Opinión

Debate: los dardos pasivos–agresivos entre Kast y Jara

Chile pasó por su último gran rito preelectoral y los candidatos presidenciales de segunda vuelta acudieron a dar examen en el debate televisivo de Anatel, instancia final con gran audiencia donde se gastan las últimas municiones antes de la elección del domingo.

Sin embargo, en lugar de ir en un ambiente de cultura cívica a conseguir votos, proponer políticas públicas y clavar banderas, José Antonio Kast y Jeannette Jara buscaron sacar de quicio al rival, raquetear pesadeces y recriminar defectos, en un espiral de descalificaciones sin fin.

Un ríspido intercambio que eludió cualquier debate sustantivo por la Presidencia. Así, terminamos presenciando la discusión de candidatos que perdieron la vergüenza, como si estuvieran envueltos en una vulgar rosca de diputados o en un consejo de curso donde los apoderados se profesan un odio entre ellos mucho más fuerte que cualquier rivalidad o conflicto entre los estudiantes.

En medio de este triste espectáculo, en el que los principales liderazgos del país parecen dedicados a poner ladrillos en un Muro de Berlín invisible, vale la pena preguntarse si esa ausencia de empatía y capacidad de escucha es algo propio de la nueva sociedad chilena o solo de su elite política, crispada porque comienza a ver cómo lentamente brotan nuevas fuerzas capaces de reemplazarla, ante su naufragio de ideas y proyectos más allá de la contingencia.

La mayor parte de los millones de televidentes que siguieron el debate no lo hicieron como si se tratase de un match de box en el que han apostado por alguno de los contendores. Por el contrario, estos electores, si bien están hastiados, tal vez tenían la esperanza de presenciar algo con estatura presidencial: visión-país, perspectiva de futuro, valores democráticos y republicanos. ¿Algo de eso hubo? Cero, coma cero.

Como Kast y Jara están en las antípodas ideológicas, era de esperarse contraposiciones de visiones de mundo y de formas de concebir el Estado y las políticas públicas en materias tales como seguridad y migración. Pero, en su lugar, lo que hubo fue una seguidilla de argumentos ad hominem sin un hilo conductor más allá de hacer daño al otro. O sea, argumentos pueriles, pues el destino de un país no se resuelve por el carácter de un líder, sino por la capacidad de diagnóstico, la mirada de futuro y la capacidad de resolución de los cuadros políticos de una democracia que tiene ya más de 200 años.

En cambio, lo que hay son dos candidatos que representan a dos bloques caracterizados por una actitud pasiva-agresiva, que oculta y muestra -a la vez- fuertes rencores disfrazados de una cordialidad formal apenas aceptada. Con esto, imperan las interrupciones y las consignas que de tanto repetirse crispan los ánimos, dinamitan los puentes, friccionan la legalidad y terminan vacías, tales como; “expulsemos a todos los migrantes ilegales” o “levantemos el secreto bancario”.

Estos debates televisivos nos deben invitar a mejorar los espacios de reflexión para discutir los destinos del país, superando la lógica del showbiz. De seguir así, instancias como esta se terminarán usando exclusivamente por los candidatos para sacar del refrigerador y recalentar en el microondas las municiones que ejércitos de seguidores y bots replicarán con tal de intoxicar el diálogo.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile.

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