
Los secretos del cónclave: la delicada red de alianzas que aseguró la elección de León XIV
La opción de Robert Francis Prevost comenzó a consolidarse desde antes de que los 133 cardenales electores ingresaran al cónclave. Se tejieron apoyos a su favor entre los cardenales italianos, mientras que los estadounidenses sumaron a los angloparlantes. El papel de Parolin y de los cardenales Erdő y Aveline fue clave. Al final, el nuevo Papa fue elegido con más de 100 votos.

“¿La comida de Santa Marta? Fue un gran incentivo para concluir este asunto rápido”, bromeó el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y considerado uno de los principales purpurados estadounidenses “trumpistas” cuando se le preguntó por la rapidez del cónclave. Muchos preveían que las votaciones podrían extenderse más que las dos anteriores. Sin embargo, en sólo cuatro escrutinios, igual que lo sucedido en 2005 con la elección de Joseph Ratzinger como Benedicto XVI, los cardenales sumaron los votos necesarios. Ello, pese a que en esta ocasión era más difícil, necesitaban 89 de los 133 votos de los electores, el número más alto de un cónclave.
Pero pese a las palabras del cardenal Dolan, la verdad es que no fue la comida de Santa Marta, sino un cuidadoso trabajo de alianzas tejido desde las congregaciones generales las que llevaron a que Robert Francis Prevost se alzara como el nuevo Papa de la Iglesia Católica. “Yo inicialmente pensaba que podía ser un cónclave largo, pero desde que los cardenales alargaron dos días más las congregaciones, y fijaron el cónclave no 15 sino 17 días después de la muerte de Francisco, me convencí de que sería corto”, comentó a La Tercera el profesor de historia de la Iglesia Roberto Regoli. “Esos dos días extras habrían sido días al interior del cónclave”, comentó. Pese a ello, según él, el verdadero precónclave es el que se realizó fuera de las congregaciones.

Luego de un pontificado que, como apunta el veterano vaticanista Gianfranco Svidercoschi, no dejó buen ambiente en la curia y una Iglesia dividida, lograr aunar posiciones no era fácil. Sin un favorito claro, la lista de papables se extendía a más de 12, como la elaborada por Edward Pentin, vaticanista del medio conservador The National Catholic Register en su sitio cardinalreport.com. Y los nombres iban variando día a día tras la muerte del Papa Francisco. A las opciones del secretario de Estado, Pietro Parolin, que se alzaba como frontrunner de la disputa, se sumaba el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, denominado el “Francisco de Asia”, el arzobispo de Boloña, el progresista Mario Zuppi y el más tradicionalista Péter Erdő.
¿El identikit de Prevost?
En las congregaciones generales, el considerado precónclave, se intentó definir el identikit del Papa ideal, un pastor, políglota, conocedor del mundo, para hacer frente a la compleja realidad actual e incluso algunos sugerían que la idea ideal debía ser en torno a los 70 años. Y a partir de ahí la búsqueda estaba abierta, pero como apunta el profesor Regoli, en las congregaciones generales sólo se definen las características, “es en los encuentros informales”, después de la cita en el salón del Sínodo, donde se llevaban a cabo esos encuentros, “que se habla de los nombres”. Y fue en ellos donde comenzó a emerger la figura de Robert Francis Prevost. Con 69 años, una historia de misionero y conocedor de siete idiomas, cumplía tres de los rasgos buscados.
Según la revista francesa Le Gran Continent, el cardenal italiano Giuseppe Versaldi, prefecto emérito de la Congregación para la Educación Católica, no elector, figura moderada y hombre de curia, habría sido clave para impulsar la candidatura del cardenal Prevost. “Versaldi habría hecho campaña por Prevost entre los cardenales italianos”. A su vez, apunta la publicación francesa, el Papa “habría recibido desde antes del ingreso al cónclave el apoyo de los cardenales norteamericanos moderados y progresistas, ya sea electores, como el arzobispo de Newark Joseph Tobin, o no electores, como el arzobispo emérito de Boston Sean O’Malley”. Incluso, el mismo Prevost tranquilizó a los más conservadores y el cardenal Dolan logró sumar apoyos de los cardenales de los países de la Commonwealth.

El ordenamiento de fuerzas
Los tradicionalistas, liderados por los cardenales Burke y Sarah, se habrían reunido inicialmente detrás de Péter Erdő, el arzobispo de Budapest, ya considerado como una opción en el cónclave anterior. El secretario de Estado Pietro Parolin aunaba a sectores bergoglianos europeos y de la curia, mientras que el filipino Luis Antonio Tagle se alzaba como la carta de algunos cardenales extraeuropeos que querían seguir por la senda de Bergoglio y veían en el prefecto del Dicasterio de la Evangelización la mejor opción. En medio de este escenario, algunos cardenales italianos levantaban la figura del patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, como la carta de consenso, que podría aunar posiciones si el cónclave se bloqueaba.
En este escenario, algunos medios especulaban sobre supuestas alianzas entre Parolin, a quien La Repubblica y Il Corriere della Sera le daban entre 40 y 50 votos seguros -el mayor número de los que entraban como papables-, y los sectores tradicionalistas o incluso los extraeuropeos. Se hablaba de un eventual acuerdo que le diera a Parolin el papado y a Péter Erdő la Secretaría de Estado o lo mismo, pero con Tagle en el cargo que ocupaba el italiano hasta la muerte de Francisco. “Auguri doppi”, el saludo del decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, a Parolin en la misa previa al cónclave gatillaron especulaciones de que el viejo cardenal italiano estaba seguro de que su compatriota y exjefe de la Secretaría de Estado sería Papa.
Pero mientras la prensa revelaba supuestas alianzas y subía y bajaba candidatos, en las reuniones en los colegios nacionales y en las sedes de las distintas órdenes religiosas, donde alojaban muchos cardenales, la figura de Prevost tomaba fuerza. “Los cardenales estaban buscando un ‘tercer hombre‘”, apunta el chileno Luis Badilla, antiguo conocedor de los recovecos vaticanos, “y lo terminaron encontrando en el cardenal estadounidense, “uno que fuera al mismo tiempo ‘bergogliono’ y ‘no-bergogliano’”. Apreciado por muchos cardenales, se le reconocía a Robert Francis Prevost, según el vaticanista Iacopo Scaramuzi, “una gran capacidad de trabajo, un carácter reservado, pero no carente de personalidad y capacidad para escuchar”.

