Histórico

¿Y si a Descartes lo hubiesen envenenado?

Pilar del racionalismo, el hombre del "Pienso, luego existo" murió hace 360 años en la corte de la Reina Cristina de Suecia. Dicen que fue neumonía, pero hoy un académico alemán acusa asesinato. Prenda o no su hipótesis, trae de vuelta a un personaje singular, tal como lo hizo la reedición en DVD de Cartesius, el filme de Roberto Rossellini.

René Descartes, creador del pensamiento metódico y pilar de la filosofía moderna, era hasta el 11 de febrero de 1650 un distinguido huésped de la corte de la Reina Cristina, en Estocolmo. Pero el día señalado, sin que en apariencia pudiese evitarse, el reputado sabio murió a los 53 años. Una neumonía fue la versión oficial, basada en la carta que el embajador francés Pierre Chanut, compatriota del occiso, envió a la princesa de Bohemia ocho días después del fallecimiento, y repetida hasta el cansancio por todo quien ha referido el acontecimiento en los años y siglos posteriores.

Pero, ¿y si no hubiera sido así? ¿Y si a Descartes lo hubiesen envenenando?

Ya en 1996 la hipótesis de un asesinato vía suministro de arsénico había sido explicitada por el historiador y médico alemán Eike Pies. Su libro El affaire Descartes hizo bastante bulla, pero el tiro salió por la culata: el autor se basó, en lo esencial, en un solo documento (la larga carta de Johann van Wullen, un médico próximo a los hechos) y fue prontamente ninguneado.

Adicionalmente, siempre ha so- nado verosímil que Descartes fue más allá de sus fuerzas. ¿No era verdad, después de todo, que Cristina, quien lo convocó expresamente para empaparse de la sabiduría del matemático, filósofo y físico, le impuso lecciones diarias desde las 5 de la mañana en una pieza mal calefaccionada?

Aunque la hipótesis de Pies se cayó sin más, no faltó quien contraatacara. Theodor Ebert, también alemán, profesor de filosofía en la universidad de Erlangen, Baviera, publicó La muerte misteriosa de René Descartes (2009). Y el pasado 11 de febrero, a exactos 360 años de los hechos, declaró sin rodeos a la revista francesa Books: "René Descartes fue asesinado".

Tras la pista del asesino

"La versión oficial no se ajusta bien a los síntomas constatados en los reportes sobre la enfermedad", señala Ebert, quien habla aquí no sólo de la señalada carta de Van Wullen, en apariencia insuficientemente examinada hasta el minuto. También está la correspondencia con el holandés Henri Schluter.

Van Wulllen, agrega el denun  ciante, cuenta que al examinar la orina del pensador poco antes del deceso, vio que tenía algo muy grave y concluyó de ello una muerte inminente. "Esto quiere decir sin duda que había sangre en la orina. Y eso no es un síntoma de neumonía, sino de envenenamiento, en particular de arsénico. Johann van Wullen cuenta además que Descartes se hizo preparar un emético y que lo bebió para provocarse un vómito. ¿Qué conclusión se puede extraer sino que el filósofo, que conocía bien la medicina de su tiempo, creyó haber sido envenenado?".

Plantea finalmente Ebert que la Reina Cristina obligó a Van Wullen a no divulgar su carta. Y que si bien habla en ella de una muerte por pleuresía (perineumonía), "es evidente que no habría podido hablar abiertamente de un envenenamiento: hubiera sido un escándalo absoluto, y en ese tiempo no había ningún modo científico de demostrar que una muerte había sido causada por el arsénico".

¿Y quién sería el envenenador? Tal como Pies, Ebert acusa a un tal François Viogué, capellán de la embajada francesa en Estocolmo y misionero de una congregación pontificia, Propaganda Fide, quien habría actuado por su cuenta y "muy pro bablemente cometió el asesinato a través de una hostia envenenada el 2 de febrero de 1650, día de la fiesta de la purificación de la Virgen".

Viogué estaba convencido, prosigue el argumento, de que la metafísica del católico Descartes era incompatible con la transustanciación -la presencia física del cuerpo de Cristo en la hostia consagrada- y se avenía mejor con la "herejía" calvi nista, por lo cual era un obstáculo para la conversión al catolicismo de la monarca sueca protestante. Esto se confirmaría en las cartas reveladas por el académico, quien resalta un hecho significativo: Viogué no quiso darle la extremaunción a Descartes.

¿Cómo era?

Incluso si el viento se terminara llevando los argumentos y documentos de Ebert, no se discute que su indagación trajo de vuelta a un pensador fundacional cuyo Discurso del método se sigue estudiando en colegios y universidades.

Un rescate análogo, en otros términos, fue llevado a cabo el sello de DVD Criterion, que en 2008 reeditó Cartesius, el filme rodado en 1974 por Roberto Rossellini para la TV italiana, convencido como estaba el cineasta de las virtudes de este medio para educar a millones.

Sin duda, las aulas, las habitaciones y los exteriores, así como los utensilios, usos y prácticas de época desplegados en el filme, otorgan un valioso espesor y la posibilidad de ponderar con más elementos el aporte de este francés educado por los jesuitas. Descartes fue un tipo inquieto que se convenció tempranamente, como Sócrates en su tiempo, de que sólo la razón puede entregarnos conocimientos seguros.

Desconfiando tanto de la arquitectura de la filosofía escolástica como de sus propios sentidos, Descartes se apoyó en la matemática como la más infalible de las disciplinas y a partir de ella quiso refundar la metafísica y por esta vía renovar la filosofía. Eso sí, sin faltarle el respeto a la Iglesia Católica, de la que no dejó de considerarse feligrés, pese a estar mucho más cerca de Galileo que de sus inquisidores.

El mundo fue para él un libro abierto, por lo que conoció y recorrió multitud de ciudades. Cada encuentro con algún sabio o profesor era la ocasión para cruzar argumentos, en público y en privado. Es lo que muestra, por lo demás, la cinta de Rossellini. El director de Roma, ciudad abierta, no buscó hacer una apología. Dos años antes había rodado un telefilme sobre el también filósofo y matemático francés Blas Pascal y le pareció que este último era más agradable. Incluso, llegó a formarse la idea de que Descartes era "un hijo de perra, un cobarde, un flojo. Alguien más bien repulsivo, por supuesto, nada simpático. Pero eso no me importa. Era inteligente".

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