Sangre, vino y aguardiente: la historia oculta del abrazo de Maipú entre O’Higgins y San Martín

El abrazo de Maipú. Óleo de Pedro Subercaseaux, 1980.

El 5 de abril de 1818, se libró la batalla decisiva que consolidó la independencia de Chile. Con tragos de vino para la tropa antes de romper los fuegos, fue José de San Martín quien dirigió a los patriotas hasta la victoria. En el instante decisivo, se sumó un convaleciente Bernardo O’Higgins, produciéndose uno de los momentos más célebres de la historia del país. Ambos jefes habían consolidado una amistad tras conocerse en 1814 en el paso de Uspallata. Acá un relato a fondo del acontecimiento que quedó para siempre en la memoria colectiva.


A las nueve de la noche del 4 de abril de 1818, un jinete llegó a toda prisa a la ciudad de Santiago. Era el comandante de ingenieros Alberto Bacler. Rápidamente fue conducido ante la presencia del Director Supremo de la Nación, Bernardo O’Higgins. Allí le reveló que los espías habían detectado a una avanzada realista que cabalgaba a esa hora rumbo a la capital para dejarse caer de sorpresa. Un movimiento que si bien, podía no ser definitivo, sí debía desatar el pánico e incluso podía intentar prender a O’Higgins. Así, le aconsejaron al general salir de la ciudad y resguardarse en el campamento patriota.

“Eso no -dijo O’Higgins, todavía afiebrado y convaleciente-. Yo debo quedar aquí si el enemigo ataca”. Y allí se quedó, según detalla Diego Barros Arana en su clásico Historia General de Chile. A esa hora, la inquietud se cebaba entre la población de Santiago. Las noticias de las partidas de exploradores y los curiosos, detallaban que el ejército realista acampaba a solo cuatro leguas de la capital. La avanzada realista finalmente no generó mayor riesgo. Pero la tensión se sentía en el aire.

Bernardo O'Higgins

Para redoblar la seguridad, se instalaron centinelas en las bocacalles y algunas patrullas recorrían la ciudad. Pero entre la población se masticaba la inquietud. Muchos recordaron lo que había pasado tras la calamitosa derrota de Rancagua, solo cuatro años antes, cuando las fuerzas del Rey volvieron a ocupar el poder y a punta de bandos, clausuras y persecusión, desplazaron los avances del proceso liderado por los patriotas.

Los patriotas venían de ser dispersados en Cancha Rayada, cerca de Talca, por las tropas realistas al mando de Mariano Osorio. Una derrota que sin embargo, no había sido decisiva. El mismo Bernardo O’Higgins salió herido por una descarga en el brazo derecho y debió escapar a prisa en un caballo que le pasaron durante el fragor de la contienda, entre bayonetazos y disparos a corta distancia. Por poco no fue capturado. De allí que se esperaba un ataque que debía resultar definitivo para el proceso que ya había tenido su evento principal, en febrero de ese año, con la declaración del acta de independencia.

Por eso, los dos ejércitos pasaron la noche en vela. A la mañana siguiente, la del domingo 5 de abril, las avanzadas comenzaron el tiroteo. Era una jornada otoñal sin nubes y poco viento. Los realistas de Osorio habían ocupado la zona de las casas de Lo Espejo, mientras el ejército patriota se movió desde su campamento ubicado “en un sitio de mediana elevación que forma parte de la extensa loma conocida con el vulgar nombre de ‘Cerrillos’”, según anotó Diego Barros Arana. La batalla decisiva había comenzado.

El primer abrazo de O’Higgins y San Martin

Mientras el Director Supremo se hallaba convaleciente, el mando de las fuerzas patriotas en los llanos de Maipú, estaba en manos del general trasandino José de San Martín. Oriundo de Yapeyú, una antigua reducción jesuita a orillas del rio Uruguay en la actual provincia argentina de Corrientes, nació en 1778 al igual que O’Higgins. Hijo de un militar, había hecho carrera en el ejército español, antes de volver a América donde se involucró en el proceso que se vivía en el antiguo Virreynato del Río de la Plata.

