Columna de Marisol García: Pistas de un sonido constituyente

Circulan ya muchos de los discos chilenos más recomendables del 2021, y es improbable que la recta pendiente los desplace del puesto.



Para qué esperar los recuentos de enero. Circulan ya muchos de los discos chilenos más recomendables del 2021, y es improbable que la recta pendiente los desplace del puesto. Sin lanzamientos en vivo, sin revistas en los que destacarlos, sin ni un décimo de lo que solíamos entender por promoción prepandemia, la cosecha local de nueva cantautoría, producción electrónica y electricidad rockera confía a la escucha en flujo digital lo que en otras circunstancias sería un complemento para su trabajo de cuerpo y presencia en escenarios.

Tienta buscar pistas que aludan a la excepción global aún en curso. ¿Las hay? Acaso no tantas como en 2020, cuando decenas de canciones acusaron recibo no sólo del encierro forzoso sino también de la sacudida político-social que en Chile rediseñaba nuestros reclamos y trato. Si ahora hay pistas políticas en discos como los de Mäco (El jardín en la habitación), Camila Moreno (Rey) o Los Raros (Erreaerreo), lo están junto a rasgos aun más definitorios, distintivos en una convicción estética que esquiva lo esperable.

El primero es música de charango, aunque en un tipo de disco instrumental que la inventiva y desprejuicio de su joven autor -parte de la banda de Gepe, además de profesor e investigador independiente- lleva a alturas que funden lo folclórico con lo electrónica, la tradición con el pop, la guía melódica personal con un deber rítmico ancestral. Se enlaza, quizás involuntariamente, con lo que el antofagastino Claudio Pájaro Araya mostró hace unos meses en Danza, álbum sugerente y atípico, lo suficientemente inquietante para darle categoría autoral a quien el medio asocia hasta ahora a un talento vinculado a grandes bandas (hoy, sobre todo Chico Trujillo y Bloque Depresivo; antes, Huara y Congreso).

Hacer música personal por fuera de las bandas que han dado la popularidad y el sustento: ahí sí hay una pista recurrente entre los lanzamientos 2021. La cumplen Belencha (también socia de Gepe, y antes en El Parcito) con su colorido disco homónimo, de amplias referencias sudamericanas; Nicolás Alvarado, de Fármacos, en el atmosférico A favor del viento; y el productivo Pablo Ilabaca (Pillanes, 31 Minutos, Chancho En Piedra), quien en Canciones para conversar de la muerte imprime al fin la intimidad que en composiciones suyas previas quedaba disminuida bajo el ingenio. De nombre, Los Raros suena a ídem, pero a simple vista y escucha sus integrantes es vuelven conocidos: en un desvío de Fiskales Ad-Hok, el cantante Álvaro España canaliza en paralelo su gusto por el rock de canciones con más melodía que fuerza, junto a músicos que antes han pasado por Familea Miranda, Jiminelson, Intimate Stranger y el ex-Fiskales Juan Pablo Arredondo.

Belencha

Vuelven, también, señas conocidas en la cantautoría chilena post 2000. La voz y experiencia sobre una guitarra inspirada como suficiente rasgo de carácter, sin estridencias, es la que eligen otra vez Naara Andariega en Cardinal, Nando García en Pirueta y -algo más adornada- Miloska en el bien titulado Latinidad, donde mirada de mundo, sentir popular y romanticismo arrojado invitan a una escucha generacionalmente transversal. Lo que en sus propuestas guarda aún cierta contención personal, en Camila Moreno, es en cambio el desvío de la ruptura y la fusión con una voz colectiva y enfática, no mayoritaria pero sí ya inesquivable. Sin géneros musicales, políticos ni sexuales a los que responder, la chilena ha levantado en Rey un disco de multidisidencia, que acaso sea el tipo de creación coherente con un país de ganancias y pérdidas hoy en vilo.

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