Opinión

El precio: 22 cupos parlamentarios

Dragomir Yankovic/Aton Chile DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

Cuando la Democracia Cristiana decidió subirse a la “Jaraneta”, Francisco Huenchumilla entregó una explicación que, lejos de despejar dudas, dejó al descubierto un vacío ideológico difícil de disimular. “El anticomunismo hoy día no es un tema en Chile ni en el mundo. Ese es un tema del pasado”, afirmó, como si las diferencias entre la DC y el PC fueran un asunto arqueológico. Para Huenchumilla, los desafíos actuales —la fragilidad de la democracia y el avance de la extrema derecha— bastaban para justificar el giro. ¡Qué loable lucidez para detectar riesgos autoritarios siempre que vengan desde la derecha¡ Porque cuando se trata del PC, ya no incomoda su silencio frente a ciertas las dictaduras, ni su intento por forzar la salida anticipada de un Presidente legítimamente electo. Como si fuera poco, y para despejar cualquier inquietud residual, remató con un último giro: el comunismo se volvió capitalista —dijo, citando a China—… ergo, ya no hay de qué temer.

Pero claro, tanta entrega no se explica tan fácil; las renuncias requieren incentivos concretos. Y en este caso tenía nombre y número: 22 cupos parlamentarios. Fue la secretaria nacional del partido, Alejandra Krauss, quien reveló esa cifra ante la junta nacional como una prenda de legitimidad para la decisión. Pero horas después, en un giro inesperado, ella misma admitió que “esa información no era real”. El botín prometido se desvaneció en el aire. Al final, el fraude no fue solo doctrinario, sino también político: se pagó con identidad y se recibirá poco o nada.

La andanada de reproches de la militancia fue inmediata, pues no se trató solo de un error, sino de un síntoma más del extravío: prometer 22 cupos y luego desdecirse evidenció el punto al que puede llegar un partido cuando pierde su norte. Podría argumentarse —en defensa de lo indefendible— que las convicciones evolucionan. A veces, porque cambian las circunstancias; otras, porque se transforma nuestra idea de lo justo. Y eso, en abstracto, no tendría nada de censurable. El problema surge cuando ese cambio nace de un pragmatismo vacío.

Lo peor es que no solo se subieron al carro ideológico equivocado. Se subieron, además, a un carro averiado: el de las cifras más bajas de empleo en años, el del estancamiento económico, el de las reformas sin rumbo, el de las desprolijidades constantes y la falta crónica de gestión.

La paradoja, al final, es brutal: en nombre del realismo, la Democracia Cristiana abandona su razón de ser. En nombre de la apertura, se encierra en la irrelevancia. Y en nombre del pragmatismo, se queda sin nada. Porque el partido que hoy lleva ese nombre comparte con el original poco más que las siglas.

Y esto es, en definitiva, un verdadero fraude en la entrega: lo das todo a cambio de una promesa que no es más que humo. Vendiste todo lo que quedaba por un plato de lentejas mal servido y, como Esaú, renunciaste a la herencia por el hambre del momento. Lo más trágico: el plato ni siquiera era para ti.

Ojo que esta tentación no es exclusiva de la DC; varios otros sectores podrían caer en el mismo pecado, arriesgando mucho por un espejismo de oportunidad o poder.

Por María José Naudon, abogada

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