La luz y la muerte

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"Razón de morir mi vida" es difícil de mirar. Su discurso de desobediencia civil se exhibe en pleno corazón de Santiago a escasos metros de la plaza donde mataron a Daniel Zamudio pero también del turismo chic del barrio Lastarria.


El hombre que habla en el video falleció a fines de marzo. Se llama Jorge y cuenta que tiene una enfermedad terminal. Dice que tiene 85 años y que ha tomado la decisión de morir y que ese deseo tiene que ver con su dignidad y libertad personal. Su rostro aparece proyectado en un muro, en una sala oscura donde también hay varios neones de colores. Los neones dicen "Razón de morir mi vida" en varios idiomas y se prenden y se apagan de un modo quizás aleatorio mientras iluminan solo palabras sueltas como si estuviesen deletreando un mensaje secreto. Pero nada acá es secreto, nada es críptico. Por el contrario, la luz le llega de espaldas a quien mira el video en la sala. Los relámpagos del neón son un sombra que cubre lo que el hombre dice, un eco de luz, una caja de resonancia. Afuera, hay explicaciones técnicas sobre el sentido humanitario de la eutanasia y se exhiben el diagrama y las piezas de una máquina de suicidio asistido (llamada Iristhanatos), que funciona con el parpadeo del paciente. En una pantalla hay otro video: una mujer abre y cierra los ojos. Tres veces, el número que la máquina, activada por una computadora, entiende como una forma final y rotunda del consentimiento.

Son fragmentos de una instalación de Francisco Papas Fritas que se llama "Razón de morir mi vida" pero también el manifiesto de una comunidad (Amortanasia, de la que el artista es vocero) que aspira a poner "a disposición las condiciones materiales para ayudar a dar término a la agonía para quien lo requiera" pues buscan orientar y ayudar "en el proceso de reflexión a los y las pacientes como a sus familias, que hayan decidido la muerte como opción de término a su sufrimiento".

La obra, que se exhibe en el GAM hasta el 28 de julio, expone la complejidad del tema al desplegar sus costados polémicos y a la vez, exhibir el modo en que Papas Fritas trabaja, el modo en que su arte trabaja con algunos colectivos para someter al debate público su agenda. No hay provocación acá sino un gesto o un relato similar a otras otras obras suyas; que se despliegan sobre la realidad para intervenir en ella, señalando la urgencia de los materiales con los que trabaja: huesos de los presos calcinados de la cárcel de San Miguel; pagarés secuestrados de la Universidad del Mar; e incluso la misma espalda del artista, que tiene tatuado el logo del gobierno de Chile y al que alguna vez, en el Museo de Bellas Artes, se le pudo dar latigazos. Así, Papas Fritas entiende su obra como una conciencia de lo urgente; de lo necesario. En cierto punto, ha dejado de ser un artista para volverse un mediador, en alguien que trabaja con los restos para reconstituir lo perdido: cuerpos, relatos, voces.

Su densidad tiene que ver justamente con eso, con esa exhibición de esos materiales invisibles de nuestro relato nacional, que realiza mientras abandona toda ironía. Artista documental, ahora mismo cualquier ficción resulta fútil para abordar su trabajo, lo mismo que cualquier máscara del yo. La distancia entre arte y política acá es irrelevante, pues "Razón de morir mi vida" existe en otro marco (el de la comunidad en la que participa él mismo, el del debate legislativo de las leyes locales sobre la eutanasia, el de la libertad individual) que amplifica sus lecturas, sus sentidos. Por lo mismo, "Razón de morir mi vida" es difícil de mirar. Su discurso de desobediencia civil se exhibe en pleno corazón de Santiago a escasos metros de la plaza donde mataron a Daniel Zamudio pero también del turismo chic del barrio Lastarria. Más allá de la sala de la muestra, decenas de chicos que bailan k-pop o música urbana ensayan de modo obsesivo frente a un mural. Es imposible no pensar en que hay un lazo entre ese baile y el rostro de Jorge y la tranquilidad con la que aborda su propia muerte; entre el diagrama de Iristhanatos y las infografías que detallan el plano del GAM; entre el parpadeo del neón y el ojo de la muchacha en la pantalla y el movimiento y el ruido de la ciudad ahí afuera.

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