Por Cristián ValdiviesoEl voto, ¿de Parisi?

Sucede cada cierto tiempo: un resultado electoral inesperado nos remece y activa un ejercicio urgente de interpretación, como si hubiese aparecido un nuevo sujeto político.
Esta vez la pregunta urgente es por el “voto de Parisi”, como si no se tratara de un fenómeno más antiguo, más persistente y estructural.
Porque ese voto no es de Parisi. Es de electores que han venido manifestándose de distintas formas en los últimos años desde las calles del estallido hasta las urnas. Es un grupo que vive en tensión con un país que se siente detenido, sin horizontes ni oportunidades, con la falta de liquidez ordenando la vida diaria y hastiado de la política tradicional. No se reconoce en el eje izquierda–derecha y se ve a sí mismo al margen, fuera del pacto de estabilidad que las élites dan por natural.
Son quienes, obligados a votar, actuaron como freno en los plebiscitos: rechazaron la propuesta constitucional de la izquierda en 2022 y la de la derecha en 2023, en un gesto más antiestablishment que ideológico. Expresión de una desconfianza transversal hacia proyectos que perciben ajenos, abstractos o construidos desde un mundo que no sienten suyo. Difíciles de predecir electoralmente, sí, pero ni tan nuevos ni tan indescifrables.
Personas precarizadas, marginadas de un modelo de desarrollo del que no se sienten parte, que no encuentran su lugar en las narrativas dominantes y para quienes ni un mercado que no crece ni un Estado que no protege ofrecen ilusión. Votantes para los que la política tradicional aparece como buen negocio para izquierdas y derechas.
En esa fractura social y simbólica Parisi se movió con notable astucia. Mientras la campaña, los medios y las encuestas ordenaban la elección según el libreto habitual, él operó desde los márgenes, aprovechando el invento del “triple empate” que instaló la idea de que la verdadera tensión estaba entre las derechas y el comunismo. Esa lectura, que terminó dominando la conversación de la élite, ensanchó el espacio para que creciera el desencanto que él supo capitalizar.
Parisi se ofreció como espejo para ese electorado y les presentó un paquete atractivo: cárceles flotantes, retiros previsionales, devolución del IVA, minar las fronteras y, sobre todo, una opción sin “fachos ni comunachos”. Una oferta a la vena de sus angustias que, al provenir de alguien invisibilizado tanto por las encuestas como por los medios, no enfrentó cuestionamientos, escrutinio ni fact-checkings.
Parisi no es dueño de ese electorado al que sí leyó bien. Bien lo entendió Kast, que no salió a complacer a Franco, sino a intentar conectar con ese grupo. Optó por la calle para acercarse a esos votantes antes que por debates, más del gusto de los politizados.
Lo que estalló en las urnas en primera vuelta, como dijo Pamela Jiles, fue una vez más la rabia contra las élites, solo que esta vez con papel y lápiz. Y más que desacreditar ese gesto, o envolverlo en explicaciones parisinas, el próximo gobierno tendrá que mirarlo y hacerse cargo.
Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
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