Trinidad Ugarte (34): "Tengo trillizos e intento no perder la calma"

Trillizos
Foto: Rudy Muñoz

#CosasDeLaVida | "Soy una mamá zombi, pero puedo vivir. El 90% de mi día son ellos, el 100% de mi sueldo es para ellos. Ha sido mejor de lo que pensé, pero tengo claro que sin los grupos de apoyo no habría podido".


Con José Miguel nos casamos hace tres años, después de siete años de pololeo. Al poco tiempo tuvimos a Clemente, que tiene dos años. Queríamos darle un hermanito. Si la vida a futuro nos sonreía y ambos queríamos, íbamos a ir por el conchito.

En este segundo intento quedé embarazada súper rápido. Pero me sentí mal desde el comienzo. Cuando fui al médico me dijeron que tenía seis semanas y eran dos guaguas. A mí me dio un ataque de risa. Apenas salimos les contamos a nuestras mamás y las dos se rieron. Quedó como una anécdota. A la semana siguiente fui a hacerme otra ecografía y el doctor nos dijo que ya no eran dos… sino tres. Le agarré el brazo a mi marido y le pregunté qué íbamos a hacer. Me puse a llorar. Él me dijo que me quedara tranquila, que todo iba a salir bien. Me sentí como la peor mamá del mundo porque no sentí felicidad. Me bajó todo el pánico. De inmediato empecé a pensar en cuatro jardines infantiles, cuatro colegios, cuatro universidades, cuatro de todo.

Nosotros vivíamos en un departamento pequeño y no sabía dónde íbamos a meter a toda esa gente o qué íbamos a hacer con el auto. Mi marido llamó a mi suegra para contarle las novedades, yo no podía hablar.

Nunca pensé en tener cuatro hijos. Fue un shock tremendo. Tenía miedo del embarazo que se venía por delante. Mi doctor me aseguró que iba a sentir todo multiplicado por tres. Si tenía asco iba a ser por tres y si tenía dolores, también.

Cuando tenía cuatro meses de embarazo nos cambiamos a una casa más grande. Al mes ya estaba con licencia en mi casa por ser un embarazo de alto riesgo. Un día me animé a conocer el barrio. Caminé como pingüino dos cuadras y no pude más. Me dolía el cuerpo y no era capaz de seguir caminando. Me demoré una hora en llegar a la casa.

A los seis meses nos enteramos de que uno de los niños tenía una fisura labio-palatina. El doctor nos recomendó que fuéramos a la fundación Gantz a resolver nuestras dudas para estar más tranquilos antes de que nacieran. De a poco fui averiguando sobre lo que se debía hacer con un niño con esa fisura.

Me metí a Instagram a buscar otras mamás con trillizos. Las empecé contactar diciéndoles "Hola, estoy embarazada de trillizos. Ayúdame". Así llegué a la Carola, una mamá de trillizos que me invitó a su casa y me explicó todo. Me agregó a un grupo de WhatsApp llamado 'Somos trillizos', donde otras mamás también me acogieron. Me dijeron que sin una red de apoyo no se puede. Así de simple.

A las 30 semanas mi guata estaba más grande que la de término con Clemente. No podía ni ponerme los zapatos. Ya no aguantaba más. El día antes de que nacieran estaba feliz y asustada. Quería conocerlos, pero tenía miedo de si iban a estar bien; y nervios de conocer la carita de Pedro con su fisura. El día de la cesárea lloré como una Magdalena en el hombro de mi mamá.

Nacieron los tres por cesárea el 29 de enero de este año. Martín pesó 2,07 kilos y los gemelos, Pedro y Pascual, 1,6 kilos. Al principio no sabía cómo íbamos a querer a tres de una. Pero apenas los vi, me enamoré.