Para 1812, San Martín ya integraba la Logia Lautaro, una sociedad secreta al estilo de las Logias masónicas que había conocido en sus días en Europa, que integraban también nombres como Carlos María de Alvear, Bernardo Monteagudo y Juan Martín de Pueyrredón. Ya se había destacado en combate en la frontera norte contra las fuerzas realistas que bajaban del Alto Perú (la actual Bolivia). Allí comenzó a trazar su plan de ataque al Virrenynato, no desde las alturas, sino, desde el Pacífico.

General José de San Martín

En 1814, fue nombrado gobernador de la Provincia de Cuyo. Allí le llegaron reportes de lo que ocurría en la entonces convulsionada capitanía general de Chile con un proceso independentista que se había ido al garete tras la derrota de Rancagua y las querellas entre Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera.

La historiadora argentina Beatriz Bragoni, Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y autora del libro San Martín. Una biografía política del Libertador, explica a Culto cómo el general calibró lo que sucedía en Chile. “San Martín no había ejercido cargos políticos hasta esa fecha, aunque había tomado conocimiento de la critica situación chilena por medio del diputado del gobierno rioplatense en Santiago, el Dr. Juan José Paso, quien le había aconsejado postergar cualquier auxilio militar a los patriotas chilenos en virtud de las rivalidades habidas entre los principales lideres de la revolución chilena, Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera”.

Así, el primer encuentro se produjo cuando los patriotas comenzaron a cruzar la cordillera, en una avanzada liderada por O’Higgins. “San Martín y O’Higgins se conocieron en el paraje cordillerano de Uspallata en medio de un momento sumamente crítico como consecuencia de la derrota de Rancagua -detalla Bragoni-. San Martín había llegado semanas antes a la capital de la gobernación de Cuyo con el fin de organizar la fuerza militar con la que pensaba defender la frontera oeste de la revolución rioplatense, y reorientar la guerra hacia el Pacífico contra los ejércitos realistas que tenían como principal fuente de recursos la capital del virreinato peruano”.

Tras ese cruce, San Martín encomendó a O’Higgins reunir a las fuerzas dispersas, lo que generó la airada reacción de José Miguel Carrera, quien días después le exigió ser reconocido como única autoridad legítima del gobierno chileno, en virtud de que era el comandante en jefe y principal líder político al momento de la derrota. Pero San Martín no quiso saber nada y pronto decidió excluir a Carrera y sus hermanos de cualquier jugada. El “príncipe de los caminos” comenzaba así un largo proceso de exilio, con un fugaz (y provechoso) paso por Estados Unidos, hasta retornar a Argentina donde se involucró en las intrigas locales hasta ser fusilado como un bandolero en septiembre de 1821.

José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola

¿Por qué San Martín se decantó por O’Higgins y no por Carrera? lo explica Bragoni. “El gobernador intendente desechó de plano su reclamo por dos razones principales: la convicción o idea de que dicho reconocimiento suponía erigir un estado o gobierno en la jurisdicción cuyana y de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y la confianza depositada en O’Higgins mediada por la opinión de los amigos de la logia que, en Londres, habían jurado luchar por la independencia de la América española”.

Así, se selló la alianza entre ambos líderes. “La solidaridad política construida entre ambos se soldó después del triunfo de Chacabuco y se tradujo en varios planos: la comunión de ideas sobre la centralización del poder y ejecutivos con facultades excepcionales como fórmula adecuada para conducir la revolución y hacer la guerra en el sur chileno que estaba bajo control de los partidarios del rey y de Lima (que incluía a caciques indígenas), el envío de misiones diplomáticas a Europa con el fin de obtener la protección británica en el marco de la restauración legitimista y el regreso de Fernando VII al trono español, y la firme decisión de excluir a los Carrera y sus partidarios de la política doméstica”, explica Bragoni. “La misma se tradujo en el acontecimiento que mayor impacto generó en el escenario chileno y rioplatense en 1818 cuando los hermanos Juan José y Luis Carrera fueron sometidos al proceso criminal que los condujo al patíbulo en Mendoza tres días después del triunfo de Maipú”.