En la Capilla Sixtina
Consciente de que su opción estaba en la cabeza de los cardenales, Prevost había bromeado con su hermano la noche antes de ingresar a la Capilla Sixtina qué nombre se pondría si era elegido Papa. Entre risas, el exprefecto del dicasterio de los obispos tenía claro que muy luego podría dejar de usar la sotana púrpura. Juró con voz clara y calmada sobre el Evangelio antes de que se cerraran las puertas del cónclave y se fue a sentar en la primera fila de las dos que había en forma paralela a los muros de la capilla y a las que esta vez se agregaron dos más, ubicadas de frente al fresco del Juicio Final de Miguel Ángel, debido al alto número de electores. Así, cerca de las 17.45, monseñor Diego Ravelli pronunció el ¡Extra omnes! y las puertas se cerraron.
Sobre lo que sucedió después aún no hay una versión oficial y nunca la habrá, a menos que el Papa decida entregar detalles como lo hizo su antecesor en más de una de las varias entrevistas que concedió. Afuera, la expectativa crecía. Ningún Papa ha sido elegido en la primera votación desde Julio II en 1503, en circunstancias muy distintas. Difícil parecía, además, que sucediera eso esta vez, con un Colegio Cardenalicio tan dividido, como había quedado de manifiesto en los días previos. Sin embargo, la demora en la fumata ese miércoles empezó a inquietar. Según había dicho la sala de prensa del Vaticano, el humo aparecería a las 19.30, pero a esa hora ni a las 20.00, ni a las 20.30 había nada. Recién salió a las 21.01 y fue negro.
“Los cardenales son viejos, lentos y para muchos es su primer cónclave”, decían algunos para explicar lo sucedido en los minutos posteriores. Pero la realidad habría sido muy distinta. Una fuente con amplios contactos en el Colegio de Cardenales comentó a La Tercera que el retardo se debió a que algunos cardenales querían hablar antes de votar, desafiando la norma no escrita de que en la Capilla Sixtina sólo se vota, no se habla -los diálogos son solo fuera de la mirada de los frescos de Miguel Ángel-, una versión que confirma el veterano vaticanista Gianfranco Svidercoschi (ver entrevista). “Lo que sucedió”, dice, “es que después que se cerraron las puertas de la Sixtina los cardenales africanos se pusieron de pie y pidieron hablar”.

La intervención de los prelados del continente africano habría sido fundamental para el desarrollo de los eventos posteriores. Sus apoyos se habrían terminado uniendo a los de los cardenales de Asia y Oceanía, formando un poderoso grupo de más de 40 votos detrás de Luis Antonio Tagle. Así, tras la primera votación, quedaron claras las fuerzas y la confirmación de parte de Pietro Parolin de que, si bien habría tenido una buena cantidad de votos, no había grandes posibilidades de seguir sumando preferencias. En el caso de Tagle, el escenario habría sido el mismo. Así con Prevost sumando otro puñado de votos y Erdő otro tanto, el conclave estaba bloqueado y, como dice Svidercoschi, fue entonces que comenzaron a trabajar los “kingmakers”.
Los kingmakers de León XIV
En las votaciones de la mañana no había duda de que Parolin no sumaría más apoyos. Entonces, dice Svidercoschi, se movieron tres cardenales, Erdő, el francés Jean-Marc Aveline y posiblemente el cardenal Dolan. Para Parolin la pregunta era a quién traspasar sus votos. Fue entonces que la opción del cardenal Prevost comenzó a concentrar los apoyos. “En la tarde del segundo día, cuando volvía a mi puesto di una ojeada a ‘Bob’, él se tomaba la cabeza con las manos, empecé a rezar por él, no imagino qué le pasa a una persona cuando se encuentra en una situación como esa”, relató el viernes el cardenal Joseph Torbin en el North American College.
El cardenal estadounidense y hasta hace poco prefecto del Dicasterio de los Obispos sumó entonces, en esa cuarta votación, los apoyos necesarios. No habrían sido pocos, coinciden muchos, incluso más de 100. Una mayoría mucho más clara que la de sus dos antecesores, que superaron sólo levemente el quórum necesario en los dos cónclaves anteriores. Cuando los 89 votos se habían superado, el cardenal Dominique Mambertí, que estaba sentado al frente, contó al diario La Repubblica que “se lo veía conmovido, emocionado, pero estaba sereno cuando dijo la fórmula con la que aceptaba la elección”. El cardenal Jean-Paul Vesco, por su parte, confirmó la alta votación. “Tuvo un consenso muy amplio, casi una forma de unanimidad”, dijo.
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