Little Richard: la muerte de la reina del rock & roll

Un chico pobre, negro y gay escribió algunos de los mandamientos del primer manual del rock cruzando barreras sexuales y raciales. Little Richard encarnó extravagancia y liberación desde un piano para un género bullente. “Elvis puede ser el rey del rock and roll”, diría, “pero yo soy la reina”.


Para los viejos rocanroleros de esta parte del mundo siempre será Ricardito, de quien se contaba había rogado al Señor que le salvara la vida mientras se precipitaba en un avión en el peak de la fama. Si Robert Johnson había vendido su alma al Diablo en un cruce de caminos, Richard Penniman, el verdadero nombre de Little Richard muerto el viernes a los 87 años, ofreció divulgar la palabra divina dejando atrás el éxito entre adolescentes y esas joyas que gustaba lucir como pionero del bling bling, entre tantos hitos que registraría para la cultura rock y derivados como el funk y el hip hop, entre sonido, estética y actitud. El incidente efectivamente sucedió en un vuelo en Australia en 1957. Little Richard aseguraba que apenas tocó tierra lanzó sus costosos anillos al mar. La verdad resultaba más mundana. Quería evadir impuestos.

Era lo de menos ser un bribón en aquellos días cuando los músicos negros que habían dado forma al rock & roll, figuras como él, Chuck Berry, Bo Diddley y Fats Domino, eran mal pagados y segregados a pesar del rotundo éxito en el público blanco estadounidense y el resto del mundo. Que Little Richard, un tipo maquillado de gestos afeminados aullando salvaje en un piano, anunciara el retiro no parecía tan extraño. El racismo imperante lo tildaba de negro extravagante, desinteresado en ocultar su homosexualidad. “Elvis puede ser el rey del rock and roll, pero yo soy la reina”, diría en una de tantas alusiones a su sexualidad como a Presley, de quien reconocía su talento (“en el escenario era electrizante”, vocifera en “Elvis is dead” de Living Colour), pero dejando siempre en claro que el chico blanco había masificado música negra.

Con apenas un álbum Here’s Little Richard (1957) provocó el impacto de una reacción atómica. La primera canción de rock en la vida de David Bowie fue “Tutti Frutti”. “Mi corazón casi estalló de emoción. Había escuchado a Dios”. Paul McCartney eligió “Long tall sally” la primera vez que cantó en público.

Aquellos hits junto a “Good Golly Miss Molly” fueron compuestos cuando Penniman trabajaba lavando platos en una estación de buses Greyhound, en Macon, Georgia, la ciudad donde nació en 1932 en medio de una familia pobre con muchos hijos y un padre intolerante que lo maltrataba -le dio una paliza cuando lo sorprendió maquillado y con ropa de su madre-, hasta que Richard huyó de casa a los 15 años. El cantante y pianista había grabado varias veces sin mayor éxito antes de componer “Tutti Frutti”, un estallido frente a la cantidad de ollas que su jefe le llevaba para limpiar, como contó a Rolling Stone. “Un día dije ‘tengo que hacer algo para evitar que este hombre me traiga todas estas ollas para lavar’, y dije: ‘¡Awap bop a lup bop a wop bam boom, sácalas!’”.

La frase con poder de hechizo era el remate de una letra propia de los primeros años del rock & roll donde el sexo era un tema recurrente descrito con lenguaje callejero. “Si está apretado, está bien”, decían los versos originales de un relato que sincera las cualidades anatómicas y amatorias de una serie de chicas, rápidamente adaptados por Dorothy LaBostrie, una compositora profesional asignada a Penniman como filtro cuando logró grabar el puñado de canciones que le darían fama eterna.

En esa partida de éxitos donde figuraban también Ready Teddy y Jenny Jenny, Little Richard registró algunos mandamientos del rock partiendo por el uso de la voz. Entre todos los pioneros era lejos el más estridente, proclive a los gritos y un tono desgarrado que haría escuela. Puso el piano al frente pero también dio rol protagónico al acompañamiento del saxo. Su característico aullido era tanto una rúbrica como señal para que Lee Allen soleara en medio del bullicio de una música acelerada, vibrante y bailable. El sanitizado Pat Boone, aburrida estrella pop blanca empaquetada como un Sinatra para jóvenes, versionó “Tutti Frutti” interviniendo la letra. “Chico, no sabes lo que me está haciendo”, se convirtió en “la pequeña y bonita Susie es la chica para mí”. Su éxito catapultó aún más la fama de Little Richard.

Si compositores y versiones pretendían aligerar la carga sexual de la música, la pantalla grande no pudo soslayar su orientación gay en las tres cintas en que apareció entre 1956 y 1957, siempre cantando. Usaba maquillaje y sus ademanes eran inequívocos, las semillas del glam rock. Reconoció ser gay y bisexual, gustaba del voyerismo y las orgías, como también hubo etapas incluyendo las últimas declaraciones en 2017 rechazando la diversidad de géneros.

Tras renunciar al rock & roll Little Richard se dedicó a profundizar la vocación religiosa estudiando teología y grabando solo góspel. El retiro cedió en 1962 a instancias del promotor Don Arden que lo llevó a Inglaterra donde era venerado. Arden, manager legendario por triquiñuelas y amenazas, nunca aclaró que el público esperaba hits y nada de canciones religiosas. Con Sam Cooke de telonero, la entusiasta respuesta del público ante su estilo galante despertó a la estrella, y fue así como Little Richard arrasó las siguientes noches volviendo al rock & roll.

En ese resurgir tuvo de teloneros a The Beatles que lo idolatraban y se acompañaba musicalmente de un joven Billy Preston. Entre 1964 y 1965 Jimi Hendrix se unió a su banda pero la estrella en potencia colisionó pronto con Little Richard. Jimi llamaba demasiado la atención y había algo de tributo también. “Quería hacer en mi guitarra lo que Little Richard hacía con la voz”, graficaría más tarde sobre su estilo.

Otras leyendas del mismo peso como James Brown y Prince se inspiraron abiertamente en Little Richard y su maneras rotundas, expresadas desde aquella onomatopeya sin sentido que camuflaba sexo explícito y liberación.

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