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Espacio: Arquitectura gourmet

Entrar al mundo de Marcia Krygier es una experiencia que va mucho más allá de las papilas gustativas. En su exquisito universo, lo visual prepondera en forma de bellos objetos que acompañan a un maravilloso arte culinario.

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“La casa está desordenada”, se disculpa Marcia, mientras abre la puerta y explica que acaba de llegar del campo. Enseguida nos guía a través de un pasillo hasta un insólito PH ubicado al fondo de una casona que, milagrosamente, convive con los enormes edificios característicos del barrio de Belgrano, en Buenos Aires.

Entramos por el vestidor y  nos cuenta que el inmenso mueble, recuperado de algún mercado, que domina la escena alberga varias de sus colecciones favoritas: anillos, botones, cuentas y pañuelos de seda. Todos ellos, cuidadosamente exhibidos, hablan del refinado gusto que su dueña profesa por las cosas bellas. Nos muestra sus favoritos: pañuelos de ahora y de siempre, que se anuda al cuello cada día y que recolectó en sus viajes o heredó de la abuela.

Más allá, en el living-comedor, la exhibición de vajilla en los aparadores -también recuperados de algún remate- nos da la pauta de que estamos frente a una verdadera coleccionista y Marcia se ríe, y confirma: “Las vitrinas permiten ver la combinación de los objetos, a mí  no solo me gusta usar las cosas sino pensarlas en función de un uso visual... Tengo varias colecciones, a veces las empiezo, después me aburro y las desarmo”.

Cada taza, plato, jarrón o tetera ocupa un espacio escogido por esta chef argentina que fue primero arquitecta, vestuarista, escenógrafa y diseñadora de joyas hasta que una beca de estudios otorgada a su pareja de entonces le dio la posibilidad de encontrarse con una pasión que mantenía relegada al plano doméstico. “Cocino desde chica, copiaba recetas de la tele y preparaba menús desproporcionados, con varios platos y mucho despliegue para mis amigos. Vivía la cocina como una necesidad, hasta que me di cuenta de que podía hacerlo seriamente”.

Entonces surgió el viaje a Nueva York y aprovechó la oportunidad para asistir a una verdadera escuela de cocina. “En esa época empezaba el boom de la cocina de autor en Estados Unidos y se ponía mucho énfasis en el estilo propio. Después de estudiar, trabajé en algunos restaurantes, pero la experiencia más enriquecedora fue como chef privada de una familia que, cansada de los restaurantes, quería comer rico en su propia casa. Fue maravilloso, me dejaban proponer y así fue como empecé a pensar cada día en lo que quería cocinar realmente. Descubrí el gusto por el hacer y no por el comer, que es lo que le pasa a la mayoría de la gente. Yo me vinculo con la cocina desde otro lugar y todo lo que hago proviene de la búsqueda de ingredientes y por un estado de ánimo”.

De vuelta en Buenos Aires empezó con las clases de cocina, hoy su principal ocupación: “Si bien hago servicios de catering, me encanta enseñar. Por eso armé un espacio con las comodidades necesarias para que, una vez terminada la clase, los alumnos puedan sentarse a compartir lo que prepararon”, explica Marcia, ahora desde el barrio de Colegiales, en donde se encuentra esta antigua carnicería remodelada por ella misma. Allí las colecciones se acotan al uso culinario. “La experiencia como chef privada me dio la idea de las clases, que con los años se convirtieron en un momento muy especial, de hacer pero también de compartir”.

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