Columna de Marisol García: Ruda y libre, Mon Laferte
En el último álbum de la artista, hay canciones provocadoras, otras vengativas; de romanticismo impúdico y autoafirmación soberbia. Se bailan, se escuchan con asombro, se corean con empatía; entendemos que en el lugar desde el que surgen no cabe la mentira estratégica.

Si “lo personal es político”, entonces acordemos también que la intimidad es estilo; en el sentido de que allí expresamos rasgos distintivos, decisiones autónomas, modales liberados de la norma social. Muchas veces Mon Laferte se ha mostrado como una figura reveladora y atrevida, de gestos rotundamente personales y manifiestos convencidos, pero da la impresión de que nunca un disco suyo había sido tan íntimo como el nuevo Autopoiética. Escucharlo es asomarse a espacios reservados, y que como tales son a veces fascinantes y a veces rudos. Rara vez la franqueza es amable.
Hay aquí canciones provocadoras, otras vengativas; de romanticismo impúdico y autoafirmación soberbia. Se bailan, se escuchan con asombro, se corean con empatía; entendemos que en el lugar desde el que surgen no cabe la mentira estratégica.

A diferencia de la política profesional, que estandariza mensajes aspirando a una seducción pasajera, la música puede permitirse ser disruptiva, y desde la confianza en el propio talento apostar a una conquista menos rápida pero más profunda.
“Honestamente, me da igual si te quedas o te vas. / A mí la vida me ha enseñado a estar bien, sola”, advierte el estribillo de Amantes suicidas; orgullo puro y duro de una mujer que no puede esperar a un amante indeciso, tal como con la amenaza categórica que luego levanta Pornocracia, una canción de intensidad nivel-Rocío Jurado (aunque es improbable que la española hubiese hablado de “mi cara de vulgaridad”): “No hay nadie que te pueda dar lo que te di: / me vas a recordar”.
Son versos de verdad: ni quien escucha quiere abandonar la tarea ni resulta fácil de olvidar este disco de constantes quiebres, de brillo caribeño en los arreglos (con seis coproductores en los créditos) y consciente enlace tanto con la tradición popular latinoamericana (salsa, tango, bolero, ranchera, reggaetón) como con la electrónica pop más propositiva. Cama y discoteca; madurez e ilusión; Los Ángeles Negros (ahí está el sampleo a Tanto adiós de NO+SAD) y Portishead.

Son catorce tracks de alta exigencia vocal, que Mon Laferte acomete con carácter convincente, llevando la rienda de una sonoridad que parece entregarse antes a la producción sofisticada que al guitarreo todoterreno. El cierre con Casta diva es por completo inesperado: una cita a la Norma de Bellini (con coro incorporado) en contexto de confesión amorosa desviada hacia un deambow inquietante. Ópera y urbano.
Se repite en otras reseñas sobre este disco lo de una “reinvención” de parte de la más exitosa cantautora chilena de su generación. No hay tal cosa, si se considera que a la viñamarina desde hace mucho que la conocemos en un juego de incesante cambio (personal, musical, estético), capaz de hacer de su mutación identidad. Mejor le calza a este disco el aplauso ante un magnífico ejercicio de libertad.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
3.
4.
Este septiembre disfruta de los descuentos de la Ruta del Vino, a un precio especial los 3 primeros meses.
Plan digital + LT Beneficios$3.990/mes SUSCRÍBETE