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“No somos Boom”: el debate sobre las narradoras latinoamericanas, entre el éxito y la misoginia

Las académicas Lorena Amaro y Fernanda Bustamante lanzan su volumen No somos Boom, un análisis crítico de la visibilidad actual de las escritoras del siglo XXI. Ambas explican a Culto por qué la etiqueta de "Boom" despoja a estas autoras de su valor simbólico, oculta la misoginia y el colonialismo cultural, y somete a autoras como Mariana Enríquez a un constante cuestionamiento de su valor literario.

“No somos Boom”: el debate sobre las narradoras latinoamericanas, entre el éxito y la misoginia

“No somos Boom”. La frase es rotunda, casi una sentencia, pero resume bien la postura de la académica y crítica literaria Lorena Amaro Castro, quien junto a la Doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada Fernanda Bustamante quienes publican el volumen titulado justamente No somos Boom, la polémica instalación de las narradoras latinoamericanas del siglo XXI (FCE). Las autoras publican No somos Boom, la polémica instalación de las narradoras latinoamericanas del siglo XXI (FCE), un volumen que desmantela el aparente “triunfo” de las escritoras de la región en el mercado global. Amaro y Bustamante sostienen que, aunque la visibilidad ha aumentado, la etiqueta de Boom es una trampa: esconde sofisticadas formas de misoginia, colonialismo cultural y el constante cuestionamiento del valor literario de estas autoras, un trato que sus pares masculinos canónicos nunca enfrentaron.

“Las primeras en rechazar esta etiqueta son las propias escritoras que no se quieren identificar con una etiqueta que, primero, parece señalarlas solo como un fenómeno de mercado, despojando lo que hacen de su valor simbólico y literario -dicen Amaro y Bustamante a Culto-. La etiqueta además tiene historia, porque se usó para hablar de la literatura escrita en América Latina en los 60 o 70, el llamado ‘Boom’ Latinoamericano, que dejó en la sombra muchas otras formas de escritura interesantes de ese tiempo y que fue protagonizado, además, por hombres. Recién ahora se está hablando de las mujeres del boom, siempre en segunda fila o, directamente en ninguna. Y es curioso porque no se puede hablar de ese Boom, que la historiografía literaria pone en mayúsculas, sin hablar de la agente literaria Carmen Balcells, fundamental gestora de esa operación. Pero claro, las narradoras actuales no quieren identificarse con la etiqueta, que remite a un aparente reconocimiento, por todos esos motivos, a lo que hay que sumar que pareciera designar un estallido repentino, que viene de la nada y va hacia la nada cuando las mujeres vienen escribiendo en nuestros países desde hace siglos, y precisamente esto es clave: el reconocer esas genealogías y situar a las actuales escrituras en relación con ellas. Además de ello, no podemos pasar por alto el de dónde viene esta categoría y cómo esto continúa siendo determinante en las escrituras de América Latina".

- ¿A qué se refieren específicamente con la idea de “polémica instalación”? ¿Cuáles son los principales obstáculos o resistencias que las narradoras han debido sortear para consolidar su espacio en el canon y el mercado editorial?

- El principal es que sigue habiendo misoginia, aunque reviste nuevas formas. El uso del “Boom” esconde algo: pareciera que las mujeres por fin se han instalado en el campo en igualdad de condiciones e incluso más, porque la etiqueta te hace sentir que hay un triunfo, que hoy se las lee incluso más que a los hombres. Pareciera que esos titulares que las presentan como Boom efectivamente visibilizan estas escrituras. Pero creemos que esto no es así, lo que se ve es solo una espuma, es algo superficial. Las malas prácticas, el machismo y la misoginia, siguen estando allí, y cada cierto tiempo afloran públicamente, y eso nos interesaba trabajar en el libro: ¿se venden más?, ¿se leen más?, ¿qué se dice de estas escrituras después de ser presentadas bajo el rótulo de “boom”’. Otro tema que también nos parece polémico es el acento que desde Europa se ha puesto en las literaturas de corte fantástico o gótico, con una serie de nuevas taxonomías que nos parece expresan nuevas formas de colonialismo cultural. Como académicas sabemos la necesidad de las categorías, las usamos, nos gustan, pero también, precisamente en este juego de ejercicio crítico y de poner bajo sospecha ciertas ideas y prácticas, no deja ser importante este uso de adjetivos como las “extrañas”, las “raras”, las “insólitas”, que se está empleando para referirse a varias de estas autorías. Todas ellas son formas que en el pasado se han usado para señalar las autorías de mujeres, pero también, volvemos a una mirada sobre el otro, en este caso las otras, latinoamericanas. Y con esto observamos cómo pareciera que lo ajeno o extraño viene a ser lo que la mirada europea no puede normalizar o pensar.

