Pink Floyd en vitrinas

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La capital española recibe desde mayo la más imponente muestra dedicada al conjunto, en el año en que se celebran las cuatro décadas de The Wall y en una exhibición que prueba que la banda ha instalado su concepto más allá de los discos.


Ni resguardo contra bebidas ni prohibición de fotos. "Por favor ponga su móvil en modo avión", pide el mensaje de ingreso a The Pink Floyd exhibition: their mortal remains, y cualquier admirador(a) de la banda capta rápidamente la ironía. Lo que le espera es una inmersión en imágenes, sonidos e ideas que, sí, califican de alto vuelo.

No tan sólo psicodélico: la exposición itinerante abierta hace dos semanas y hasta septiembre en Madrid -inaugurada hace dos años en el británico Victoria and Albert Museum- consigue probar que el recorrido de la banda ha tenido también un elevado cometido intelectual y artístico. Es la muestra más ambiciosa organizada hasta ahora en torno a Pink Floyd, supervisada por sus integrantes, comisariada por su antiguo colaborador Aubrey 'Po' Powell, y apoyada en entrevistas especiales para la muestra y más de 350 objetos originales, inflables incluidos.

El avance cronológico desplegado en uno de los galpones de la Feria de Madrid ordena por décadas el montón de referencias que vinculan la historia de Pink Floyd con las muy diversas -a veces, inesperadas- influencias en su música. En el inicio están los discos de blueseros como Lightnin' Hopkins y los libros de poesía beat, pero también el I-Ching y extraños aparatos artesanales para intervenir focos o amplificadores. Aprende así el visitante sobre la marca de la banda no sólo en medio siglo de rock explorativo, sino también de su autoridad en el diseño gráfico, la fotografía, la iluminación escénica y la opinión política. No todo al mismo tiempo, pero sí en focos eficaces cada vez: fuese buscando innovar en el diseño de afiches, en los 60; agudizar la reflexión sobre los costos sociales del capitalismo, luego; o al fin establecer nuevos récords de ambición en el diseño escénico de conciertos (especiales detenciones en la muestra para los de Pompeya, el del Festival de Knebworth 1975, y la gira para The division bell), Waters, Gilmour, Mason y Wright lo hicieron con una osadía convencida de la música como vehículo de un ideario.

Es el alto vuelo de mentes rigurosas aliadas con selectividad a pares en libre colaboración. "Si contratas a alguien para que te proponga ideas, no le discutes. Por algo lo contrataste", dice el ilustrador Gerald Scarfe en una de los muchas entrevistas audiovisuales en pantallas. El hombre de los trazos para The wall destaca a Pink Floyd como socios ideales en la exploración creativa. Y similar importancia en la muestra tiene la oficina Hipgnosis, a cargo del diseño y conceptualización de las más reconocibles carátulas de los discos del grupo (un muro completo ocupa la explicación sobre la de Wish you were here).

La historia de toda banda es también la de las relaciones entre sus miembros. Las dos más grandes pérdidas en el recorrido tienen su debido tributo: al tecladista Richard Wright, muerto en 2008, se le recuerda como un explorador afable. Y para Syd Barrett (1946-2006) hay, cómo no, espacio en fotos, palabras, dibujos originales y la alabanza hacia su "carisma, su inteligencia y sus idiosincráticas canciones". Las tensiones entre los demás miembros no tienen cupo (probablemente no cabrían ni en el Museo del Prado): toda la detención y cariño con los que se describe la composición de Wish you were here parecerían la prueba de una total e imbatible comunión de talentos entre Waters y Gilmour, si uno no supiera los datos de su posterior alejamiento.

Más que en otras exhibiciones comparables en despliegue, como David Bowie Is…, los admiradores tienen aquí una invitación personalizada. Pueden tomarse todas las selfies que quieran junto a los paneles de ensueño llenos de instrumentos o ensayar su propia mezcla de pistas para "Money". "Los fans de Pink Floyd pueden presumir de ser resistentes y apasionados -los saluda uno de los últimos paneles antes del final, asociado a su concierto para el Live 8, en 2005-. Han pasado toda la noche inmersos en remolinos de luz y retroalimentación en los 60, sumergidos en la oscuridad o cegados con luz blanca mientras la banda experimentaba con los límites de la electrónica sobre el escenario en los 70, y acampados a bajas temperaturas en sus grandes giras de regreso a finales de los 80 y los 90. En cada ocasión, han apoyado a una banda en permanente evolución, que nunca ha dejado de experimentar y que siempre ha parecido, tomando prestada una de sus propias letras, estar 'estirándose hasta el punto de no retorno'".

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