Pedro Ziede: "Soy un médico ambulante"

"Cuando me salvaron de ahogarme, pensé: ¿cómo puedo devolver la mano? Me acordé de los médicos norteamericanos que viajaban ocho mil kilómetros para venir a atender niños. Decidí entonces operar gratis a niños de comunas donde no hay posibilidades de una intervención médica que están en lista de espera. Llevo 20 años en eso".


Cuando chico era bien desordenado y no le tomaba el peso a las notas. En 1968 me fui a Estados Unidos a hacer el quinto de humanidades -tercero medio de ahora- presionado por mi papá, porque él veía que si me quedaba acá iba a seguir igual de porro. Allá era otra cosa. La familia que me recibió iba a misa a las 6 y media de la mañana los domingos y tenía que levantarme antes de las 6. Después de misa trabajaba en un restaurante lavando platos.

Lo curioso es que estaba en un país extraño, con un idioma extraño y en una cultura extraña, y me sacaba buenas notas. Yo quería estudiar Medicina y pensaba que no sería capaz, pero allá me convencí de que podía dar mucho más.

Entré a estudiar Medicina en 1971. El gobierno de Allende abrió la carrera en las sedes Antofagasta y Temuco de la Universidad de Chile, pero después del golpe la cerraron. Esos 15 o 18 estudiantes fuimos prácticamente la única generación de médicos que salió de Antofagasta por harto tiempo.

A mediados de los 90, yo trabajaba en el Hospital Regional de Antofagasta y vino a Chile un grupo de médicos de Estados Unidos que permanecía una semana atendiendo a niños que padecían labio leporino. Como yo era cirujano infantil, colaboré con ellos los tres años. Me llamaba la atención que vinieran de tan lejos a hacer eso.

Unos años después, un domingo de febrero, fui con la familia a la playa de Hornitos, un balneario famoso de acá de Antofagasta. Me puse a jugar paletas, me dio calor y me tiré al mar para refrescarme. Venían unas olas inmensas, como de dos metros, y me metí más al fondo para tratar de capearlas. Sin darme cuenta, me vi muy adentro del mar. Estuve 20 minutos tratando de salir del agua, arrastrado por la corriente, sin tocar fondo. ¡20 minutos! La corriente me arrastró hacia un lugar donde había rocas; si las olas me azotaban la cabeza contra las rocas hasta ahí nomás llegaba.

Estaba agotado. Trataba de mirar a la orilla, que estaba como a 100 metros, y no veía a nadie tratando de hacer algo. Pensé: "Me voy a morir de la forma menos traumática posible"; una especie de suicidio, mire la estupidez que estoy diciendo. Puse los brazos sobre mi cabeza en forma vertical, para no hacer resistencia, y me hundí resignado. En ese momento se me vino a la mente la sinopsis de mi vida: mi matrimonio, mis papás, mis hijos, mis hermanos... De repente volví a la superficie y escuché la sirena de Carabineros. Ahí me di cuenta que estaban tratando de sacarme.

Me tiraron una cuerda como de 100 metros, la tomé con las dos manos y me tiraron con fuerza como 80 personas. Llegué a la orilla y me rodeó un montón de gente. Me dio mucha vergüenza. Me paré canchero, como diciendo "no me pasó nada...", pero caminé dos pasos y me desplomé al suelo. No me quedaba energía.

Ese episodio me dejó pensando: me dieron una segunda oportunidad, ¿cómo puedo devolver la mano? Me acordé de los médicos norteamericanos que viajaban ocho mil kilómetros para atender a los niños. ¿Por qué yo no hacía lo mismo, si estaba acá? Decidí operar gratis a niños de comunas donde la gente no tiene posibilidades de una intervención médica, esa gente que está en una lista de espera durante años y que no es prioridad porque requieren cirugías de baja complejidad, como adenoides, amígdalas o hernias.

La primera vez fue en 1998. Junté a un grupo de médicos, anestesistas y auxiliares, me conseguí instrumental quirúrgico y mi señora se fue manejando la camioneta como cinco horas. Pedimos prestado el pabellón del hospital de Taltal, que tenía la infraestructura, pero no había equipo humano. Trabajamos viernes, sábado y domingo. Lo hicimos una vez al año en 1998 y 1999.

