Hijas del golpe: Los motivos de la segunda generación que llama a la reconciliación
Una es hija de un ex capitán condenado por violaciones a los Derechos Humanos, y la otra de un ex Mapu que estuvo en un centro de detención en Talca en 1973. Angélica Benavides y Sara Moreno son amigas desde hace tiempo, trabajan juntas y luego de ver el homenaje del hijo de Miguel Krassnoff decidieron contar su historia. Dicen que lo hacen para desmitificar caricaturas y para que los hijos de los protagonistas de esa época no tengan que cargar con las mismas cruces.

Qué hizo y dónde. Esas fueron las dos únicas preguntas que logró hacer la abogada Sara Moreno (40) el día en que su amiga y colega, Angélica Benavides (46), le contó que su padre era un ex militar condenado por crímenes de lesa humanidad. El shock no la dejó preguntar más. Se habían conocido hace dos años, en 2011, como profesoras de Derecho. Al momento de compartir su pasado familiar, Angélica ya sabía la historia personal de Sara: hija de exiliados que tuvieron que salir de Chile en 1974 luego de que su padre – un ex funcionario Indap del MAPU- se viera forzado a dejar el país. Ese día, al interior de un auto y bajo el tedio de un taco en las calles del centro de Santiago, las dos se emocionaron.
Angélica es una de los cuatro hijos de Sergio Benavides Villarroel. Ex capitán del Ejército condenado en 2016 a cadena perpetua por los delitos de secuestro y homicidio cometidos entre septiembre y octubre de 1973 en el centro de detención de Pisagua. En los próximos días, de hecho, Benavides será trasladado hasta Punta Peuco para cumplir su condena.
Sara es una de las cuatro hijas de Augusto Moreno, ex trabajador del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y ex militante del Mapu. Tuvo que exiliarse en Francia junto a su familia tras pasar varios días detenido en Talca días posterior al golpe de Estado. Antes había trabajado en el gobierno de Frei Montalva por la Reforma Agraria, labor que siguió realizando durante la gestión de Salvador Allende.
Sus historias de infancia son radicalmente opuestas. Sara nació y estudió en Montpellier, Francia, en una casa rodeada de viñas y cerca del mar Mediterráneo. Dice que sus padres nunca ocultaron las razones del por qué vivían lejos de su país. "La situación de exilio no se oculta, se cuenta, se conversa", dice. Angélica, por su parte, estudió Derecho en la Universidad Católica y un día al llegar a clases, vio afiches con fotos de las fosas de Pisagua. Era 1990 y por primera vez supo quién era su padre. Fue durante esa época cuando decidió que su especialidad serían los Derechos Humanos. "Separar a mi papá de los hechos, me costó al menos dos décadas. Cuando me enteré de esto en la universidad, fue un shock tremendo", comenta.
En 2010 se conocieron al coincidir en la Universidad Andrés Bello y desde ahí han trabajado juntas en algunas casas de estudio. Hoy, ambas son profesoras de Derecho en la Universidad Finis Terrae y son amigas hace más de ocho años. Cada una ha conocido a la familia de la otra y cuentan que al sincerar las biografías familiares, y a la vez las suyas, siguen manteniendo una relación más allá de lo laboral.
El homenaje que rebalsó el vaso

"¿Viste lo que pasó con el hijo de Krassnoff?", le escribió Angélica a Sara a comienzos de esta semana cuando se filtró el acto ocurrido el 6 de octubre en la Escuela Militar donde se realizó el homenaje a Miguel Krassnoff Martchenko, condenado a más de 500 años por violación a los Derechos Humanos. Sara estaba estudiando para la defensa de su doctorado pero, a pesar de eso, decidió involucrarse y redactar en conjunto una carta a La Tercera haciendo un llamado a la reconciliación de las segundas generaciones: "No podemos hacer apología de la violencia. El amor a nuestras familias y al país nos obliga a separar planos donde sea necesario. Y actos como los del hijo de Krassnoff no son admisibles", se lee en la misiva.
"Estos hechos no son nuestros. Las violaciones a los Derechos Humanos no se pueden negar por ningún motivo. Lo que hizo el hijo de Krassnoff, que al igual que nosotras es parte de esa segunda generación, es inadmisible. No podemos crecer en el odio", dice Angélica. "Nosotros hacemos esto para derribar caricaturas. Yo conozco muy bien a la Angélica y por ser hija de un militar se le discrimina. A mí también me pasa, hay gente que asume que por mi biografía, soy alguien que apoya por ejemplo al Presidente de Venezuela. Esas caricaturas hacen mucho daño personal y también a la sociedad", comenta Sara.
Sara se reconoce de izquierda y Angélica de derecha. Admiten que las historias personales definieron su ideología actual y valoran el hecho de que estén en veredas totalmente opuestas en temas como el aborto o el modelo económico de Chile. "Discutimos harto, muchas veces estamos en desacuerdo y ahí quedamos. Después vamos a votar, ella vota por lo suyo y yo por lo mío", cuenta Sara. "Es muy cruel hacer cargar a las segundas generaciones de lo que hicieron los padres, para lado y lado", agrega Angélica.
Ambas abogadas tienen un diagnóstico crítico de cómo la sociedad chilena sigue enfrentando los hechos de 1973, los 17 años del gobierno militar y el plebiscito que marcó la salida de Pinochet. Sin embargo creen que, su generación, la segunda, debe matar al padre y jugar un rol activo en el "nunca más".
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