Reliquia Huasa
Con más de 70 años y dos terremotos en el cuerpo, esta casa sigue en pie y mejor que nunca. Todo gracias a los propietarios, siempre decididos a rescatar su belleza campestre y su espíritu de cálido hogar chileno.


Ubicada en Pirque, la vivienda goza del entorno propio de la zona: naturaleza, aire limpio y silencio, solamente interrumpido por las máquinas de cosecha y el revuelo de los pájaros que habitan el tranque aledaño.
Originalmente fue habitada por inquilinos del campo. Para el terremoto del 85 tuvo sus primeros problemas, y algunas paredes tuvieron que reforzarse. De todos modos se mantuvo el adobe como base, y los inquilinos no quisieron volver, por miedo a algo peor.
El tiempo les dio la razón. En 2010 la tierra volvió a sacudirse y botó los mismos muros. Esta vez la propietaria decidió afirmarlos con concreto y reforzar el techo con cerchas, que se dejaron a la vista.
Así, los actuales habitantes recibieron su hogar en muy buenas condiciones. Le agregaron una bodega y un estacionamiento, un techo en la terraza y una bonita huerta en el jardín.
La casa es de un solo piso, pero bastante amplia. Cuenta con tres piezas, una gran cocina y comedor y un living que da a la terraza. En invierno se calienta con la chimenea y un par de Boscas auxiliares, y en verano se mantiene fresca gracias a los grandes ventanales y a la aislación que proporciona el adobe.

Las terminaciones son bastante simples; baldosas en el piso, paredes blancas por dentro y color adobe por fuera, algunas vigas a la vista. Las puertas y ventanas se pintaron en tonos azules para lograr contraste.
Con la remodelación del 2010 se hizo una lucarna en el comedor, que solía ser un lugar oscuro. Por las mañanas permite la entrada de la luz natural, que alumbra el espacio y un retablo antiguo que cuelga en la pared.
Los objetos que habitan la casa son, en general, de origen campestre, encontrados en ferias de antigüedades y en lugares secretos de la cordillera. Son protagonistas las maderas y los textiles de diseño andino, que acentúan el carácter rústico del hogar.
Muchos adornos son objetos sencillos rescatados para darles una nueva vida útil. Botellas de colores, viejos maceteros de greda, platos sueltos y herramientas oxidadas aportan un toque lúdico y personal.

Tal vez porque trabaja en un museo arqueológico, la dueña de casa tiene predilección por lo antiguo. Sus objetos favoritos son dos sillas materas. Una, hecha con fibras de cuero, la trajo de Argentina. La otra silla fue encontrada en la cordillera chilena, y si bien está un poco chueca por los años, todavía cumple su función. Venía pintada, pero al rasparla se descubrió toda una gama de colores originales.
El jardín, naturalmente de aspecto agreste, es donde se hacen los almuerzos cuando el tiempo lo permite. Bajo la sombra de los eucaliptos transcurren largos asados que terminan en siestas en las hamacas. Los árboles frutales dominan el espacio; paltos, perales e higueras dan vitalidad al paisaje y alimento a los habitantes.
Poco a poco, la casa va ganando carácter. Como una reliquia, requiere de gran cuidado, pero la recompensa es grande: un hogar cálido y acogedor que rescata todo lo bueno de la vida del campo chileno.

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