
La heredera de la mentira

En política hay errores que cuestan caro y otros que marcan para siempre. Después de casi cuatro años de Gabriel Boric, Chile ya conoce el patrón: prometer, negar, ser desmentido y luego explicar —o pedir disculpas— cuando la evidencia es innegable. No es accidente; es una forma de hacer política. Y en la última semana, Jeannette Jara dejó claro que no solo entiende esa fórmula, sino que la ejecuta con precisión. Es, sin matices, la heredera de la mentira.
En un foro presidencial le recordaron que en primarias, en su extenso programa, propuso la nacionalización del cobre y el litio, entre otras barbaridades. Ella, con tono firme, no solo lo negó, sino que hizo una apelación romántica a la “verdad” y acusó a sus rivales de “desinformar” y “mentir”. El problema es que la realidad es terca: horas después, el propio programa de su campaña confirmaba lo que había negado. No fue un error de redacción, ni un cambio improvisado; fue la decisión consciente de ocultar un punto sensible para no pagar el costo político en ese momento.
Aquí la comparación con Boric es inevitable. El Presidente llegó al poder prometiendo eliminar los delegados presidenciales, bajarse el sueldo, terminar con las AFP y tarifa cero para el transporte público. No cumplió ninguna. Y su mayor quiebre no fue programático, sino moral: el gobierno que se autoproclamó “feminista” terminó protegiendo a uno de sus funcionarios más leales, Manuel Monsalve, incluso tras denuncias graves como la violación y abusos de una subordinada. Mientras en campaña se llenaban la boca con el discurso de los derechos de las mujeres, una vez en el poder optaron por blindar a sus potenciales agresores. El resultado fue un retroceso doloroso para cientos de miles de chilenas que creyeron las mentiras de este gobierno, pero que terminó siendo un verdadero peligro para las mujeres.
Ese es el verdadero legado que Jara parece dispuesta a heredar. No solo las promesas incumplidas, sino la forma de administrar la verdad: negar lo dicho, relativizar lo prometido y culpar a otros por el cambio de postura. Lo que para algunos es “estrategia comunicacional”, para el ciudadano común es simplemente engaño.
La mentira en campaña no es un accidente inocente ni un desliz verbal. Es una prueba de carácter. Si un candidato es capaz de manipular la verdad antes de llegar a La Moneda, también lo será cuando tenga el poder. Lo hemos visto: Boric comenzó justificando cambios de postura como “madurez política” y terminó consolidando un estilo de gobierno marcado por la incongruencia y la falta de credibilidad.
El episodio de Jara con el cobre y el litio, sumado a la sombra del caso Monsalve, no son hechos aislados. Son señales de un oficialismo que no corrige sus errores, sino que los repite. En su círculo no parece existir la conciencia de que cada mentira erosiona la confianza, y que en la era de la información inmediata la verdad siempre emerge, dejando en evidencia al que intentó ocultarla.
Lo más preocupante es que estos episodios no solo dañan a una candidatura: dañan a la política como espacio de acuerdos y soluciones. Cada vez que un candidato miente o niega lo evidente, la desconfianza crece, el desencanto se profundiza y se fortalece la idea de que todos son iguales. Esa es la herencia más peligrosa que Jara podría recibir de Boric.
Porque esto no es solo un debate moral; es un problema práctico de país. Cuando la verdad se vuelve un insumo táctico, nadie invierte, nadie planifica y todos pagan el costo: cae la confianza, se frena el empleo, la seguridad se diluye y el Estado pierde autoridad. La mentira en campaña se traduce en improvisación en el gobierno, y la improvisación se paga con menos crecimiento, más burocracia y servicios que no llegan.
Chile no resiste otros cuatro años de relato sin realidad. Chile no soporta otro ciclo de falsedades envueltas en discursos bonitos. Necesitamos un liderazgo que firme y cumpla, no uno que prometa y luego explique. No está para que lo gobierne alguien que ya demostró que puede mentir con la cara seria y la voz firme. Si mienten en campaña, mentirán en La Moneda. Y esta vez, no habrá excusa: ya sabemos quién es la heredera de la mentira y qué está dispuesta a hacer para llegar al poder.
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