Columna de Daniel Matamala: Fuego



El fuego hipnotiza y es, por lo tanto, el primer objeto y el móvil de las fantasías", escribió Umberto Eco, siguiendo el trabajo de Gaston Bachelard y su Psicoanálisis del fuego.

Los chilenos llevamos 24 días hipnotizados por el fuego: el que arrasó el Metro, el que destruye supermercados y pequeños negocios, el que devasta edificios corporativos y casas patrimoniales, el que quema el rostro de dos carabineras alcanzadas por una bomba molotov criminal. El fuego que vemos arder minuto a minuto en las barricadas e incendios que se han convertido en una nueva cotidianeidad.

Es un fanatismo de cruzados; de una moral de destrucción y regeneración. "Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego; destruyó aquellas ciudades y todo el valle y todos los habitantes de las ciudades y todo lo que crecía en la tierra", reza el Génesis. "Es hora de reducir todo a cenizas… sólo el fuego puede purgar todos sus pecados", reza a coro una de las amenazas de redes sociales que la policía investiga en estos días.

El fuego de los fanáticos arde mientras Chile mira hipnotizado.

En Palacio, el rey pasmado lanza cada día una moneda. Un día es cara y entonces la agenda es apagar el fuego con más bencina: revivir la Ley Hinzpeter, citar al Cosena para provocar la imagen de los militares entrando a Palacio. Debe ser el contralor quien ponga los puntos sobre las íes. No es constitucional citar a un Consejo de Seguridad Nacional por problemas de orden público.

Al día siguiente, La Moneda cae en sello y entonces el Presidente baja a los patios para una sonriente sesión de fotos. Pasamos de la guerra a la frivolidad, sin escalas.

Los nuevos ministros tratan de hacer su trabajo. En Hacienda, Ignacio Briones acuerda una reforma que, aunque tímidamente, da vuelta el tablero: de un regalo tributario a los más ricos, pasamos a buscar gravámenes que equilibren en algo la cancha. En Trabajo, María José Zaldívar entierra la histeria por el proyecto de 40 horas y la reemplaza por una mirada empática. Del mantra inflexible de la capitalización individual pasamos a negociaciones pragmáticas para mejorar las pensiones. En Interior, en la vocería, en Desarrollo Social, hay esfuerzos de empatía y diálogo.

Pero el Presidente sigue pasmado, rodeado por un círculo de hierro impermeable a la realidad. Nuestro régimen hiperpresidencialista muestra su falla fundamental. El sistema depende de los humores y la sicología de un solo individuo. Ya pasó cuando Bachelet desapareció de escena, hundida por el caso Caval. Pero esa era una crisis política, no una sistémica. Lo que está hoy en juego es demasiado trascendente.

Estamos jugando con fuego.

Ante el vacío de poder surgen, incipientes aún, las alternativas. Los cabildos autoconvocados se extienden por Chile. Alcaldes de derecha, centro e izquierda se ponen de acuerdo para canalizar ese proceso a través de una consulta nacional. Renovación Nacional recuerda su papel histórico de bisagra, y avanza con la oposición en un pacto transversal que dé un cauce razonable a la crisis, con una nueva Constitución nacida de la gente a través de una Asamblea o Congreso Constituyente (¡qué importa el nombre!).

La histeria prima en las redes sociales, pero en la vida real los consensos son más fuertes. Todas las encuestas de estos días coinciden en un abrumador apoyo al movimiento social pacífico y a una nueva Constitución.

Si los extremistas se regocijan en la historia de Sodoma y Gomorra, los razonables deben más bien recordar el mito de Prometeo, que regaló a los humanos el fuego para usarlo como fuerza creativa, como una herramienta cuyo manejo nos define como especie capaz de construir una vida en común.

Ello requiere el control del fuego restaurando el orden público, por cierto, pero eso no se logra a través de la fantasía dictatorial de la "mano dura". La mano, durísima y cruel, está en los perdigones que arrancan ojos de manifestantes pacíficos (182 lesiones oculares), las torturas contra detenidos (171 querellas por tratos crueles y 52 por violencia sexual), los uniformados fuera de sí que entran disparando a un colegio de niñas y atacan con brutalidad hasta a una carabinera de civil.

Mientras, violentistas, pirómanos y saqueadores siguen actuando a sus anchas, beneficiados por una inteligencia policial inexistente, incapaz de aislar y neutralizar a estos bíblicos adoradores de la destrucción.

Sólo los extremistas, esos que fantasean con la revolución permanente de Trotsky o con un nuevo golpe militar, se sienten a sus anchas con el fuego destructor. Los demás son los millones de chilenos que sueñan con un Chile mejor, construido no desde las cenizas de Sodoma y Gomorra, sino desde la reforma de lo que ya hemos construido.

Y sí, el rey sigue pasmado. Pero también están los chilenos que marchan con manos limpias y alegre creatividad, están los dirigentes que organizan a la sociedad civil, están los líderes que movilizan cabildos y conversaciones, están los alcaldes con los pies en la calle y la mente abierta, están ministros y políticos responsables que dialogan y tienden puentes.

Todos ellos son los Prometeos que necesitamos para no dejarnos consumir por el fuego.

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