A los cinco días me dieron el alta y sólo me pude llevar a Martín. Los gemelos se tuvieron que quedar en neonatología porque eran más chiquititos. A la semana siguiente llevamos a Pascual a la casa. Luego llegó Pedro. Al principio Clemente, el hermano mayor, decía "que linda las guaguas, les pongo el tete". Era muy tierno con ellos, pero comenzó una guerra con nosotros. Eran llantos explosivos con ira. Tuvimos que contenerlo. Si para nosotros ya era un shock, para él más.

Los primeros seis meses mis suegros nos mandaron a una enfermera para que me ayudara con todos los temas médicos, que fue clave para orientarme. Martín nació con una plagiocefalia y tortícolis que lo tenían mirando para el lado. No es una enfermedad y tampoco es grave, pero requiere tiempo. Tiene kinesiólogo dos veces a la semana para estirarle el cuello y las articulaciones.

Con Pedro me angustiaba el tema del tiempo que tendría que dedicarle, porque sabía que iba a ser más. Las enfermeras me enseñaron cómo darle la leche. A él le costó mucho aprender, porque le salía por la nariz o se ahogaba. En julio lo operaron del labio y quedó súper bien. Además tiene cinco sesiones de terapia al día.

Pascual, que es el otro gemelo, no tiene nada. Solo un poco de retraso sicomotor como sus dos hermanos, pero se solucionará con el tiempo.

En los primeros meses lloraban todos juntos. Desde el tercer mes se turnan para hacerlo: uno llora, uno duerme, uno mira. He aprendido con el tiempo a no estresarme con el llanto. Con Clemente era un ruido y lo agarraba. Con los trillizos tuve que cambiar todo el sistema. Tuve que bloquear mi sensor de llanto. Ya sé cuál es el de urgencia, pero el de alegato no lo pesco. Sí, tengo trillizos e intento no perder la calma.

Desde el inicio fue una noticia tras otra para nosotros: hola, tienes trillizos; hola, uno tiene una fisura labio-palatina; bienvenido al mundo de los hijos con esa fisura; este niño tiene esto en el cuello y también necesita kinesiólogo… Yo decía "por favor, paren, no quiero más guerra". Al principio tenía mucha presión sobre mí, pero de poco he ido aprendiendo a soltar. Hemos hecho un buen equipo con mi marido. Mi mamá también ha sido fundamental: nos lleva comida casera para que no nos preocupemos de cocinar, me ayuda con las guaguas y se ha encargado de contenerme.

No he podido volver a trabajar -soy diseñadora- y el estrés más grande que tengo es mi licencia. Necesito las lucas, se me multiplicó la familia en un segundo, gano lo mismo y el ingreso familiar es el mismo. No puedo perder mi trabajo y quedarme en la casa. Pero también es un problema volver a trabajar, porque ¿quién se hace cargo? No puedo mandar a Pedro a una sala cuna porque hay que dedicarle mucho tiempo.

Estaba muy angustiada porque no me iban a pagar o me iban a echar por la licencia. No podía volver y tampoco tenía otras alternativas. Además, los niños tuvieron virus sincicial y Pedro estuvo hospitalizado diez días. Nos llegó la cuenta que se empezó a acumular con las sesiones de kinesiólogo y los doctores. Fui al psiquiatra porque en un minuto ya no daba más. Una de mis mejores amigas comenzó una rifa secreta para ayudarme con los gastos. Se viralizó mucho y me llamó un poco asustada por la magnitud que había alcanzado. Yo estaba angustiadísima y no sabía cómo agradecérselo. Gracias a eso pudimos pagar las sesiones de kinesiólogo y el tiempo en la UCI de Pedro.

Soy una mamá zombi, pero puedo vivir. El 90% de mi día son ellos, el 100% de mi sueldo es para ellos. Ha sido mejor de lo que pensé, pero tengo claro que sin los grupos de apoyo no habría podido. De repente mi marido se agobia porque es el padre de familia y siente esa presión, pero le digo que tenemos que pensar en lo bacanes que son nuestros hijos y que sea lo que sea que tengamos que hacer, esto va a pasar. Que tenemos que aprovecharlos porque no vamos a tener más hijos y ellos son tan ricos.

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