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Las mil y una historias

Son prácticamente una forma de arte, pero además las alfombras son un elemento fundamental dentro de una cultura antiquísima y potente que abarca varias naciones. Para traerlas a nuestro país, y hacerlo bien, estos personajes han tenido que hacer decenas de viajes durante décadas, establecer lazos e incluso enfrentar riesgos. Coinciden en que valen cada minuto y esfuerzo que han dedicado a ellas.

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¿Ustedes están locos?”, fue la reacción de los demás huéspedes en un hotel de la ciudad paquistaní fronteriza de Peshawar. Cristián Dib estaba contando que, a diferencia de ellos, no pertenecía a ningún medio ni estaba informando sobre la invasión estadounidense a Afganistán, en pleno desarrollo e iniciada en ese preciso lugar, sino que estaba en la búsqueda de unas alfombras muy especiales.

La pregunta ha vuelto a surgir en la mente del propio Cristián y de Miguel Maldonado, el gerente de su empresa para Argentina: “Hace un par de años íbamos desde un hotel a una exposición en Karachi, el principal puerto de Paquistán. No sabíamos que compartiríamos la van con el ministro de Economía. De pronto vimos jeeps y soldados con metralletas delante y detrás de nosotros. Nos miramos y dijimos ‘parece que esto va a ser un poco peligroso’. Acordamos que al primer ruido nos tirábamos al suelo”.

Finalmente la respuesta es “sí, estamos un poco locos, y vamos otra vez”.

Hay informes que aún sitúan a Paquistán dentro de los tres países más peligrosos para visitar en el mundo, debido a las represalias que sufren por parte de los grupos talibanes, especialmente las fuerzas armadas, por haber colaborado con Estados Unidos. “Es una zona bastante movida en general. Tiene sus riesgos y emociones, pero tengo que decir que nunca nos ha pasado nada”, aclara Cristián. “La cobertura de algunos eventos ha instalado en la cabeza de muchos una idea muy errónea sobre los musulmanes. La verdad es que el 99,9% es gente muy amable que condena los actos por los que sufren prejuicios”.

Ahora las mujeres van menos cubiertas que antes en Irán, pero aún no se bebe alcohol ni se escucha música cantada en las calles. Manteniéndose atento a no infringir alguna de las restricciones impuestas por el gobierno religioso del Ayatola no se tienen problemas ahí. “Con el tratado que firmaron con EE.UU. por los temas nucleares probablemente se relajará más aun”, opina Cristián.

A las 10.25 de la noche en otro hotel, tras un día arduo, horas antes de partir a Kayseri, en el centro de Anatolia, para seguir viaje por otras regiones de Turquía, Paquistán, Nepal e India, Cristián Dib pide contar que lo pillamos comenzando una travesía de tres semanas, que ama lo que hace y que hubo que hacerlo callar o seguiría relatando historias de estos viajes que hace anualmente desde 1993. “Para entender lo que había que hacer, hemos hecho el camino largo. Hemos ido a los pueblos, hemos conocido a los nómadas. Yo he estado anudando alfombras en telares con la gente. Fuimos al origen mismo. Maravilla entrar en contacto con ellos y su trabajo. Tener la posibilidad de llevarlas a Sudamérica es un tremendo pago a cualquier esfuerzo o riesgo que pueda implicar”.

Su búsqueda va desde lo más sofisticado a lo más asequible, en un volumen que hace necesario conseguir bodegas para acopiar lo seleccionado durante el viaje y que posteriormente se reparte entre los cinco países donde Bazhars tiene presencia: Argentina, Perú, Colombia, México y Chile. “Estamos observando una tendencia al diseño contemporáneo. Hace 15 años solo vendías los productos más tradicionales, las alfombras que veías en la casas de tus papás o abuelos. Los turcos han sido los más innovadores en este aspecto, pero siempre en un nivel de precios alto. Nosotros tratamos de desarrollar esa idea con calidad en otros países donde la producción es más barata, como en India. Nos gusta pensar que aportamos a democratizar el diseño”. Bazhars d Vitacura 5790 w bazhars.cl

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Fatoş -o Fatosh- pertenecía a alguno de los pueblitos nómadas que aún habitan el sudeste de Turquía y su familia tenía un telar. Probablemente era muy joven cuando se casó y, antes de que llegara el momento, quiso -o tuvo que- demostrar todos sus talentos ante su futuro esposo y su nueva parentela mediante una serie de manualidades útiles para los hogares que formarían en la montaña durante el invierno y en el valle durante el verano. La más importante de esas piezas era el kilim -o tejido- que ahora, cerca de un siglo más tarde, a miles de kilómetros de distancia, Ali Devlen extiende en el piso de su tienda en Vitacura.

