Columna de Rolf Lüders: Para tener presente



Chile necesita urgentemente una reforma fiscal y este puede ser el momento apropiado para iniciarla. Hay un importante número de programas públicos mal evaluados que probablemente deban eliminarse. También cabe revisar el conjunto de prácticas burocráticas, para que estas pasen a ser funcionales a las necesidades del país y no, como a menudo tiende a suceder ahora, útiles a los partidos políticos o -incluso peor- a los amigos de las autoridades. En materia tributaria, cabe evaluar y, si es pertinente, modificar la estructura y los niveles de los impuestos.

Recientemente y en base a comparaciones internacionales, se ha debatido mucho sobre el nivel óptimo del gasto público en relación al PIB. Como este depende de las instituciones y estas varían de país en país, es más útil tener presente -para fines de definir un programa fiscal y tributario- una serie de principios y/o conceptos desarrollados en la literatura al respecto. A continuación, algunos de ellos.

Ya Adam Smith sostenía que los tributos debían respetar los hoy clásicos principios de justicia, certeza, comodidad para el contribuyente y economía en la recaudación. Además, los ingresos tributarios deben cubrir íntegramente los gastos fiscales. Al respecto, hemos adoptado en Chile una regla -que en su esencia no debiera modificarse- que establece que el gasto fiscal permanente se debe financiar con ingresos (tributarios) también permanentes.

Pero, ¿cuál es ese nivel óptimo de gasto fiscal permanente? En una democracia representativa como la nuestra, este será determinado indirectamente en las urnas. Sin embargo, en el proceso correspondiente todos los involucrados debieran tener siempre presente que el beneficio de un nuevo gasto público debe ser al menos igual a la pérdida de beneficio que sufrirán los ciudadanos por los impuestos que tendrán que pagar para financiarlo. Tengo la impresión que desafortunadamente esto último se olvida demasiado a menudo.

Es más, para todos los efectos prácticos, los impuestos -salvo aquellos correctivos de una falla de mercado- tienen un costo de eficiencia, que afecta el nivel y eventualmente la tasa de crecimiento del país. Además, ese costo tiende a aumentar en progresión geométrica, es decir, si se duplica el nivel del tributo, se cuadruplica el costo de bienestar del mismo.

Finalmente, también influye la estructura tributaria, afectando, entre otras cosas, la tasa de crecimiento económico y los niveles de los salarios. En particular, los involucrados en el proceso de reforma fiscal debieran evitar se adopte la doble tributación de los ahorros implícita en el impuesto sobre la renta, que desincentiva el ahorro y la inversión, y es un impuesto que, a nivel de las empresas, recae en último término -y mediante menores remuneraciones- en los trabajadores.

Por Rolf Lüders, economista

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