- ¿Cuál es la diferencia más significativa (estructural, de mercado o de crítica) entre el Boom latinoamericano canónico (masculino) y la actual efervescencia de autoras del siglo XXI?

- Creemos que muy pocas de estas autoras han alcanzado una masividad como la de García Márquez o Vargas Llosa, autores que siendo masivos, siempre fueron bien acogidos críticamente, algo que en el caso de las escritoras latinoamericanas actuales siempre está un poco en tela de juicio, como si el éxito editorial fuera signo de un escaso valor literario. El trato no es el mismo. Pensamos que estas escritoras han tenido que pelear mucho más por el reconocimiento de su valor literario y por hacer que se escuche su pensamiento. Los autores del boom enfrentaron las dictaduras, eran en su mayoría de izquierda o progresistas; las autoras del siglo XXI se han identificado principalmente con el feminismo y en los últimos años, desde miradas interseccionales, han aflorado también las diferencias y luchas de clases y de las y los sujetos racializados en nuestros países. Lo que enfrentamos hoy es el acecho de los neoconservadurismos y creemos que las escritoras tendrán mucho que decir y que intervenir al respecto. Además, estas autorías están publicando en otros contextos, donde el ecosistema del libro está mucho más diversificado, pese a que en las nóminas predominan autoras que publican en grandes sellos –y que suelen ser las que más resonancia están teniendo, también. En este sentido, es interesante observar cómo en estas aparentes aumentos de visibilización ahora operan otros escenarios autoriales, donde las RRSS son fundamentales. Situaciones que el mal llamado boom no contó.

- ¿Cómo evalúan la recepción crítica y académica de estas autoras en sus propios países vs. el reconocimiento internacional? ¿Sigue existiendo una brecha de “misoginia” en la forma en que se lee y valora su trabajo?

- La verdad es que a tu primera pregunta no le podemos dar muchas respuestas, porque en el libro no buscábamos atender a los respectivos casos nacionales –entre otras cosas por lo complejo que es atender a todos los países de América Latina que tienen sus propios funcionamientos en sus campos literarios–, sin embargo, son varios los ejemplos que podemos mencionar que dan cuenta de cómo esa misoginia –que no evaluamos con comillas la verdad– opera. Por pensar en algunos, cuando el gobierno de Colombia decidió no llevar a ninguna escritora representante a París el 2017, o cuando Rivera Garza se ganó el premio Xavier Villaurrutia y se le criticó en la premiación en lo haber puesto el foco en el asesino de su hermana –dando, nuevamente, lecciones de escrituras. Lo que vemos, además, es lo que se publica, pero nosotras nos preguntamos por todo lo que no llega o sigue sin llegar a esos lugares de mayor visibilidad y aun así, son atacados o puestos en cuestión. ¿Cuáles son las prácticas editoriales y cómo se ejercen los micropoderes al interior del campo literario? Eso no está resuelto por el hecho de que haya un elenco de autoras premiadas y traducidas (y siempre cuestionadas por esos premios y traducciones). Y también hay algo que a nosotras como académicas también nos interesa y es observar cómo la academia participa de la mano del mercado y estos otros poderes.

- Si tuvieran que nombrar una o dos autoras que mejor encapsulan esta nueva forma de “instalación” que ustedes definen, ¿quiénes serían y por qué?

- Un ejemplo ineludible es el de Mariana Enriquez, una autora que consideramos potentísima y que ha tenido reconocimiento literario y comercial. Si bien se la está estudiando en las universidades y la prensa en general reconoce sus méritos autorales, hemos percibido, sobre todo en el último tiempo, cierto cuestionamiento por su masividad. También su literatura es permanentemente encasillada, cuando creemos que uno de sus méritos ha sido, también, abrir.

- Qué rol han jugado las grandes editoriales globales y las editoriales independientes en la visibilidad y, a veces, la sobresimplificación del trabajo de estas escritoras?

- La promoción suele buscar ganchos sencillos para las y los lectores. Como académicas y críticas no podemos estar de acuerdo con la idea de leer a escritoras solo porque son escritoras, algo que ha sido una herramienta del mercado. Hay algo que ellas quieren decir, ya sea sobre la literatura misma o sobre la política o la contemporaneidad o el futuro, que es mucho más complejo que un eslógan. En cuanto a las editoriales independientes –y como te comentábamos antes– tampoco quisiéramos simplificar eso, hay muchas que están haciendo un trabajo bastante delicado, sin abandonar las curatorías que les dieron origen, y que han sido cruciales en la publicación y circulación de las escrituras de mujeres, como lo ha sido en Chile Cuarto Propio o, más recientemente, Banda propia. No tiene sentido demonizar solo el trabajo de las editoriales cuando creemos que se trata de un fenómeno de mercado mucho más amplio. ¿Qué pasa con los eventos literarios, por ejemplo, como las ferias y la forma como estructuran sus mesas/paneles de participación?

