
En rechazo al horror en Colombia

Mientras escribo esta columna, el senador y precandidato presidencial colombiano Miguel Uribe lucha por su vida tras sufrir un atentado mientras pronunciaba un discurso en Bogotá. La suya ha sido una de las voces más contundentes de la oposición frente a las rupturas institucionales con que ha amenazado el Presidente Gustavo Petro. Con 39 años, 15 de ellos dedicados al servicio público, Uribe se ha convertido en una de las caras más destacadas del debate público en medio del tenso clima político colombiano.
Sería impreciso y falaz argumentar que la violencia política era un asunto del pasado en Colombia, un país donde cientos de líderes sociales han sido asesinados en esta década en territorios donde el activismo enfrenta serias amenazas. Pero el atentado contra el senador Miguel Uribe devuelve al país a un pasado de profundo dolor y horror, y recuerda la fatídica elección presidencial de 1990, cuando cuatro de los candidatos fueron asesinados y la democracia fue puesta en jaque por la ilegalidad.
No nos corresponde a los periodistas ni a los actores políticos especular sobre las causas y los responsables de este atroz ataque. Pero sí hay que decirlo con preocupación y claridad: el discurso del Presidente Petro ha desprotegido abiertamente el ejercicio de la oposición. No hay semana en que no hable de sus opositores como “vampiros” y “nazis” que deben ser “borrados de la historia”. En el último mes, Petro ha llamado a “desenvainar la espada de Bolívar” contra el Congreso y ha llamado a retomar la bandera de la ‘Guerra a muerte’ del libertador. Sus agresivos pronunciamientos han vulnerado a los opositores y los han declarado enemigos de su proyecto político. Las consecuencias de un irresponsable lenguaje de violencia promovido directamente desde el poder son muy peligrosas y de ninguna manera compatibles con la democracia.
Es hora de pedir al gobierno colombiano garantías para la oposición de cara a las elecciones de 2026, y moderación en los discursos a todos los sectores. El camino de la radicalización de la retórica y la deshumanización de los contrincantes, irresponsablemente promovido por el gobierno y replicado por otros sectores de la política, solo podrá devolvernos a un pasado de horror.
Por Fernando Posada, politólogo de la Universidad de los Andes, magíster en ciencia política de University College London.
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