Por María Gabriela HuidobroGabriela Mistral: cuando las luces se apagan
A 80 años de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, el 10 de diciembre de 1945, ¿hemos llegado a conocer y valorar más y mejor a la gran figura chilena? "En estos días, se ha informado que la Casa Escuela Gabriela Mistral, en Montegrande, sufre un lamentable deterioro", dice María Gabriela Huidobro, académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello (UNAB).

Al fin llegó la fecha: después de un año de preludios y actividades, seminarios, conversatorios y publicaciones en homenaje a Gabriela Mistral, hoy -10 de diciembre- se cumplen 80 años de su Premio Nobel de Literatura. Se trata de un hito notable para las letras y la cultura chilena, así como para el reconocimiento del lugar de las mujeres y su voz -con perspectiva de maestra y del mundo popular- en el espacio público.
La idea de haber ampliado esta conmemoración a lo largo de todo el año fue acertada: el hito del Nobel no puede entenderse solo en sí mismo, desprendido del conocimiento y valoración de una mujer tan compleja y única como Gabriela Mistral. Sin embargo, ahora que el ciclo concluye, corresponde una reflexión. ¿Qué nos llevamos de este “año mistraliano”? ¿Hemos llegado a conocer y valorar más y mejor a nuestra Nobel?
La pregunta adquiere especial urgencia cuando, en estos días, se ha informado que la Casa Escuela Gabriela Mistral, en Montegrande, sufre un lamentable deterioro. Y aunque existen recursos comprometidos para restaurarla, las obras aún no comienzan, lo que nos impone un incómodo recordatorio: la atención pública y la gestión política suelen concentrarse en lo llamativo y no en lo esencial.
“No se trata de competir por qué proyectos, momentos o personajes históricos merecen más atención, pero unos no pueden eclipsar otras urgencias patrimoniales que requieren convicción y mirada de futuro”.
Mientras se organizaba un gran concurso público para elegir un monumento para la poeta en el centro de Santiago, la escuela donde la poeta se educó vio cómo su techo se podría. Las luces apuntaron a otros focos: a las intenciones de rebautizar a la región del Biobío con su nombre o al debate sobre su identidad sexual. Por lo demás, el debate cultural de este año también estuvo marcado por la voluntad presidencial de adquirir las casas de Allende y Aylwin, -escándalo y destituciones incluidas- o por las controversias sobre el presupuesto destinado a museos de la memoria.
No se trata de competir por qué proyectos, momentos o personajes históricos merecen más atención, pero unos no pueden eclipsar otras urgencias patrimoniales que requieren convicción y mirada de futuro. Resulta necesario orientar la voluntad patrimonial del país hacia un equilibrio que resguarde tanto los grandes símbolos republicanos como los espacios que sostienen la memoria literaria, social y educativa de Chile.
La casa donde Mistral vivió parte de su infancia no es un detalle menor: es el mejor testimonio de la vida de una mujer que, desde condiciones mínimas, se hizo a sí misma para brillar ante el mundo. Ahí radica la raíz material de una figura cuya voz y ejemplo aún resuenan con fuerza y vigencia. Si este año dedicado a ella quiere dejar un legado, la oportunidad está a la vista. El mejor homenaje no son solo los actos o discursos, sino el cuidado de esos rincones que resguardan su huella y memoria, que nos vinculan materialmente a ella para hablarnos de una historia común que debe permanecer en pie para las próximas generaciones.
La protección del patrimonio no puede depender de las luces del momento, sino de una decisión sostenida y responsable sobre lo que, como país, queremos preservar.
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