La tibia relación entre el Chile de Piñera y la Argentina de Fernández, hasta el incidente por el Coronavirus

Alberto Fernández anuncia nuevas medidas para enfrentar el coronavirus el 29 de marzo en Buenos Aires. Foto: AFP

Los dos presidentes no se conocen en persona; el chileno es amigo de Mauricio Macri, rival del trasandino. El embajador chileno llegó a Buenos Aires en enero, después de la vacancia de casi dos meses que siguió a la polémica salida de su antecesor. El embajador argentino fue nombrado a fines de diciembre y todavía no se instala acá. El mismo día en que Alberto Fernández comparó su manejo de la crisis sanitaria con el de La Moneda, firmó una declaración del Grupo de Puebla que en uno de sus puntos criticó a Sebastián Piñera. En ese agreste mapa, ambos gobiernos han echado manos a sus redes intensivamente.


Las dos láminas del powerpoint con que Alberto Ángel Fernández comparó el viernes 10 su manejo de la crisis sanitaria con el de Chile, y que desató el rocambolesco incidente por la competencia entre ambos -con una minuta filtrada desde La Moneda incluida- fue una de las dos alusiones que el mandatario argentino hizo a Sebastián Piñera ese día. La otra fue una declaración del Grupo de Puebla, que en uno de sus puntos criticó duramente a su par chileno al final de una cumbre en que el presidente argentino participó en forma simultánea esa misma mañana.

“En ciertos países de nuestra región, especialmente en aquellos con un marcado sesgo ideológico neoliberal -como es el caso chileno y el de Brasil-, se intenta traspasar los costos de la crisis a las y los trabajadores”, dice el punto 10 del texto. “En los anuncios económicos realizados por el Gobierno de Sebastián Piñera”, sigue, “las principales medidas de apoyo a los sectores más vulnerables serán financiadas con sus propios ahorros, y los recursos de apoyo a pequeñas y medianas empresas comprometidos no son más que respaldo financiero para que bancos comerciales otorguen créditos con criterios e intereses de mercado”.

Fernández puso su firma al final junto a las de los expresidentes Lula da Silva y Dilma Rousseuff (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay) y Rafael Correa (Ecuador), y las de los delegados chilenos José Miguel Insulza (PS), Karol Cariola (PC), Carlos Ominami (exPS), Marco Enríquez-Ominami (PRO), Alejandro Navarro (exPS), Camilo Lagos y varios otros representantes extranjeros. Fue una videoconferencia de más de dos horas producida en parte por ME-O, estrecho amigo del gobernante al igual que Ominami, en la que también participaron Evo Morales (asilado en Buenos Aires) y el ex jefe del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el expresidente colombiano Ernesto Samper, entre otros.

El presidente argentino se desconectó unos momentos de la asamblea para explicar en otra videoconferencia la presentación que sacó chispas entre los asesores de Piñera, y luego regresó con los poblanos. Fue en ese contexto que después se gestionó la reunión remota de ayer entre el canciller chileno Teodoro Ribera, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, y sus pares trasandinos Felipe Solá y Ginés González García (personaje clave en este asunto). El cuartel general de la diplomacia chilena ya había tomado nota de todo lo que había pasado el viernes y venía digiriendo desde mucho antes sus diagnósticos sobre la situación bilateral.

Más allá de que ahí el ministro chileno dijera que “los países más que estar en competencia deben colaborar” y que el argentino refrendara que “hay que colaborar”, el incidente alcanza la históricamente dinámica y compleja relación entre ambos países en un punto tibio. En la Cancillería chilena admitían el lunes que “no hemos podido trabajar bien”. Y no hay entendido en el rubro consultado para esta nota que no trepide en enumerar hitos, detalles y hechos que así lo pintan, pero con considerandos a favor. Es una trama que pende de al menos tres ejes.

Uno, la tensa relación del gobierno de Fernández con sus vecinos y el factor de la política interna en el gobierno. Dos, la brecha ideológica entre ambos gobiernos y los vacíos formales en la arquitectura diplomática. Y tres, que por eso mismo desde ambos lados han echado mano intensivamente y contrarreloj a las escasas pero valiosas redes de que disponían al momento de comenzar esta historia.

