Con su presencia sin contención, las autoridades les robaron a esas familias el derecho al llanto verdadero y al reencuentro íntimo. Y de paso dejaron oculta la responsabilidad que han tenido en la construcción de una sociedad, de un sistema económico y de una estructura laboral que se alimentan del sacrificio sin limitaciones, del sudor mal recompensado, del golpe artero que cae siempre sobre las mismas cabezas. Porque en la perpetuidad de la injusticia, mientras más poder se tiene, más responsabilidad se carga.
Su actitud recuerda la concepción que alguna vez, en su juventud, tuvo Kurtz, el enigmático personaje de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad. Hablando de la relación de los europeos con los africanos dice: "...debemos por fuerza parecerles a ellos (a los salvajes) seres sobrenaturales: nos acercamos a ellos revestidos con los poderes de una deidad... Por el simple ejercicio de nuestra voluntad podemos ejercer un poder para el bien prácticamente ilimitado". Las múltiples sondas, las tres cápsulas, los helicópteros, la intrusión perpleja de la cámara, el despliegue de capacidades que no conoce fin… el poder… el poder en una nueva y absoluta manifestación.
Sin la determinación del gobierno, los mineros probablemente no hubieran vuelto a ver la luz del día... pero nada en la vida es gratis: su existencia dejó de pertenecerles. También recordando palabras de Conrad, las autoridades podrán sentir que ya han hecho bastante como para concederse "el indiscutible derecho de depositarla (su memoria) para su eterno reposo, en el cajón de basura del progreso, entre todos los gatos muertos de la civilización".
Tal vez lo inquietante no es que todo esto haya sucedido. Lo más inquietante es que cualquier gobierno, en cualquier tiempo y de cualquier signo, hubiera hecho exactamente lo mismo.
*Periodista.
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