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Vinculación con el territorio: Consorcio Ciencia e Innovación para el Futuro fortalece la ciencia desde las regiones

Cuatro universidades trabajan en conjunto para modernizar la investigación y la docencia científica con un fuerte enfoque regional. En 2025, el consorcio muestra avances concretos en terreno con acciones que marcan una hoja de ruta compartida para 2030.

El proyecto Ciencia e Innovación para el Futuro ha comenzado a redefinir cómo las universidades se relacionan con su entorno.

En un país históricamente centralista, cuatro instituciones -públicas y privadas-, Universidad Mayor, Universidad de Tarapacá, Universidad de Atacama y Universidad Autónoma de Chile, se unieron para impulsar un modelo de ciencia con propósito, articulado con el territorio, comprometido con la innovación y atento a las brechas estructurales de género.

Nancy Fuentes, directora de Gestión Tecnológica, Innovación y Emprendimiento de la U. Mayor y una de las autoras del proyecto, explica que esta transformación se debe a un trabajo directo con empresas y comunidades.

“Queremos llegar resultados de investigación, transferencia tecnológica y emprendimiento científico-tecnológico a los territorios, respondiendo a las necesidades específicas de cada región”, agrega.

El consorcio, integrado por cuatro universidades de norte a sur, busca transformar el perfil académico tradicional incorporando innovación, enfoque de género y pertinencia territorial.

“Estamos en una transición desde colaboraciones puntuales hacia un modelo mixto de vinculación universidad–entorno, que combina transferencia tecnológica, innovación abierta y elementos de Aprendizaje + Servicio”, explica Karina Bravo, estratega en I+D+i de la U. Autónoma.

Desde su visión, la encargada local del segundo objetivo estratégico del consorcio, ve que este cambio implica pasar de una extensión universitaria tradicional, muchas veces unidireccional, a procesos de co-construcción entre academia, industria, comunidades y Estado.

Vincularse con los territorios desde una perspectiva científica y estratégica significa reconocer que el conocimiento debe contribuir activamente a solucionar desafíos en los territorios”, plantea.

Trabajo en Arica

En el extremo norte de Chile, en donde muchas veces el desarrollo tecnológico llega con retraso, la U. de Tarapacá avanza hacia un nuevo enfoque con su participación en el consorcio: una ciencia conectada con su entorno, capaz de dialogar con los desafíos locales, involucrar a sus estudiantes y tender puentes con una región que resiente la desactualización.

“Para nosotros, todo esto es nuevo: estamos tan alejados que hoy lo que se habla sobre vinculación con el entorno es un desafío inédito”, afirma Libertad Carrasco, jefa de carrera de Químico-Laboratorista y encargada local del segundo objetivo estratégico del consorcio.

Bajo su coordinación, la UTA ha comenzado a implementar una estrategia que busca salir del aula y conectar la investigación con las urgencias del territorio. El cambio, sin embargo, no ha sido inmediato.

En Arica, la Universidad de Tarapacá impulsa proyectos de investigación aplicada con foco en el desierto y el rezago tecnológico regional, como parte del consorcio Ciencia e Innovación para el Futuro.

“Muchos académicos y académicas están recién vinculándose con empresas... Nos falta experiencia en investigación aplicada, pero Ciencia 2030 ha abierto ese camino”, explica. A través de talleres, bootcamps y el impulso de desafíos tecnológicos, el proyecto ha comenzado a instalar capacidades que apuntan a una transformación estructural.

Actualmente, se ejecutan proyectos en áreas estratégicas para el norte, como el desarrollo de biofungicidas adaptados a zonas áridas o una iniciativa de inteligencia artificial para la enseñanza de la matemática y las ciencias. Aunque todavía no existe un vínculo directo y sistemático con la industria regional, Carrasco es clara.

“El camino ya está trazado y tenemos que lograr que las universidades valoren esta forma de hacer ciencia, que reconozcan y fomenten el trabajo aplicado”, señala. 

Próximos pasos

Las académicas coinciden en que este tipo de vinculación exige una transformación institucional.

Para Bravo, uno de los elementos más replicables es la construcción de un nuevo perfil académico que no solo valore la investigación tradicional, sino también los desarrollos aplicados, la colaboración interdisciplinaria y la generación de soluciones en contextos reales.

“Este perfil reconoce trayectorias diversas, integrando el trabajo con el entorno y la pertinencia territorial como dimensiones clave del quehacer académico”, dice Bravo.

Nancy Fuentes, de la Universidad Mayor, destaca el trabajo conjunto con comunidades y empresas como una vía concreta para que la ciencia impacte directamente en los territorios.

La transformación también incluye el enfoque de género. En conjunto, quieren impulsar entornos de innovación inclusivos, donde se reconozca la diversidad de trayectorias y se eliminen barreras estructurales para la participación plena de mujeres y otras identidades en espacios estratégicos

Así, las cuatro universidades están sentando las bases para una política pública que reconozca el papel de la ciencia como motor de desarrollo territorial. “Lo valioso ha sido conocer realidades locales, respetar los ritmos distintos entre universidades, y compartir un esfuerzo común para impactar verdaderamente en los territorios para el 2030”, sentencia Fuentes.

Karina Bravo, de la Universidad Autónoma, valora el giro desde una extensión unidireccional hacia procesos de co-construcción entre academia, industria y ciudadanía.
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