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Ser turco no es lo que permite a Ali extraer toda esa información solo a partir de un nombre disimuladamente tejido dentro de la trama de una alfombra centenaria. Son 25 años -20 de ellos radicado en Chile- dedicado a un negocio que presenta la dificultad de poner precio a cosas cuyo valor es histórico y emocional, mucho estudio, viajes constantes y contacto permanente con la gente que las crea así, con la esperanza de que permanezcan en sus familias por generaciones.

“La dote es una costumbre que ya no se practica. Reconoces este tipo de regalos porque llevan nombres o fechas. Siempre hay una historia detrás. El diseño probablemente es característico de su región, pero las figuras y las combinaciones de colores fueron elegidas por Fatoş. Me gusta pensar que estas alfombras son una ventana al mundo interior de estas mujeres: a veces en ellas ves niños, expresando su anhelo por hijos; a veces ves manos, que también son símbolo de fertilidad; a veces ves animales. Todo lo que era importante para ellas está retratado ahí. Mira como empieza con azul, se termina la lana, y cambia de color. ¡Precioso!, lo imperfecto es más lindo. Perfección significa made in a machine”, dice Ali, que tiene tendencia a observaciones bastante poéticas.

Café, delicias turcas y jazz. Hoy en su tienda Ali viste un elegante traje azul, camisa blanca, zapatos y cinturón combinados. Pero hace unas semanas iba de pantalón cargo, jockey y zapatos deportivos, siempre con su cámara, por las distintas zonas del mundo islam -donde las alfombras son parte fundamental de la vida cotidiana- que lo surten de productos. Él busca alfombras realmente antiguas -por sobre los 70 años- de grupos étnicos turcos, kurdos, cáucasos, persas y árabes. Hasta hace unos siete años podía hacerlo en su auto, pueblo por pueblo, recorriendo los mercados, pero el aumento de la producción masiva y la globalización cambiaron todo: “Los campesinos eran muy inocentes y, como en muchas otras partes del mundo, eran muy aprovechados. Ya no son tantos porque Turquía está muy desarrollada y tampoco queda mucho en sus manos. Hay fechas especiales en que ellos llevan las alfombras a la ciudad y las ofrecen a distintos dealers. Saben que así reciben más ofertas y mejores precios que antes”.

Al menos tres veces al año, los viajes de Ali parten en Estambul, visitando a dealers que recolectan durante meses alfombras para comerciantes como él, que no venden individualmente. Continúa por regiones como el Mar Egeo y lo que llaman Anatolia. Ahí ha establecido contacto con lugareños apreciados en sus comunidades, que también recolectan para él. “Mi primer trabajo fue hacerles entender lo que me gusta… Me fijo en que las combinaciones de colores sean armónicas. En algunos casos son su origen, edad y condiciones lo que les da valor, tengo que conocerlas para presentarlas al público. El material es otro tema. Diría que mi negocio es orgánico, la lana es de baby lamb, más suave y con más grasa, hecha a mano y teñida con colores vegetales”, explica Ali.

Todo llega a Estambul, donde tiene artesanos expertos en cada técnica -kilims, alfombras persas, sumak, etc.- que se encargan de lavarlas y restaurarlas con lana de la misma edad que se obtiene de tejidos que no pudieron ser rescatados.

Hace un par de años Ali tuvo una de esas transacciones directas que ahora son excepcionales. La mujer tenía unos 70 años, el pelo cubierto y la ropa modesta, como probablemente también vestía Fatoş. Tenía en sus manos un kilim de 120 años. “Era muuuy lindo, un regalo de su madre, muy valioso”, recuerda. “Ella me pidió un precio muy por debajo de lo que realmente valía. Le di el doble y aún era barato. Ella me dijo: ‘Me da mucha tristeza vender esto, pero voy a comprar vacas’. Me afectó escucharla, pero al mismo tiempo me alegró verla entusiasmada con su vacas, algo que realmente necesitaba. Como a toda la gente que se ve obligada a hacerlo, le costaba desprenderse de su herencia. Quizá el dinero no sea la forma ideal, pero en ese momento sirvió para que ella sintiera que era valorada”.

aLI DEVLEN d Alonso de Cordova  3990, Vitacura.  d

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