Somos como médicos ambulantes. El 2000 bautizamos este programa Sembrado Salud, porque cuesta mucho sembrar en el desierto, y eso es lo que hacemos: no tenemos plata, sino voluntad. Si nosotros fuimos capaces de florecer en el desierto, ¿por qué no lo pueden hacer otros médicos en el resto del país? Siempre se dice que los chilenos somos solidarios en las tragedias, pero la gracia es hacerlo en el día a día.

Yo quería que esto creciera. Ese año 2000 entré como académico a la Universidad de Antofagasta. En marzo, en el Rotary Club, del cual yo era miembro, se le hizo un homenaje a la Fuerza Aérea y pedí que me presentaran al general a cargo para pedirle un avión. Me dijeron que no, que era muy feo andar pidiendo favores y más encima en un homenaje. Pero no era para mí, era para los niños. Así que fui nomás: "Hola, soy Pedro Ziede, hago operativos médicos, ¿me puede dar una hora?". Me citó en su oficina y desde el año 2000 hasta 2012 un avión CASA 212 nos llevó a Taltal, a Tocopilla y a San Pedro de Atacama para operar niños.

El 2005, en Taltal, había dos gemelos de unos seis u ocho meses que necesitaban atención. El viernes operamos a uno de una hernia inguinal. La mamá contó que el hermano también tenía una hernia. "Tráigamelo", le dije. Al hermano lo operamos el sábado. Salió todo bien, pero al quinto día empezó con fiebre y tenía la región inguinal un poco inflamada. Le ofrecí a la mamá dejarlo hospitalizado en Antofagasta, pero prefirió devolverse a Taltal. El niño hacía una infección tras otra y nadie sabía por qué. Se agravó y terminó en la UCI. Le hicieron un examen inmunológico y se enviaron las muestras a un laboratorio especializado en Santiago. Los resultados mostraron que tenía una inmunodeficiencia celular congénita: había nacido sin defensas. Lamentablemente ese chico falleció.

Fue muy duro para mí. Muy triste. La cosa se puso peor porque la familia me demandó por más de 100 millones de pesos. Mucha gente me decía: "¿Cómo puedes seguir haciendo operativos médicos si más encima te están demandando?", "¡tenís que ser muy huevón!". Pero mire cómo son las cosas. Unos seis años después, la Fundación Acrux, que también realiza operativos médicos, me pidió acompañarlos a Taltal. Cuando me estoy bajando del helicóptero, viene la mamá de este niño con el gemelo que había salido bien de la operación, que ya tenía unos seis años. Se paró al frente mío, me quedó mirando y me abrazó. ¡Me abrazó! Fue muy emocionante ese abrazo... Me dan ganas de llorar recordarlo. Una persona con ese dolor, que te demanda y que después entiende que no teníamos nada que hacer, y te agradece lo que hiciste.

Fue de esos abrazos que quedan de por vida. No nos dijimos una palabra.

El 2015 ganamos el "Ancla de oro", un premio que entrega el municipio de Antofagasta a un ciudadano o institución que hace cosas por la comuna. Hace poco conseguimos el apoyo económico de Minera Escondida. Y el año pasado gané la primera versión de 'Camiseteados', una iniciativa que reconoce a la gente que aporta a la comunidad. Mucha gente me preguntaba cuánta plata me dieron, cuántos millones gané, y no se trata de eso; es el honor de ser reconocido como alguien que hace el bien.

Desde hace cinco años, las cuatro clínicas de Antofagasta nos pasan gratis sus instalaciones un día al año para hacer estos operativos. Imagínese si las clínicas de Santiago hicieran lo mismo. Es cosa de voluntad.

En septiembre de este año cumplimos 20 años haciendo operativos médicos. ¡20 años! Han participado más de 250 médicos, odontólogos y estudiantes de Medicina, haciendo todo gratis. Llevamos más de 25 mil pacientes y más de 1.800 cirugías. ¿Sabe qué es eso? 1.800 horas/hombre de trabajo y 1.800 días/cama descongestionando en el servicio público. Si me pregunta: tengo 66 años y no pienso parar.

Envíanos tus historias a: cosasdelavida@latercera.com

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.