Jorge Herralde, fundador de Anagrama: “La lectura de Sartre aclaró mi malestar con la clase burguesa”

Para el editor de los libros de portadas amarillas, su catálogo puede leerse como una novela: un gran relato de espíritu inconformista, donde conviven Nabokov y Bukowski, Martin Amis, Truman Capote y Roberto Bolaño. Alejado de la primera línea, habla del libro que recrea la vida del sello a través de su correspondencia (Los Papeles de Herralde), y de la conferencia remota que ofrecerá el jueves en la UC.


En su visita a City Lights, la librería de Lawrence Ferlinghetti en San Francisco, le recomendaron a un escritor marginal, de aspecto patibulario y que escribía en fanzines. Cuando lo leyó, Jorge Herralde no tuvo dudas en integrar a Charles Bukowski al catálogo de Anagrama. Desde los títulos de sus libros -La máquina de follar, Escritos de un viejo indecente, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones-, el escritor alcohólico y callejero tuvo un efecto magnético en los lectores españoles que salían del franquismo. Tres años después, Herralde lo visitó en Los Ángeles. Bukowski era una leyenda y ya no cultivaba el estilo de vida maldito. Fue una tarde cordial y decorosa, una apacible borrachera: solo bebieron ocho botellas de vino blanco del Rin.

Entre sus aciertos de editor, Jorge Herralde suele mencionar al autor de Factótum. Entonces, a fines de los 70, Anagrama navegaba con dificultades. Fundada en 1969, la editorial que se haría célebre por publicar literatura de calidad en envoltorio de tapas amarillas vivió su primera década con riesgos de zozobra, entre la censura franquista, la crisis económica y la incertidumbre política de inicios de la transición. En ese ambiente desalentador, los libros de Bukowski fueron una inyección de vitalidad: en dos años vendieron más 100 mil copias.

En los tiempos que corren, ¿volvería a editarlo?

Por supuesto que sí, fue y sigue siendo uno de los puntales de la editorial, mal que les pese a los mojigatos y a los exquisitos.

Lector curioso, sofisticado y con alma contracultural, nacido en una familia acomodada de padre industrial, ingeniero de formación y editor autodidacta, Herralde es autor de una obra llamada Anagrama: un catálogo que a él le gusta considerar como una novela, con numerosas entradas y capítulos, desde el periodismo y el ensayo a la ficción. Un sello que nació con ánimo de protesta política y rebelión intelectual, y que en más de 50 años fue enriqueciéndose con una diversidad de voces y autores que han delineado la narrativa contemporánea, desde William Faulkner a Tom Wolfe, de Vladimir Nabokov a Kazuo Ishiguro, de Jack Kerouac a Paul Auster, de Truman Capote y Patricia Highsmith a Michel Houellebecq y Roberto Bolaño, entre muchos otros.

Desde luego, un catálogo puede ser también una biografía, y así lo demuestra Los papeles de Herralde, el libro editado por Jordi Gracia que hace la historia de Anagrama a través de su correspondencia. Acá aparecen otras facetas de su trayectoria: las trabas con la censura, las negociaciones ásperas con los agentes literarios, especialmente Carmen Balcells, y las controversias con medios, así como la fuga de autores y el conflicto con Javier Marías y Enrique Vila-Matas, dos escritores nacidos en la casa que se alejaron de modo hostil. Escritas con perspicacia, en estas cartas se revela también el empresario sagaz, el comentarista que conoce el arte de la polémica y que responde con ironía y malicia.

Jorge Herralde en la Feria de Frankfurt de 1977.

Entre sus corresponsales está Roberto Calasso, el escritor y editor del sello italiano Adelphi, a quien publicó y con el cual mantuvo una relación de cooperación y complicidad. Herralde recordará su amistad y su trayectoria en la conferencia La Ciudad de los Escritores, del seminario La Ciudad y las Palabras de la UC, el jueves 30, a las 13 horas, a través del canal de YouTube del Doctorado en Arquitectura UC (doctoradofadeu.uc.cl).

