Columna de Héctor Soto: Regreso a la sensatez



Gradualmente, muy lenta y trabajosamente, la ciudadanía comienza a volver a la sensatez. Es lo que dice la última encuesta CEP. Es tarde, pero se dirá que más vale eso que nunca. Es posible, aunque el daño generado por la fuga al enojo y al rencor por parte de los sectores medios ya es irreversible y tomará tiempo repararlo. ¿En qué se tradujo eso? Básicamente, en que apoyamos la violencia, en que aprobamos los saqueos y el incendio del Metro, en que desconocimos lógicas elementales de la democracia (según la cual, por ejemplo, los gobiernos se van una vez que cumplen el mandato para el cual fueron electos), en que menospreciamos nuestros niveles de bienestar, en que ninguneamos nuestra democracia y babeamos como imbéciles por cualquier tránsfuga que dijera representar la integridad o los infortunios del pueblo sufriente. Todo se desorbitó y es verdad que dan ganas de dar vuelta la página, porque no hay manera de recordar lo ocurrido sin un cierto rubor.

El daño, en cualquier caso, ya está hecho. El país quedó clavado por décadas a desequilibrios macroeconómicos que costará revertir, a una Convención Constituyente que un día acierta y al otro se desbanda, a una polarización política que nos ha vuelto un país más desagradable de lo que ya éramos y a un horizonte de incertidumbres que podría mandarnos finalmente al despeñadero, todo esto justo cuando empezábamos a remontar cabeza y a dejar atrás la traumática herencia que dejó el gobierno anterior en términos de división interna y de postración económica y social.

Comienza a hacerse cada vez más claro que efectivamente existía malestar en la sociedad chilena. ¿Cómo no iba a haberlo si llevábamos años creciendo a tasas mediocres y el sistema político estaba bloqueado? De haber tenido una clase política algo más sensible, por supuesto podríamos haber afrontado ese problema con racionalidad. El problema es que no la teníamos y que reformas impostergables -a las pensiones, a la salud, a la seguridad pública- durmieron en el Congreso por espacio de años con absoluta impunidad. A eso se agregó la mochila de nuestra escasa densidad cívica. En este plano -hay que decirlo con todas sus letras-, sencillamente no somos nada. De un día para otro, los animadores de los matinales y los periodistas de los noticieros de la tele pasaron a ser los verdaderos rectores de nuestra conciencia política y moral. El Chile de hoy es obra de ellos (y de los grandes grupos empresariales que están detrás de la televisión privada chilena, por supuesto). No nos quejemos. Es ahí donde se decide lo que está bien y lo que está mal. Es ahí donde Carabineros nunca sorteará ningún test, donde el cuarto retiro los sorteará siempre y donde -en fin- Rojas Vade, más que un convencional de conducta un tanto sobregirada en sus alardes y énfasis, era simplemente un héroe. De nuevo: no nos quejemos.

La trampa populista en que caímos fue la clásica. Está en la página dos de todos los manuales de populismo. Ahí se asume que la sociedad siempre está manejada por élites explotadoras, abusivas y corruptas que medran a costa de una base social -el pueblo- que es inocente, justa y limpia. El pueblo no es un estamento. Es una idea, una quimera. Lo es desde los tiempos en que el propio Jules Michelet, gran historiador de la Revolución Francesa, lo exaltaba aunque no sin una dosis de cautela, porque advertía que “el pueblo, en su concepto más elevado, difícilmente se encuentra dentro del pueblo”. Claro, porque si te acercas un poco comprobarás que no es tan puro ni tan inocente como pensabas. Hay gente buena, es cierto, pero también mucho punga y pato malo, que es lo que sin ir más lejos hizo entrar a la Lista del Pueblo no a la alta filosofía política, sino a los dominios de la justicia penal y la picaresca.

Es evidente que al día de hoy las condiciones objetivas son más adversas que nunca para elegir una nueva legislatura y un nuevo gobierno. No tenemos perspectiva y tampoco serenidad. Pero es lo que por calendario nos corresponde. A dos meses de la elección, más de la mitad del electorado aún no sospecha por quién votará y eso significa que el escenario -es verdad- está muy abierto. Hasta aquí los candidatos con más opción de pasar a segunda vuelta son Boric y Sichel, pero nada impide que los demás, sobre todo Yasna Provoste, logren revertir el cuadro actual y puedan erigirse como alternativas competitivas.

Ahora bien, si es que el país viene efectivamente de regreso al sentido común, al desarrollo, a la gradualidad, a la responsabilidad en las políticas públicas, es posible que ni Boric, un joven encumbrado a una candidatura cuyos pilares políticos todavía no terminan de avenirse, ni la senadora Provoste, representante de esa izquierda DC que no solo se compró el estallido sino que le echó bencina para que el incendio fuese mayor, tengan respuestas proporcionadas a lo que el país está demandando. Ambas son figuras asociadas más bien a los enojos de la revuelta. Y ahora que la gente habría dejado de encandilarse con la refundación, los viejos temas de la seguridad pública, de la estabilidad política e incluso de la inflación, un fantasma que había desaparecido hace años de escena, vuelven a ser prioritarios. Es de esperar que esta vez la clase política sí pueda tomarlos en serio.

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