Partida en pie forzado

La relación entre ambos mandatarios partió en un pie forzado. Piñera es amigo de Mauricio Macri y su amarga derrota en las elecciones del año pasado lo puso al frente de una tribu que le es relativamente ajena. Con Fernández no se conocían y hasta hoy nunca se han reunido en persona. El chileno no pudo cumplir el 10 de diciembre con la tradición de asistir al cambio de mando en Buenos Aires; le telefoneó ese día para explicarle que la tragedia del avión Hércules de la FACh accidentado entonces se lo había impedido.

Pero menos de 15 días después, Fernández lo criticó por la crisis de derechos humanos acá que siguió al 18 de octubre, comparando la situación en la Venezuela de Nicolás Maduro con que “Piñera metió presas a 2.500 personas y no pasó nada y nadie dijo nada, nadie habló nada”. Ribera tuvo que telefonear al canciller Solá: le dijo que si ese iba ser el tono de la relación, pues que mejor lo sinceraran.

¿Más señales? Además de alinearse con el Grupo de Puebla, el jefe de la Casa Rosada ha bregado por incorporar al foro de Prosur a Venezuela, a lo que Santiago se opone. Todo eso, en un tablero donde el gobierno argentino mantiene relaciones quebradas con el Brasil de Jair Bolsonaro (no fueron a sus respectivos cambios de mando y el embajador trasandino, Daniel Scioli, aún no puede asumir), y no mucho mejor con el Uruguay de Luis Alberto Lacalle, a cuya toma de mando tampoco fue. ¿Bolivia? Pues tiene asilado en casa a Evo.

La administración Piñera lee que todo esto incide en la relación bilateral porque en el aparato gubernamental trasandino conviven y chocan las corrientes moderadas y más radicales que llevaron a Fernández, como La Cámpora -con Cristina Fernández detrás- al poder. Por un lado, dicen, este último sector incide en el manejo de las relaciones exteriores y no le deja demasiado espacio al canciller Solá. Este último, agregan desde la oposición chilena vinculada a la Casa Rosada, tampoco es un experto en el rubro y hubo otros candidatos para su cargo. Y en la Cancillería creen que para foros como el Grupo de Puebla, el Chile de Piñera es un blanco demasiado tentador. Y eso complica todo.

Por lo mismo, entre los amigos santiaguinos de Fernández reconocen que “estuvo al límite” con Chile al haber firmado la declaración del Grupo de Puebla del viernes. Pero que el presidente argentino “no quiere andar provocando a Piñera”, aun cuando es “muy crítico de los gobiernos neoliberales”. Otro de sus cercanos acá coincide en que “Alberto quiere entenderse con Sebastián Piñera, entiende la importancia, no quiere llevarse mal con él” y que “tiene buena opinión de él, no políticamente, pero han tenido buenos contactos”.

Esta misma fuente asegura que “Alberto quiere venir, están buscando la fecha, pero no la han encontrado, eso lo ha dicho públicamente”. A falta de historia común y de no conocerse en persona, entre los dos hablan por teléfono, ¿Cuánto? En La Moneda dicen que muchas veces. En el intertanto, otras piezas de ambos bandos han hecho lo suyo.

Embajadas a medio llenar y el factor Ginés

En lo formal hay otro déficit. La legación argentina en Santiago aún está sin jefe, y la chilena en Buenos Aires ha pasado por altos y bajos. A comienzos de enero ambos países anunciaron sus embajadores. Rafael Bielsa por Argentina (hermano de Marcelo, el exitoso técnico de La Roja que alguna vez dejara con la mano estirada a Piñera) y Nicolás Monckeberg por Chile. Ambos obtuvieron sus respectivos agreement (plácet le dicen allá) casi inmediatamente.