¿Cómo describiría su relación con Roberto Calasso?

El gran escritor y amigo Sergio Pitol decía que nuestra relación estaba bendecida por la risa. Con Calasso, siendo muy distintos, también lo estuvo. Además de compartir el sentido del humor, para ambos, como editores, era fundamental la calidad literaria y considerar una editorial como un todo. Y, desde luego, curiosidad para escrutar lo mejor que se estaba publicando en la edición internacional. Además de ser un excelente editor, Calasso era un grandísimo escritor, cuya obra hemos tenido la suerte de publicar en Anagrama, en lengua castellana.

En su libro La marca del editor, Calasso cuenta los inicios de Adelphi y habla de la idea de su mentor, Bobi Balzen, de publicar “libros únicos”, excepcionales. ¿Qué piensa de esa idea? ¿Cuán difícil es lograrla?

Esa era la gran idea inicial de Bobi Balzen, a quien Calasso tanto admiró. Pero luego, forzosamente (porque si no las publicaciones hubieran sido insuficientes), pasó a desear una editorial excepcional (y también única).

¿La edición es un género literario, como pensaba Calasso? En un medio presionado por los grandes grupos editoriales, ¿se ejerce aún la edición de ese modo?

Desde luego que sí, es imprescindible. Y existen excelentes editoriales, a menudo recientes, que coinciden en esto. Como escribió el gran Pierre Bourdieu: “Las editoriales independientes están condenadas a la excelencia”. Esta será su arma frente a los grandes grupos (y así lo reconocen los lectores).

Gustos y disgustos

Con un crédito del Colegio de Ingenieros y otro de la caja fuerte paterna, Herralde dio forma a una editorial que debutó sin sede y solo con una secretaria. Entre sus primeras cartas hay una dirigida al Ministerio de Información para defender un libro del poeta Lautréamont, que “si bien está presente en él un ‘satanismo’ muy siglo XIX, expresión de un romanticismo desatado, a lo Byron o Huymmans, este aspecto, en 1969, resulta completamente anacrónico”. Años más tarde le enviará a un funcionario del Ministerio de Defensa un ejemplar de Sobre la psicología de la incompetencia militar, “que me atrevo a suponer que será de su agrado”.

Para entonces, Anagrama ostentaba el récord de libros “secuestrados” y ediciones desaconsejadas, gracias a obras de Pasolini, Noam Chomsky o Walter Benjamin, con temas como marxismo y filosofía, el sexo en la historia o la marihuana. Hacia fines de los 70 y al borde de la quiebra, con el desinterés por los temas políticos, Anagrama haría su gran apuesta por las narrativas extranjeras. Herralde supo ver que “los que antes leían a Lenin ahora leen a Highsmith”. De este modo integró al dream team británico (Amis, Barnes, McEwan), la generación beat (Kerouac, Burroughs), los autores del minimalismo americano (Carver, Ford), narradores franceses e italianos. Y con el Premio Herralde de Novela, les abrió las puertas a los autores hispanoamericanos.

A medio siglo de su fundación y tras persistentes intentos de compra, en 2017 Herralde vendió el 99% de su participación a la editorial italiana Feltrinelli. Le entregó la dirección editorial a Silvia Sesé, y él, con 85 años, aún asiste a diario a su oficina.

En su formación lectora tuvieron un lugar importante Kafka, Faulkner y especialmente Camus y Sartre. Según cuenta Jordi Gracia en Los papeles de Herralde, de algún modo la lectura de Sartre lo llevó a la edición. ¿Cómo lo recuerda?

En 1963 estuve un año recluido leyendo sin parar (antes ya leía mucho, pero con los lógicos parones). Fue cuando leí el texto de Sartre ¿Qué es la literatura?, que fue para mí una revelación: aclaró mi malestar con la clase burguesa, evidentemente con el franquismo, etc. etc., y creo que fue un gran estímulo para ser editor.

¿Qué piensa al mirar ahora los libros que le “desaconsejaron” publicar durante el franquismo?

