
La guerra que no termina

El Presidente Donald Trump aseguró en la campaña presidencial que la guerra de Ucrania la resolvería en 24 horas. Como vemos, a cinco meses de su administración el conflicto dista de estar resuelto. Peor aún, escala a niveles insospechados hasta hace un mes atrás. La incursión de drones ucranianos destruyó al menos un tercio del potencial aéreo ruso la semana pasada. Por su parte, los misiles balísticos y ataques que Moscú despliegan sobre Kiev y con aún más intensidad en la segunda ciudad del país Jarkov. Las posibilidades de un conflicto que involucre al conjunto de Europa y a otras fuerzas extra regionales es más alta que nunca. Los esfuerzos por frenar la guerra, incluyendo las negociaciones auspiciadas por Estados Unidos en Turquía fallaron por la negativa rusa.
Este es el gran problema que enfrenta un conflicto que puede tener ramificaciones aún más globales. El sistema multilateral global demuestra nuevamente su necesidad de reformas y establecer nuevas condiciones para la paz. Este nuevo orden mundial tiene como característica el fraccionamiento de los poderes, tanto a nivel global como regionales. Por lo mismo, es urgente que la comunidad internacional encuentre una arquitectura institucional donde se puedan resolver las diferencias y evitar que los conflictos escalen. Contrario a lo que algunos creen, el problema no es eliminar las Naciones Unidas, pero sí su reforma. Hoy está en una parálisis por un juego de suma cero en el Consejo de Seguridad entre Estados Unidos, por un lado, con China y Rusia por el otro. Pero aún más, tiene un diseño propio de la post guerra mundial, el que caducó ya hace más de tres décadas.
La Guerra de Ucrania es un acto de agresión por parte de Rusia que no tiene justificación alguna por parte del Derecho Internacional. Se podrá argumentar que Occidente fue demasiado cerca de las fronteras en su avance con la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), o que menospreció a Rusia desde la década de 1990. Sin embargo, nada de lo anterior le da derecho a Moscú para invadir un país que no le provocó de forma alguna. Además, se esperaba una derrota de Kiev. Hasta hace pocas semanas se creía que el avance de las tropas del Kremlin era imparable. Las cosas se dieron vuelta y está Ucrania con el poder negociador en este momento.
Además, en este conflicto Ucrania no está sola. Tiene un aliado que despertó de su letargo en materia de defensa. Europa como actor central tuvo que tomar decisiones que hasta hace un lustro eran impensadas. Además, la distancia entre Europa y la administración Trump termina por consolidar el giro. El resultado es el Plan Alerta 2030 que implica un aumento de 800 billones de euros en cuatro años para aumentar las capacidades militares de toda la región. Al otro lado del Canal de la Mancha, la semana pasada el Primer Ministro Keir Starmer presentó la Revisión Estratégica de la Defensa Británica. Este documento establece millonarias inversiones en defensa y que la guerra de Ucrania marcaba un punto de inflexión en materias de innovación tecnológica, drones y la vuelta del Reino Unido a la cooperación europea, partiendo por el ámbito de la defensa. Es más, el mandatario británico señaló que su país estaba listo para ir a la guerra, particularmente en Ucrania. Europa es el único actor que, a pesar de estar armándose puede traer estabilidad y racionalidad al proceso.
A lo anterior debe sumarse una suerte de ausencia norteamericana, país instalado como mediador infructuoso y sin la capacidad protagónica que se esperaba. Trump, al parecer, está crecientemente frustrado con Putin y las perspectivas de paz se alejan. Europa despierta militarmente y no hay una estructura internacional que pueda bajar las tensiones y canalizar en la vía diplomática. Es que el conflicto en Ucrania es el gran catalizador de este nuevo orden global. Desde el inicio los expertos señalaron que no sería una guerra corta como lo creyó el propio Putin y parte del público global. No es posible, porque se cuenta actores que no terminan de entender su lugar en el mapa y en el nuevo balance de poder. Por supuesto, los más humildes como siempre sufriendo las consecuencias. Por lo mismo, los demás países del mundo deben ayudar a que la reforma efectiva de la institucionalidad internacional permita traer paz y estabilidad.
Por Soledad Alvear, abogada
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