Por Daniel MatamalaEl año del tirano

En su advertencia sobre la corrupción de la democracia, plasmada en La República, Platón alerta sobre la irrupción de un líder que “habla con fanfarronería” y para quien la satisfacción de sus “propios intereses asume el estatus de un bien supremo” hasta convertirse “en un monstruoso zángano con poder”.
2.400 años después de La República, ha llegado el año en que las ideas básicas sobre cómo se usa el poder en una democracia han quedado convertidas en papel mojado. Y con ello el orden internacional ha estallado en mil pedazos.
La potencia que había creado ese orden ha notificado al mundo que las reglas ya no existen. No hay instituciones, alianzas, tratados o contratos que tengan valor, ahora que el planeta es un escenario para que un tirano perturbado despliegue dos pulsiones: el narcisismo y la crueldad. Ambas son el óxido que está volviendo herrumbre los cimientos de la democracia occidental.
Ya decía Platón que en el tirano “la pasión vive en completa anarquía, es su único dueño, y lo induce a atreverse a todo lo que puede darle beneficios”.
Hablamos de un sujeto que organizó un gran desfile militar en el día de su cumpleaños, hizo rebautizar con su nombre el Centro Kennedy para las Artes (ahora “Centro Trump-Kennedy”), y al Instituto de la Paz (ahora “Donald J. Trump)”, que presentó la “Tarjeta Dorada Trump” para migrantes, y decidió que su cara adorne las tarjetas de entrada a los parques nacionales (“para celebrar al mayor negociador de la historia del país”).
Estableció por ley un nuevo tipo de cuenta accionaria llamada “Cuenta Trump”, y pocos días antes de Navidad anunció un nuevo tipo de acorazados para la Armada estadounidense, la “Clase Trump”.
Mientras, el Congreso discute una ley para añadir su marmórea cara al monte Rushmore, y el Departamento del Tesoro planea lanzar una moneda de un dólar con el rostro del emperador acuñado en ella.
En sus reuniones de gabinete, este tirano contemporáneo lucha (sin éxito) por no quedarse dormido, hasta que llega su momento predilecto: cuando sus ministros rivalizan por ser quien lanza las mayores loas a su amado líder. En uno de ellos, ante un emperador súbitamente muy despierto, la fiscal general anunció que en los primeros cien días de su gobierno, “gracias al presidente Trump”, debido a los decomisos de fentanilo, “se han salvado 258 millones de vidas”.
Estos sujetos, advierte Platón, engendran una clase especial en torno a ellos. “El tirano tiene que rodearse de aduladores y personas que alimenten su ego y sus deseos”. Ellos, explica el estudioso de Platón Josiah Ober, son “necesariamente serviles”, ya que “están dispuestos a rebajarse al alma grotesca y deformada del tirano”.
2025 está liderado por tales siervos. No solo en la Casa Blanca. Muchos empresarios y líderes internacionales ya han entendido la lección: para manipularlo, hay que adular a este emperador que se pasea por el mundo desnudo, mostrándose ante todos como un niño caprichoso.
El emir de Qatar le regaló un avión presidencial, y una delegación de empresarios suizos le pidió bajar aranceles obsequiándole un lujoso reloj de mesa de Rolex y un lingote de un kilo de oro con dedicatoria incluida. Trump, exultante, exhibió los regalos en su despacho y redujo los aranceles a Suiza del 39% al 15%.
Suman y siguen: espadas del gobierno saudí, palos de golf de oro de Japón, un enorme retrato del presidente entregado por El Salvador y todo tipo de frases de admiración de empresarios y políticos sobre su supuesto talento en el golf. Cuando el rastrero presidente de la FIFA le entregó un “Premio FIFA de la Paz”, como consuelo por el Nobel, Trump se vio emocionado.
Lo más perturbador es que este pobre diablo parece genuinamente conmovido con cada uno de estos gestos. Es tal su desvarío, que parece ser la única persona sobre la faz de la tierra que cree que estas pleitesías son genuinas.
Si hay otra cosa que el emperador disfruta, aparte de aplaudirse a sí mismo, es mostrar su crueldad. Su trayectoria es pródiga en esos arranques, en que se ha burlado de discapacitados, víctimas de ataques y héroes de guerra fallecidos. La última de su serie fue una burla contra el asesinado cineasta Rob Reiner.
Antes había compartido videos de inteligencia artificial en que se mostraba a sí mismo lanzando excremento sobre sus opositores y tomando sol en una Gaza convertida en la “Riviera Trump”, mientras, en la vida real, daba luz verde a su cómplice Netanyahu para asesinar en ella a decenas de miles de civiles.
Esta locura se despliega en toda su dimensión en un “Paseo Presidencial de la Fama”, en la Casa Blanca, en que exhibe retratos con marcos dorados de los presidentes del país, junto a dedicatorias escritas por él mismo. A sus opositores, como Joe Biden y Barack Obama, los describe con insultos y falsedades.
A los demás presidentes, Trump los usa para hablar de sí mismo. De Ronald Reagan, por ejemplo, dice que “fue un fan del presidente Donald J. Trump antes de la histórica campaña del presidente Trump a la Casa Blanca”.

Es un lunático que ha perdido contacto con la realidad. Solo se mira a sí mismo en un espejo deformado mientras una secta de aduladores lo corteja, cumpliendo sus órdenes más irracionales con tal de ganar su favor.
En el ensayo “Trump for Tyrant”, tres académicos leyeron a Trump en la clave de La República. Concluyeron que “el hecho de que Trump sea premiado por su conducta muestra que hay un oscuro deseo de tiranía en el corazón de muchos ciudadanos. Este es precisamente el trayecto irónico que Platón imaginó: los ciudadanos de una democracia, sobrecargados de la responsabilidad de pensar por sí mismos, dan la bienvenida al tirano de pasiones hedonistas”.
El ensayo se publicó en 2015. Diez años después, ya vivimos en ese mundo que Platón describió. Un planeta regido por un emperador perdido en su neblina mental, habitando un mundo de fantasía en que todos lo admiran e idolatran sinceramente.
Mientras, el mundo real marcha hacia el caos, al compás de su partitura demente de narcisismo y crueldad.
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