Como caballo desbocado

JUAN-IGNACIO-EYZAGUIRRE

Juan Ignacio Eyzaguirre.



El libro “La Familia Grande” fue una bomba al mundo intelectual progresista parisino y abrió una caja de pandora sobre los excesos de la liberalidad post revolución de 1968. Su autora, Camille Koucher, denuncia los abusos sexuales de su padrastro a su hermano mellizo desde sus 13 años y el continuo encubrimiento de su influyente círculo de amigos.

Para la hija de un exministro socialista y una politóloga icono de la izquierda francesa, la publicación nace de la necesidad de testificar el incesto: “la culpa me persigue por tres décadas” aprisionada por un secreto a voces en nuestro entorno social, en el que desfilan ministros, filósofos, artistas, abogados y políticos que en su juventud impusieron el prohibido prohibir, la liberación sexual y la rebeldía contra la tradición en sus protestas por las calles de París.

El padrastro pederasta, otra figura de la escena parisina, perdió su alto cargo en Science Po y con él comenzaron a caer muchos de los que nada hicieron incluso después de denunciado a viva voz el secreto de “la Familia Grande”. Según algunos, en ese círculo tales hechos serían aceptados o al menos tolerados. Incluso la impertérrita madre acusaba a sus hijos, los abusados, de querer robarle a su pareja.

En Francia, el episodio gatilló un #MeTooInceste con miles denunciando abusos sufridos cuando niños. Ipsos publicó un sondeo sugiriendo que entre 5 y 10% de los franceses habría sido víctima de incesto.

Estas macabros hechos se justificarían -según algunos sociólogos- en la permisividad de la mentalidad de la generación del 68, la primera que dejaba atrás la pulcritud de la Segunda Guerra, e imponía un violento quiebre con la tradición enarbolando las banderas del prohibido prohibir y de la liberación sexual, entre otras consignas. Refirman esta visión ejemplos como el libro-denuncia contra el famoso escritor -y pederasta- Gabriel Matzneff quien tuvo el descaro de jactarse de sus gustos, incluso justificando la pedofilia, en sus escritos.

La soberbia de estas “revoluciones” refundacionales como la del 68 es capaz de enajenar las construcciones sociales más básicas, como el respeto a los niños o la sana convivencia, pues las salvaguardas al buen criterio, la discusión razonable y el respeto a la tradición se empeñan bajo el fanatismo, haciendo de cualquier mesura sinónimo de deslealtad.

Revolución francesa

No es primera vez que Francia se da a estos excesos. La Revolución de 1789 encarna justamente esta dinámica social. Cuando por primera vez la opinión publica tomó peso en la política, la Revolución se arrebató superándose y quebrantando a vertiginosa velocidad limites que nunca hubiese imaginado superar.

Del descontento y la falta de legitimidad de un impávido rey Luis XVI pasó la imposición de una Constitución en los Estados Generales. Luego el recién ganado poder burgués de los mesurados Girondinos dio paso a los sans culotes, cuyas revueltas gatillaron la violencia del Terror Jacobino, el cual solo conoció su límite con Barras-Napoleón y el restablecimiento de un orden autoritario que derivó finalmente nuevamente en la monarquía de los borbones. De paso quedaron tres millones de muertos en las guerras y la cabeza de casi todos sus líderes, desde el Rey a Robespierre, a merced de la guillotina.

Pues “una revolución no pertenece nunca al primero, al que la empieza, sino al último, al que la termina y se la queda como botín”, sugiere Stefan Zweig. “La guillotina castró intelectualmente a todos estos hombres” cuando el debate dio paso a la violencia, bajo la cual cualquier prudencia fue mirada con desconfianza, desbocando una destructiva dinámica social. Cuando

el valor desapareció a la sombra de la guillotina, surgió el mundo del cinismo, la hipocresía y del absurdo.

Chile

Nuestra revuelta criolla tiene aires de esta macabra enajenación político-social. Ante el silencio cobarde frente a los designios del momento, el país escurre a la deriva, entregado a la vorágine y vaivén de los gritos del montón. Preocupante, pues la historia enseña que ningún vicio o brutalidad ha destrozado tantas vidas como la cobardía humana.

A la tragedia se suman las muestras de fascismo del más juvenil de los partidos y se le une el triste ridículo. Cuando en la otrora responsable izquierda y disciplinada derecha bailan al son de políticos como Jiles, cuyo aporte republicano solo es comparable al del cónsul Incitatus en la Roma de Calígula. Muestras de la preocupante decadencia que nos abruma.

“La política se ha convertido en la fatalité moderne”, dijo Napoleón dos siglos atrás. La esperanza solo queda en esos liderazgos responsables capaces de forjar un camino, pero ¿dónde están aquellos capaces de encauzar la historia de Chile en lugar de dejarlo a la deriva de sus pulsiones sociales?

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