Los últimos días del ex cura Tato en un hogar de ancianos de Santiago

El ex sacerdote José Andrés Aguirre, condenado por abusos a menores, falleció en la madrugada de ayer, en el Hospital del Salvador. Antes de morir, recibió la visita del párroco Julio Dutilh, quien relató que éste "reconoció su debilidad, su caída y asumió las consecuencias".




El sacerdote Julio Dutilh llegó el lunes por la tarde hasta el Hogar San José, en avenida Las Condes 13.200. El párroco de la iglesia Santa María de Las Condes iba a visitar a José Andrés Aguirre Ovalle, el otrora clérigo condenado a 12 años de cárcel por abuso sexual de menores y quien, tras pasar nueve años recluido, salió en noviembre de 2012 en libertad.

El ex cura Tato llevaba la mayor parte del año viviendo en la residencia de Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en Lo Barnechea. La atrofia muscular progresiva que lo afectaba desde 2002 había dificultado su permanencia en la casa de su padre, José Santiago Aguirre, en el balneario de Santo Domingo, donde comenzó a vivir cuando dejó el penal Colina I. "Se fue de acá en marzo, a una casa de reposo. Allá tenía un espacio plano para moverse en su silla de ruedas. Estaba cerca de los médicos", comentaba ayer Hernán Cornejo, quien trabaja de "maestro" en la casa de los Aguirre en la V Región.

Julio Dutilh vio a José Andrés Aguirre -quien, pese a su pasado de deportista, ahora lucía obeso y pesaba más de 110 kilos- más deteriorado de lo que esperaba: "Fui al hogar y desde allí gestionamos todo para que fuera trasladado al Hospital del Salvador. Su problema era muscular y de los pulmones, lo que dificultaba cada vez más la respiración. La idea era que le dieran apoyo respiratorio".

Esa noche le dio la unción de los enfermos y la comunión. "Le di los sacramentos y después quedó acompañándolo la familia", recuerda. Esa noche también, y tras enterarse del deterioro en su salud, el padre del ex clérigo viajó a Santiago. A las cuatro de la madrugada de ayer, a los 56 años, José Andrés Aguirre ya había muerto.

El párroco de Santa María de Las Condes, quien calificó de "excesiva" la pena que la justicia impuso al Tato, asegura que "este último tiempo estaba en una paz interior muy grande (...). Desde el primer momento reconoció su debilidad, su caída y asumió las consecuencias". Añade que "lo que más le dolía era la soledad en que quedó, sus amistades y, en segundo lugar, el no poder participar como sacerdote en la celebración de la misa".

Atrás había quedado el tiempo en que el Tato "siendo sacerdote, llegaba en moto a la playa. Venía a ver a sus papás que estaban de vacaciones. Era muy abierto para conversar, popular, pero con un carácter de dominio muy grande. Había sido jugador de rugby, era grande y le gustaba afrontar las cosas. Era un hombre atractivo para la gente", recuerda el sacerdote de la parroquia de Santo Domingo, Ricardo Reyes.

Limitaciones

A las 13.00 de ayer un féretro de madera fue retirado desde el área de anatomía patológica del Hospital del Salvador. Dos funcionarios de terno gris y corbata lo transportaron en un carro con ruedas por el pasillo del recinto. Lo subieron a la carroza y lo llevaron hasta la parroquia Santa María de Las Condes.

Los parientes del ex clérigo se habían retirado minutos antes del lugar y ya estaban en la parroquia cuando llegó el vehículo con el cuerpo. Hasta la iglesia donde fue velado llegaron familiares y amigos. Uno de ellos, quien se identificó como Francisco Salinas, sostiene que "él se equivocó y me lo dijo, pero la verdad es una sola: él se arrepintió".

Sobre sus últimos días, asegura que "estaba muy decaído, con problemas respiratorios". Julio Dutilh relata que, durante su permanencia en Santiago, las jornadas del Tato comenzaban antes de las 8.00, ya que asistía diariamente a las misas que se realizaban en el hogar.

Sus desplazamientos más largos eran en una silla de ruedas eléctrica, hasta un supermercado del sector. En el hogar "caminaba con estos burritos", dice Dutilh.

Acerca de sus contactos familiares, el jardinero de la casa paterna del Tato, Remigio Fuentes, afirma que "su papá hablaba todos los días con él. El le contaba que estaba bien". Mientras, sor Ana María Hidalgo, superiora del hogar San José, relata que durante su permanencia no salía mucho debido a su enfermedad, pero que "dentro de la casa daba sus vueltecitas (...). Se ha comportado correctamente. Nunca mostró estar disgustado. Me admiró mucho su paz", resume.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.