Por mi persistencia en publicar libros “incómodos” Anagrama tuvo el récord de libros secuestrados (ocho). Algunos fueron, digamos, “bastante lógicos”, resultaban demasiado incompatibles para el régimen de Franco y otros fueron, claramente, “ilógicos” sin razones objetivas. Creo que algunos peces gordos del Ministerio de Información me vieron como a una especie de Dillinger de la edición al que había que silenciar. Casi lo consiguen.

En sus 50 años, Anagrama construyó una identidad literaria. En ese período fue incorporando otras narrativas. En los 80, sumó el ingreso de los narradores ingleses y de Patricia Highsmith. ¿Fue una de esas decisiones claves?

Sí, pero hubo también, en su día, otras incorporaciones también claves, como las de Truman Capote, Norman Mailer o Tom Wolfe en el ámbito yanqui, o los franceses Albert Cohen y Georges Perec, los italianos Magris y Tabucchi, etc.. Y, desde luego, la gran apuesta de la Biblioteca Nabokov.

Por entonces Anagrama apostó por un desconocido John Kennedy Toole, que se convirtió en uno de los longsellers de la editorial. ¿Lo intuyó de algún modo?

Me entusiasmó, lo publiqué y la primera edición tardó meses en agotarse. Pero, a partir de la segunda, se convirtió en un éxito comercial totalmente inesperado (al tratarse de una novela única escrita por un autor fallecido) una gran y muy grata sorpresa.

No pudo editar a Borges y tampoco Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, como le habría gustado. ¿Algún otro autor que le hubiera gustado editar? ¿Y algún libro que tal vez no debió haber editado?

Tantísimos, pero no todos ellos esperaron a que naciera Anagrama para publicar sus libros. Por otra parte, habiendo publicado a un número tan grande de buenos autores me parecería descortés ponerme en plan quejumbroso. Y la fidelidad a todos los autores me impide contestar que tal vez no hubiera debido editar a alguno.

Entre los disgustos están las partidas de Javier Marías y Enrique Vila-Matas. ¿Son disgustos superados? ¿Aprecia aún sus obras?

Superados hace décadas. Me gustaron las que publiqué, las siguientes no las he leído.

Carmen Balcells es una agente “terrible”, le cita Jordi Gracia en Los papeles de Herralde. Con ella mantuvo relaciones tensas. ¿No era fácil negociar con ella?

Sería insultante para Balcells afirmar que resultaba fácil negociar con ella. Tuvimos una muy larga y singular relación de amor-odio. Hay bibliografía.

Entre sus aciertos literarios, ¿cómo valora la publicación de Roberto Bolaño?

Una enorme suerte. Empezamos a publicar a un autor casi inédito que en pocos años fue, justamente, reconocido como un genio. Además, tuvimos siempre una complicada y cordialísima relación.

Editar supone no solo cuidar la obra de los autores, también lidiar con su sensibilidad, ¿cómo fue para usted esta tarea?

Una tarea a veces complicada, pero casi siempre muy gratificante. Nadie debe olvidar que “el autor es la estrella”. Los escritores, desde luego, no lo olvidan y yo tampoco.

¿Cuál es la mayor satisfacción de un editor?

Son muchísimas. Por ejemplo, leer el primer libro de un joven desconocido, Bonsái, de Alejandro Zambra, y comprobar, al cabo de unas décadas, que es uno de los mejores escritores internacionales de su generación.

Una de las últimas incorporaciones del sello es Un verdor terrible, la novela de Benjamín Labatut que ha logrado elogiosas críticas. Herralde cuenta que en España “la reacción de la prensa ha sido espléndida”, y cita también palabras de John Banville: “Extraordinario…, ingenioso, complejo y profundamente perturbador”.

¿Cómo vive hoy, lejos de la primera línea, un “yonqui de la edición”?

Sigo haciendo cosas: leyendo muchísimo (sobre todo textos sobre la edición nacional e internacional) y comprobando lo bien que lo está haciendo nuestra directora editorial, Silvia Sesé, a quien precisamente yo elegí para este cometido, lo que después fue aprobado por Feltrinelli.

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