Columna de Juan Ignacio Brito: Santiago centro: ¿Rescate imposible?



De chicos, ir al centro era un panorama imperdible. Acompañábamos a nuestras madres a elegir las decoraciones cumpleañeras en calle Rozas y a comprar lanas en 21 de Mayo y Diagonal Cervantes; asistíamos a la procesión de la Virgen del Carmen ida y vuelta desde la Basílica del Salvador hasta la Catedral, donde rezábamos en la Parroquia del Sagrario; visitábamos el Museo Histórico Nacional y escuchábamos al Orfeón de Carabineros en la Plaza de Armas; paseábamos en el verano por el Parque Forestal tomando mote con huesillos y comiendo algodón dulce; pasábamos a tomar el té al café Paula y devorábamos las galletas TipTop recién horneadas en la Alameda; veíamos a los cadetes navales desfilar frente al monumento a los héroes de Iquique; íbamos al “cinerama” Santa Lucía a ver películas en pantalla gigante; a Estación Central a tomar el tren para partir de vacaciones al sur;  a comprar uniformes escolares al portal Fernández Concha… El centro era un corazón lleno de vida.

Hoy, en cambio, Santiago centro da miedo. Lo sabe el guía turístico acuchillado el fin de semana en una Plaza de Armas secuestrada por la prostitución, la delincuencia y la inmigración irregular. Esa misma que ocupa plazas y bulevares con carpas, que llena de cocinerías y comercio ilegal calles y paseos. Los muros rayados promueven mil y una causas revolucionarias. Los liceos dejaron de ser centros de excelencia académica que atraían a los mejores alumnos; hoy son focos de desmanes y excesos. La hediondez se percibe desde lejos: olor a orines y fecas.

Los edificios de oficinas parecen cascarones semivacíos. Empresas que antes tenían allí sus sedes arrancan hacia el oriente de la ciudad. El comercio establecido desfallece ante la competencia desleal de los ambulantes. La estampida es generalizada: el que puede huir, lo hace sin dudarlo.

El centro muere. Lo corroe desde hace años un cáncer cruel que en el último tiempo ha hecho metástasis terminal.

Las autoridades contemplan la decadencia, la comentan y la denuncian, pero hacen poco o nada por revertirla. Santiago centro desfallece ante la indiferencia y la desidia. La alcaldesa luce impotente, desganada, como si estuviera ideológicamente convencida de que la ciudad debe caminar hacia el cadalso. Ella no es la única responsable de esta crisis larga, pero sí de que hoy el daño se profundice. Juega al comprahuevos con el gobierno: el municipio y el Ejecutivo se pasan la pelota uno a otro.

Si alguien quiere saber qué ocurre cuando el control desaparece, debe visitar el centro. La autoridad no quiere/puede/sabe recuperar un lugar donde hoy reinan la impunidad y la ley del más fuerte. Mientras peor se pone la cosa, más abandonado a su suerte queda el centro. Santiago gime y nadie escucha.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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