Columna de Vicente Torrijos: Petro: ¿Delirium Tremens?

El Presidente colombiano, Gustavo Petro, el miércoles en una marcha en Bogotá. Foto: AP/Fernando Vergara.


Por Vicente Torrijos, profesor colombiano de ciencia política

La crisis de gobernabilidad que vive Colombia está llegando a límites insospechados. Como es apenas obvio, las revelaciones que han hecho en sus audios dos de los funcionarios más cercanos al Presidente Gustavo Petro han estremecido los cimientos del sistema. Eso significa que cuando el exembajador en Venezuela, A. Benedetti, sostiene que él y su entorno podrían “terminar en la cárcel”, deja ver con claridad la dimensión global que tienen sus conductas.

Puestas casi todas en poder de la Fiscalía, estas delicadas cuestiones muestran, por enésima vez, que cuando se trata de apetitos de poder, casi todas las sociedades tienden a comportarse del mismo modo. Más aún, si se tiene en cuenta que ciertos sectores ya están promoviendo una candidatura presidencial del mencionado fiscal Barbosa, ante la crisis de liderazgo en que se perciben. Por supuesto, esto resulta altamente traumático para el poder presidencial. Pero no solo para el Presidente.

La agenda congresional se ha paralizado, la coalición de gobierno transita por la cuerda floja, las perspectivas electorales para las regionales de fin de año son deprimentes, las encuestas son traumáticas y las relaciones con la prensa no son exactamente las más constructivas. Lo cierto es que, en circunstancias de gobernabilidad crítica como esta, los sistemas políticos no tienen muchas alternativas.

La primera, sería promover el miedo y exaltar a las masas mediante cesarismo, bonapartismo y democracia plebiscitaria. Pero esta opción, que supone polarizar, atentar contra la libertad de prensa y agitar a las masas con una mezcla de populismo y culto a la personalidad, podría convertir a cualquier gobernante en una suerte de pirómano destinado a tocar la lira, como Nerón, cuando contemplaba cómo se incendiaba Roma.

La segunda, sería dar por hecho que un sino trágico llevará al jefe del Estado a correr la misma suerte de un personaje como el expresidente peruano, Pedro Castillo, quien, presa de la sensación de estar siendo víctima de un golpe de Estado “blando, o suave”, resolvió anticiparse y propinar un autogolpe que tuvo un desenlace ciertamente indeseado. Y la tercera, sería la de respirar profundo, dejarse guiar por las bondades de la poliarquía y evitar caer en el torbellino de las anocracias, de la democracia iliberal y de la delegataria, que tanto han marcado la historia política del hemisferio.

En consecuencia, y más allá de que en Colombia la oposición esté raquitizada, frivolizada y dispersa, o que Washington siga apoyando a Bogotá como “el mejor aliado en el área”, el país parece estar aún a tiempo de transitar por los canales propios de las democracias consociacionales, o arraigadas. Democracias funcionales, en suma, porque se fundamentan en pactos saludables entre las élites, o en un consenso constructivo, esto es, en pactos negociados que se orientan a fortalecer a las minorías en un clima de cohesión social que opera como antídoto frente a las tentaciones hegemónicas y el “delirium tremens” propio del Palazzo Venezia.

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