
Carmen Ruiz en Sala Master, un adiós con la ayuda de sus amigos
En su adiós del país, la artista mexicana desplegó su primer show a banda completa. Un acierto total, porque la alineación de músicos competentes potenció su música. Permitió verla en una faceta distinta, llevando el espectáculo con su natural simpatía y talento. Además, dejó momentos memorables, como la participación de Francis Durán y los generosos despliegues de paisajes musicales. Una despedida a la altura.

La intimidad de la Sala Master, en un día lluvioso sobre la ciudad, proporcionó un marco adecuado para un show que a la vez es saludo y despedida. La noche del 31 de julio, antes de tomar el vuelo a su México natal, Carmen Ruiz, presentó su primer show solista a banda completa en el país.
Sin contar su participación en un colectivo como la banda Yeni Tabasco & the Jalapeños, hasta ahora, la artista mexicana se ha presentado en espacios pequeños, desplegando shows amalgamados entre su material y el de Martín Benavides, a quien conoció en el trabajo del Unplugged de Los Bunkers.
Puntual, a las 20.00 horas (condicionado por la transmisión de Radio Universidad de Chile), la oriunda de Chiapas recibió el aplauso del público. La oscilante nota pedal que abre Yo ya me voy a morir a los desiertos, una canción tradicional cardenche, ofrece una entrada cargada de misterio. La figuras en el tom y platillos de Boris Ramírez (con aire a Pink Floyd en Pompeya), el acompañamiento de teclado de Marcelo Wilson, el bajo de Martín Benavides y la guitarra limpia con algo de efecto de Cata Rojas, hacen el resto.
A diferencia de los shows más pequeños junto a Benavides, el formato a banda completa potencia la música. Cuando hace Blanquinegro, la canción que le dio nombre a su primer disco, gana en espesor. La guitarra limpia, casi como de western, le suma dramatismo. Pasarán más canciones de ese disco, como la sentimental La Calma.
Aunque se hizo más conocida por su trabajo como música de apoyo junto a Los Bunkers, a Carmen Ruiz se nota cómoda con el paso al frente del escenario. Lo suyo es un pop melancólico, que se potencia con esta banda más orientada a entretejer texturas, que a buscar el impacto. Tiene un desarrollado despliegue escénico, sobrio, pero efectivo. Tal como en los shows de la Yeni, maneja el delay para su voz y dispara sonidos desde el pad.

Pasa al escenario Masquemusica, la primera invitada de la noche, para hacer Fácil. En esta ocasión, Ramírez le aporta un pattern de inspiración r&b, adecuado para la voz de Macarena Campos. El bajo en contratiempos de Benavides y los riffs saturados que lanza Cata Rojas en la guitarra, le dan un sorprendente groove. La canción crece hasta flotar en las frecuencias del sonido.
Misma cosa con Perséfone, un tema inspirado en la mitología griega que Ruiz ha hecho en sus shows más pequeños junto a Benavides. La guitarra inundada en reverb, el teclado en arpegios y con efectos de Wilson, le dan una amplitud que la revela al completo.
Luego, viene otro segmento del show. Carmen se sienta al piano para tocar Que el río fluya, una bella canción de amor incluida en su primer disco, sostenida en una melancólica progresión de acordes. La banda entra con precisión en los precoros y estribillo. Wilson le suma un sonido de órgano, dándole un toque a balada rock de los ’70. Es uno de sus mejores temas.
Ruiz sigue en el piano, esta vez, completamente sola para hacer Las simples cosas, la que dedica a su abuelo. “Le gustaba esta canción”, cuenta. La canción suena dramática y a la vez frágil, por el trabajo de la dinámica en el instrumento.
Llega otra invitación, esta vez a Francis Durán. Es un guiño a su EP, Herencia, donde grabó versiones del cancionero latinoamericano junto a músicos invitados. Aprovechando el sonido peculiar de su Rickenbacker, el músico de Los Bunkers canta Maldigo del alto cielo, al unísono con Carmen. Un poco como los momentos en que Violeta Parra canta junto a Alberto Zapicán en el disco Las últimas composiciones. La percusión de Boris Ramírez, tocando el timbal con baqueta y mazo, como si fuera el bombo legüero, marca el momento más latinoamericano de la noche.
Vuelve la banda al escenario, y se suma el saxofonista Ed Neidhardt, quien ha participado en los shows conjuntos de Carmen y Martin. Sorprende la aparición de Cancamusa, quien entra a mitad de Feliz y recibe los aplausos entusiastas del público, particularmente de los adolescentes que llegaron al show, dando cuenta una vez más de su alcance en las nuevas generaciones. Bien elegida, su voz cálida luce en el estribillo (“Y es por ti que estoy así, no me enseñaste a ser felíz”). La banda le imprime una fuerza que contrasta con la primera parte del show.
En el tramo final, pasan los sencillos más recientes, lanzados durante la estadía en Chile. La bachatera Perra de fuego, suena muy fiel a la versión de estudio, con la guitarra de Rojas haciendo las figuras de acompañamiento. El bossa psicodélico Sagrada Familia, flota entre la guitarra, el teclado y el bajo. El público la corea, mostrando que ya la maneja. Y la espiritual El Glitch, con su aire a The End de The Doors, suena arrolladora en su primera interpretación en vivo. La artista pide al público inhalar y exhalar, a tono con la atmosférica introducción. Luego la canción se despliega como un torrente bajando por las quebradas de la cordillera de los Andes o por los arenales del desierto de Sonora. Su estructura repetitiva se presta para el lucimiento de la banda. Entre las frases de guitarra y saxo, el sonido ondea mientras Carmen canta que un bonsai no es un bonsai. El crescendo final rompe hasta el último acorde, momento en que el respetable también rompe en aplausos.
Tras un breve intermedio, Ruiz vuelve para hacer Un mundo raro, la canción que José Alfredo Jiménez escribió para Chavela Vargas. Apropiadamente, Benavides toca el acordeón. Es una canción que ambos han tocado en sus shows en conjunto como un guiño a la música tradicional de sus respectivos países (Benavides suele hacer La Partida). Es un adiós a tono para una artista que se ha abierto paso con su carisma y talento.
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