05 Septiembre 2024 Entrevista Diamela Eltit, escritora Foto: Andres Perez Andres Perez

-Hablan de la disyuntiva de “Mujerizar o no” la literatura, ¿cuáles son las consideraciones en esta problemática?

- El término lo ha empleado Diamela Eltit, quien ha planteado las dificultades de esta ghettización de la escritura de mujeres marcada principalmente por un discurso biologicista. Y que es una discusión que viene desde mucho más atrás. Imposible no pensar en Nelly Richard, por ejemplo. Como se puede ver en el libro (y cuando lo abordamos aludimos también a una distinción muy útil que hallamos en el libro Escribir&Tachar, de Ana Traverso y Andrea Kottow, la etiqueta “literatura escrita por mujeres” puede ser útil para pensar un corpus de escrituras que es preciso rescatar, secundarizada o invisibilizada en su época, pero tal vez se queda corta para pensar las nuevas escrituras, la multiplicidad de narrativas y poéticas que se producen de manera contemporánea a nosotros, en las que puede ser conveniente pensar estas autorías involucradas o en diálogo con las de sus pares, no solo hombres, sino también disidentes. Creemos que para todes es atractivo pensar que algún día la literatura escrita por mujeres se posicionará de igual a igual con las de los hombres y ya no se hará necesaria la etiqueta y podremos hablar de otras cosas, pero ese momento, lamentablemente, aún no ha llegado. Hay que buscar formas de seguir porfiando en esto.

- Hablan de que existen “Nuevas y sofisticadas formas de misoginia literaria”; ¿cuáles serían?

- Hoy las mujeres son publicadas, traducidas y premiadas, pero hablamos tan solo de lo más visible. Muchas deben enfrentar en su cotidianidad las prácticas machistas, microviolencias, desdén, maltrato laboral. Insistir en la idea de “boom” proyecta cierto éxito, como si atrás hubiese quedado la indiferencia o la invisibilización del trabajo que realizamos las mujeres. Esto es parte de esas nuevas y sofisticadas formas. O incluir delegaciones o mesas de mujeres para hacernos hablar solo entre nosotras o sobre temas que las y los organizadores consideran “femeninos”, como las maternidades, los afectos o los mismos temas autoriales de mujeres.

- ¿Cómo se posicionan las narradoras chilenas (como Nona Fernández, Alia Trabucco, o Lina Meruane, por nombrar algunas) dentro de esta “instalación” continental? ¿Hay particularidades locales?

- En el libro no abordamos particularidades locales, porque lo pensamos como un libro sobre la literatura escrita en español, y sobre todo, literatura latinoamericana que transita por el Norte global, que es donde florece la idea del “boom”. Pero es evidente que escritoras como las que mencionas, o Alejandra Costamagna, Daniela Catrileo, Paulina Flores, forman parte de este momento tan particular, a medias celebratorio de sus trabajos, pero también, a medias, siempre bajo sospecha, ya sea porque publican en una transnacional, o porque forman parte, como Daniela Catrileo, de colectivos que han sido racializados, y la política “anti-woke” arremete contra todo esto poniendo en duda la calidad literaria.

- ¿Creen que de alguna manera son las nuevas generaciones de lectores los que han valorado más el trabajo de las narradoras latinoamericanas?

- Habría que decir que una nueva generación sobre todo de lectoras, que han crecido queriendo ver un nuevo orden reflejado en el lenguaje, las instituciones y la producción simbólica. No es que antes no hubiese feminismo, pero creemos que las nuevas tecnologías y el uso de las redes sociales ha permitido que se potencie este discurso, que se haga masivo en sus enunciados más esenciales. Nos interesa también el trabajo que se ha hecho, de rescate, de la escritura de mujeres de los siglos XIX y XX, aunque tal vez eso no forme parte necesariamente del fenómeno de lectura que hoy visibiliza a autoras como Mariana Enriquez, Nona Fernández, Fernanda Trías o Samanta Schweblin. Y, de hecho, es algo muy constante en estas autoras las múltiples referencias que ellas mismas hacen de sus antecesoras, en ese mismo gesto de recobrarlas.

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