“¡Gloria al salvador de Chile!”

Hacia el mediodía, el combate en Maipú se libraba con particular encono. La lucha era feroz. Para asegurar la volátil lealtad de las tropas (los cambios de bando y las deserciones eran frecuentes), San Martín había dictado en la previa una particular orden a sus comandantes. “Antes de entrar en acción procurarán los jefes una ración de vino y aguardiente (prefiriendo siempre el primer licor) a su tropa, pero con tal medida que el soldado no pueda propasarse”, detalla la orden disponible en el Fondo Ministerio de Guerra vol. Nº68, fja. 198.

Días antes, tras la derrota de Cancha Rayada, el intrépido guerrillero Manuel Rodríguez había levantado un escuadrón de caballería ligera para defender la ciudad. Los Húsares de la Muerte, se les llamó. Se dice que llevaban las dos tibias cruzadas como insignia, tal como se retrata a Rodríguez a menudo, pero las investigaciones posteriores (como Tras la huella de Manuel Rodríguez, de Javier Campos), detallan que no hay mayor prueba documental de ello y más bien, parece un tradición posterior. Lo cierto, es que esa mañana en Maipú, las fuerzas de Rodríguez no aparecieron.

Manuel Rodríguez según Narcisse Desmadryl. El retrato canónico sobre el prócer.[/caption]

“Respecto de Manuel Rodríguez y los Húsares de la Muerte, hay que considerar que era un regimiento recién fundado por Rodríguez, que contaba con alrededor de 200 hombres y un número importante de oficiales -dice Cristián Guerrero Lira, historiador y académico de la Universidad de Chile.-. Su participación en la batalla de Maipú fue nula. No aparecen mencionados en los partes, en los informes ni en los relatos de actores y testigos (de ambos lados). Algunos autores sostienen que se ubicaron en los inicios de la ruta hacia el sur del país para evitar la huida de los realistas. Eso es discutible pues el general Osorio y varios más lograron llegar hasta Talcahuano sin mayor problema. Dónde estaba Rodríguez mientras se combatía en Maipú es un misterio...”.

Mientras, O’Higgins, todavía afiebrado y con su brazo derecho en cabestrillo, se mantenía en la capital. Durante la madrugada había recorrido a caballo algunos posibles flancos de ataque, pero muy cansado, decidió regresar a su casona y guardar cama. A eso de las 10 de la mañana ya estaba de nuevo en pie. “O’Higgins tenía, por estar herido y convaleciente, la misión de resguardar la ciudad de Santiago. Era la última defensa, pero igualmente partió hacia el campo de batalla con los cadetes de la Academia Militar y varios soldados heridos, convalecientes y personas que se sumaron a esa columna, la que se aproximó al campo de batalla en el momento de mayor ardor en el combate”, explica Guerrero Lira.

En Maipú, la batalla ya llevaba algunas horas. El bravo coronel Santiago Bueras, cayó por un disparo que le atravesó la cabeza mientras cargaba con los cazadores a caballo. En tanto, los soldados negros y pardos combatían como uno más en el reorganizado batallón de Infantes (continuación del Batallón de Infantes de la Patria, de los primeros días de la guerra), junto a los antiguos esclavos de la provincia de Cuyo entregados por sus amos para engrosar el Ejercito de los Andes. Literalmente, peleaban por su libertad y se dejaban la sangre en el campo por ella. Hacia las dos de la tarde, la lucha comenzó a definirse con el triunfo de los patriotas.

