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Vista renovada

Despejar los espacios para conformar un todo unido pero con características propias, fue la premisa del arquitecto radicado en Nueva York Guillermo Varela a la hora de remodelar su departamento, construido en los años cuarenta y ubicado en pleno centro histórico de Santiago.

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Solo  50 m² tiene este renovado departamento ubicado en la calle Huérfanos, esquina Mac Iver, pero significó un arduo trabajo de diseño y construcción que estuvo a cargo de su propietario, Guillermo Varela, y su colaboradora María Inés Orrego.

El principal atractivo para Varela fueron las ventanas del departamento. Estas son el punto focal del proyecto y permitieron crear un diseño en torno a ellas, logrando un perspectiva que termina en una hermosa vista a la iglesia La Merced. “Agregamos una ventana falsa al final para prolongar la perspectiva de estas y dramatizar su valor arquitectónico”, comenta.

La premisa de Varela a la hora de renovar este departamento de los años cuarenta fue abrir los espacios y armar un todo que fluye en unidad, siempre en torno a las ventanas y que son los elementos focales del espacio. “Las ventanas son la identidad del departamento y la principal razón para comprarlo. Tienen personalidad y definen el todo. Le dan la característica estética al espacio”, destaca.

La cocina, que solía ser un clóset, se abrió al espacio principal, consiguiendo funcionalidad, ya que para Varela era necesario que fuera muy práctica pese a ser un recinto pequeño.

Otro aspecto importante de la renovación fue el carácter que le imprimió Varela al departamento a través de una decoración ecléctica y variada. “Me interesaba que todo el departamento tuviera carácter y que los muebles se acomodaran bien en el espacio”, comenta.

Los muebles antiguos, que tienen un poco de historia y mucho carácter, junto con otros más modernos pero confortables fueron la mezcla perfecta para crear el estilo del departamento, que complementado con algunas piezas de diseño propio arman el todo.

Varela se declara un fanático de las colecciones y grupos, y su diseño está marcado por eso. “Muchos objetos son grupos porque me gusta acentuar y armar conjuntos para darles más poder visual y fuerza”, comenta. Sus postales antiguas de edificios de NYC, los sellos de metales para imprimir que encontró años atrás ‘cachureando’ en París, o los moldes para gasfitería que compró en las afueras de Nueva York y que pintó y agrupó para formar un conjunto casi escultórico, son algunas de sus piezas decorativas favoritas.


El color base elegido para este proyecto fue un gris claro, ideal para crear un ambiente que acogiera el mobiliario y los diversos objetos y cuadros que Varela ha seleccionado meticulosamente, entre los cuales destacan unas sillas LCM (Lounge Chair Metal), diseñadas por la célebre pareja de arquitectos y diseñadores Charles & Ray Eames, y los tres cuadros sobre el sofá, el rojo de la chilena Josefina Pedraza, y los otros dos del pintor venezolano radicado en Nueva York Hermann Mejías. Uno de sus detalles favoritos es la rueda de madera que compró a un anticuario en la Plaza de Armas de Santiago.

Otro espacio que Varela buscó mantener limpio y claro fue el dormitorio, en donde destacan dos cojines de texturas étnicas comprados en algunos de sus viajes. El negro es un tapiz boliviano de más de 90 años que jamás se ha desteñido y el otro es un tapiz afgano. Sobre el respaldo, una de las piezas favoritas de Varela, un grabado firmado por Roberto Matta.

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