Alegato telúrico-político



Por Hugo Herrera, profesor titular Facultad de Derecho UDP

“Criterio del ganado vacuno central” se llama entre arqueólogos, antropólogos e historiadores a la espacialidad durante la edad del hierro sudafricana. La particular disposición de las viviendas, los grupos sociales y el ganado doméstico no alude a una simple cuestión de economía o supervivencia. Se trata, en cambio, de una cosmovisión o ideología, de la manera de sentir, pensar y habitar el mundo de los pueblos que adoptaron ese orden.

Autoridades y súbditos, el ganado, las viviendas, adquirían, según este criterio, su lugar y significado. Las funciones y actividades de los miembros de la comunidad se perfilaban según un sentido espacial. Los cambios dentro del espacio -nacimientos, muertes, épocas de abundancia y escasez, combates- son cambios internos a la comunidad. Hay, sin embargo, cambios de época, cuando la concepción del mundo cambia. Esos son cambios de talante espacial, que constan, por ejemplo, como mayor distanciamiento entre los gobernantes y los gobernados, desplazamiento del ganado fuera de la ciudad, el surgimiento de un grupo social nuevo y el emergente emplazamiento respectivo, etc. Entonces se alteran las maneras de experimentar el mundo. Puede que las cosas y las personas sigan siendo las mismas, pero el modo de vivenciarlas cambia.

El caso refleja que existimos en una tierra que nos constituye y expresa. La tierra nos procura asiento firme, contornos estables y retribución proporcionada al esfuerzo, como cosecha. No es mero material indiferente o neutral, sino una totalidad de sentido, vital, estética, que nos abarca y afecta nuestros modos de pensar y sentir. Aunque los afanes utilitarios o más específicos nos distraigan, somos constitutivamente telúricos, de la tierra, el paisaje y su sentido.

La tierra también expresa nuestra interioridad, así como el cuerpo expresa nuestra interioridad. Nos hallamos en armonía y el cuerpo y la tierra dan cuenta de ello. Al revés, el desequilibrio patenta como invierno caluroso, país que se seca, ciudades contaminadas, hacinadas, segregadas, zonas de sacrificio.

La acción humana puede realizar el sentido de la tierra, como articulación estética y vitalmente eficaz, o puede también destruirla. De la manera en que configuramos la tierra dependen, decisivamente, nuestras experiencias de significado. Frustra vivir en zonas arrasadas, polutas, secándose, en viviendas estrechas. En cambio, florecemos en tierras irrigadas, en ciudades limpias, dotadas de costaneras, lagunas, plazas suficientes.

Si de la configuración de la tierra depende también una vida espacialmente frustrada o plena, congestionada o armónica, entonces la cuestión telúrica -de la conformación de ese todo de sentido al que llamamos paisaje y espacialidad territorial- es una cuestión ineludiblemente política. Lo telúrico es asunto político como lo político ha de ser telúrico.

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