Santiago Bueras

En ese punto, San Martín despachó un emisario con un mensaje para O’Higgins. “Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye precipitadamente. Nuestra caballería les persigue hasta concluirla. La Patria es libre. Dios guarde a vuestra señoría muchos años. Cuartel general en el campo de batalla en Lo de Espejo 5 de abril de 1818″, dice el documento, conservado hasta nuestros días en el Archivo Nacional.

Momentos después, O’Higgins llegó al lugar de los hechos acompañado por huasos y milicianos rurales que se le fueron sumando. En el camino, bajando desde la actual calle Estado para enfilar hacia el sur, fue saludado por los vecinos quienes se agolpaban a las puertas de sus casas. Cuando los realistas divisaron la polvareda, supusieron que se trataba de un fuerte batallón de reserva, y no de milicias. “Según se afirmó en esos años, al ver que esa tropa se aproximaba el general Osorio habría captado que la batalla estaba perdida por lo que se marchó del campo de batalla”, señala Guerrero Lira.

Ahí se produjo acaso el saludo más famoso de la historia de Chile. Llegando hasta las alturas que había ocupado el ejército patriota al inicio del combate, se acercó hasta San Martín y echó su brazo izquierdo en el hombro del trasandino. “¡Gloria al Salvador de Chile!”, le dijo, en un gesto de emoción poco habitual en su personalidad más bien reservada y parca. “General -respondió San Martín-. Chile no olvidará el nombre del ilustre inválido que el día de hoy se presentó en el campo de batalla en este estado”.

Batalla de Maipú, óleo de Pedro Subercaseaux.

“Es importante recalcar que a pesar de que se diga, O’Higgins no concurrió al campo de batalla para ‘robar cámara’, usando términos modernos -detalla Guerrero Lira-. De hecho el saludo que dirigió a San Martín es bastante claro en reconocer a quien se debía el triunfo: ‘Gloria al Salvador de Chile’. Luego, junto a San Martín partieron a la zona de las casas de Lo Espejo, donde los realistas efectuaron una última resistencia”.

Barros Arana estimó que pese a lo intenso del combate, los patriotas tuvieron 800 bajas y un millar de heridos, mientras que los realistas dejaron en el campo unos 1.500 muertos, toda su artillería, cerca de 2.000 prisioneros y además de varios objetos de valor; la caja del ejército real, así como los bagajes de ropas y equipajes que estaban en Los Espejo, fueron saqueados horas más tarde por las enardecidas tropas patriotas vencedoras, como se acostumbraba en la época.

Tras el triunfo, la alianza entre ambos líderes de afiató todavía más. O’Higgins secundó el plan continental de San Martín y este a su vez, lo apoyó en el despliegue de todo su poder contra los opositores, como los hermanos Juan José y Luis Carrera, fusilados en Mendoza días después de Maipú, aunque allí la responsabilidad recayó en las autoridades locales y la acción de Monteagudo, uno de los integrantes de la Logia.

Así, O’Higgins y San Martín fueron también protagonistas en la independencia del antiguo Virreynato. La amistad afianzada en el poder de las nacientes repúblicas americanas, los afianzó. “La expedición libertadora al Perú los tuvo como actores protagónicos y los convirtió en confidentes de asuntos cruciales de las independencias sudamericanas en el contexto adverso de la restauración europea y el giro liberal en España -detalla Beatriz Bragoni-. En particular, en las negociaciones mantenidas por San Martín y sus colaboradores con los virreyes peruanos en medio de la restauración de la constitución de Cádiz, y en el debate promovido por el Protector de los pueblos libres del Perú y su ministro Monteagudo sobre la posibilidad de instalar la monarquía constitucional en el Perú con un príncipe europeo en su cúspide. Las cartas que le dirigió el Libertador del sur al director de Estado chileno revelan con precisión los motivos que justificaban no adoptar la formula republicana como forma de gobierno para los pueblos libres del yugo colonial”.

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