Pero Bielsa aún no ha asumido ni se ha instalado en Santiago. Recién a fines de febrero, cuentan en Buenos Aires, llevó su carpeta al Congreso y pasó ese último filtro. Monckeberg, que tuvo que dejar el ministerio del Trabajo en el cambio de gabinete forzado por la crisis de octubre, llegó a la embajada y residencia de la calle Tagle a mediados de enero. Ésta llevaba acéfala desde noviembre, cuando la Cancillería chilena apuró la salida del anterior embajador Sergio Urrejola luego de diversos incidentes con el personal, desde la agregada cultural Carmen Ibáñez para abajo.

En esos dos meses, eso sí, las redes no se apagaron. En los meses sin embajador, cuentan, el primer secretario Óscar Fuentes mantuvo vivos los nexos con el gobierno argentino. Monckeberg llegó con el encargo urgente de Piñera de apurar contactos, y éste echó manos a los políticos de allá que conoce de su época de parlamentario. El exdiputado y exministro ha tenido su agenda casi consumida (al igual que el canciller Ribera acá) con la repatriación de chilenos, por lo que el contacto con los locales es intenso y constante.

Con el mismo Bielsa se han reunido un par de veces y hablan seguido por teléfono, entre otras cosas, para estos asuntos fronterizos. También ha hecho contacto frecuente con el Secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Gustavo Béliz, con el jefe de gabinete de ministros, Santiago Caffiero, con otros ministros y parlamentarios, algunos de los cuales ha recibido a comer en su casa. Pero el hombre clave en esto, tanto para el embajador chileno como para el gobierno acá, es el ministro de Salud, Ginés González.

Exembajador en Chile (2007-2015) durante el mandato de Cristina Fernández, Ginés dejó y mantiene en Santiago una red que va de Piñera para abajo, y que pasa por la derecha y por la izquierda: él y el entonces ministro Rodrigo Hinzpeter presentaron al mandatario chileno y a Cristina Fernández el 2010. Y ayer, durante la videoconferencia 2+2, el canciller Ribera (también conocido suyo) lo saludó primero por su nombre a él y después a Solá.

Con González, Monckeberg conversa cada vez que hay un tema importante. Ginés ha sido clave, cuentan en Buenos Aires, para facilitar autorizaciones sanitarias para que chilenos puedan regresar, han dialogado para destrabar problemas de tráfico y de carga cuando los gobernadores trasandinos se han opuesto al cruce de fronteras. Pero sobre todo, ambos y Solá han coordinado algunas de las conversaciones entre los dos presidentes.

Así las cosas, dos políticos chilenos que conocen bastante bien el ambiente en Buenos Aires observan cómo puede transitar esta relación bilateral. El exsenador Carlos Ominami -reconocido cercano a “Beto” Fernández- firmó ayer una declaración del Foro Permanente de Política Exterior junto al presidente de éste, Juan Somavía, y su directorio, que pide a ambos presidentes que “tengan una participación activa en gestar y participar en las iniciativas a llevar adelante en el plano internacional. Tanto para estos temas como para la cooperación en torno a la Pandemia, se debiera aprovechar el Foro Diálogo Estratégico 2030 Chile-Argentina creado en 2016”.

Ominami cree que “esto se va arreglar”, porque “tenemos una de las fronteras más largas del mundo", y que la tarea de ambos gobiernos “es aliviar la crisis sanitaria y no correr el riesgo de reavivarla. Eso es indispensable, más allá de que los dos gobiernos tengan orientaciones ideológicas distintas. Por eso el presidente Fernández siempre ha entendido que las relaciones son de Estado a Estado. Y está pensado que los dos se reúnan, eso se va a producir más temprano que tarde”.

El senador RN Andrés Allamand que también goza de amplias redes en el país trasandino, cree que “los embajadores Monckeberg y Bielsa, que tienen hilo directo con los respectivos presidentes, son los llamados a reactivar esta relación dejando atrás cualquier diferencia ocasional que pueda haber existido, y retomando la relación privilegiada entre ambas naciones”. Y advierte que "la relación diplomática de alta intensidad entre Chile y Argentina no puede estar sujeta a los vaivenes de cambio político en ambos países; Piñera y Fernández están obligados a mantener un intercambio eficaz y retomar todas las instancias bilaterales, incluido el Foro Estratégico que existe hace años”.

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